Día 21: alcohol

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La oscura noche dio paso a la fría madrugada, todo estaba tranquilo; los grillos entonaban su triste canción, los murciélagos tomaban el relevo a los pájaros para alzar el vuelo, el eco de la vida nocturna de Almendros quedaba atrás, muy atrás, salvo por un único detalle: Aruna.

El hechicero apenas podía mantenerse en pie, se habría desplomado en el suelo de no ser por Onyx. El dragón lo tenía sujeto por el costado con un brazo, pasándole el otro por encima de los hombros. Podría simplemente cargarlo a la espalda y transportarlo como un saco de patatas, sin embargo, no quería arriesgarse a que le vomitara encima.

Eran las tres de la madrugada, Onyx sentía el cansancio entumeciéndole los músculos y ralentizándole los pensamientos, se negó a achacarle parte de la culpa a las cuatro o cinco cervezas que se bebió. ¡Maldita sea, ¿cómo se dejó arrastrar a esa situación!? Se suponía que tan solo iban a salir a cenar.

—¡Suéltame, puedo andar solo! —exigió su amigo revolviéndose levemente para liberarse—. ¡El magnífico Aruna no necesita ayuda de nadie!

—Cállate de una vez —le chistó arrugando la nariz. El aliento le apestaba a alcohol—. Vas a despertar a todos los huéspedes del hotel. Lo último que necesitamos es que nos echen por tu culpa.

—¡Pues que se fastidien, la noche es joven todavía!

—¡Ya basta! —gruñó—. Si no quieres que te congele la garganta, más te vale que ceses con tus gritos de borracho.

—No, no, no, yo no voy borracho, ¡tú sí! —sacudió la cabeza de un lado a otro, creando una tormenta de largos mechones blancos y negros.

Onyx bufó cuando al fin llegaron a la puerta de su apartamento. Tenía las llaves en el bolsillo, tan solo necesitaba abrir la puerta, lanzarlo a su cama y dejarlo dormir hasta altas horas de la mañana, no obstante, si lo soltaba... No, debía correr el riesgo.

—Aruna, quieto —le ordenó apoyándolo contra la pared. La cabeza del hechicero se balanceó de un lado a otro mientras balbuceaba frases sin sentido—. Bien, así me gusta. Buen chico —le susurró tras apartarse y dirigirse a la puerta de entrada. Se abrió en un click.

El silencio del piso los acogió de inmediato. Las luces estaban apagadas y una brisa fresca entraba a través de la ventana abierta del balcón. Liv y Nare deberían llevar horas durmiendo, las envidiaba.

Trató de ir en busca de su amigo, pero él ya estaba entrando entre tambaleos, directo al sofá.

Aruna alcanzó el sillón, se tumbó bocabajo, enterró el rostro en un cojín y se quejó de dolor. Onyx suspiró agotado, consciente de que aquello aún no había acabado. Cerró la puerta y apoyó los antebrazos en el respaldo del asiento, observándolo con los ojos entrecerrados.

—¿Quieres que te traiga algo para el malestar? —preguntó con voz serena, a lo que el hechicero asintió.

Esa respuesta le fue suficiente para encaminarse a la cocina y rebuscar entre los armarios algún medicamento. No obstante, el repentino abrazo por la espalda lo detuvo en seco. Molesto, miró por encima del hombro al hechicero dormitando sobre él. Onyx retomó la búsqueda.

—¿Se puede saber qué haces, Aruna? —cuestionó tenso, apartando los paquetes de cartón.

—Abrazarte —hipó—. Deberías tomarlo como un halago, el gran Aruna casi nunca los da. ¿Te molesta?

—No, más bien me agobias —resopló cada vez más desesperado por encontrar las endemoniadas pastillas. Aruna logró sentarse en la encimera, interponiéndose entre el dragón y el armario. Le rodeó las caderas con las piernas, atrayéndolo.

Kinktober 2024.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora