Liv deshizo el beso en una sonrisa pícara, pero ninguno de los dos se atrevió a romper el contacto visual. Onyx trató de volver a buscar sus labios carnosos para saborearla de nuevo, para sumergirse en la orquesta de gemidos, quejidos y suspiros de su esposa cada vez que la tocaba, sin embargo, ella fue más rápida.
Los besos de la mejilla pronto descendieron a la mandíbula y de ahí, al cuello. Onyx no pudo evitar estremecerse al sentir el aliento de Liv acariciándole la piel.
—Qué buen dragoncito —decía la bruja entre murmullos—. Estás muy duro, ¿cuánto más resistirás?
No se equivocaba. Liv no había dejado de frotar la entrepierna contra la erección contenida por el pantalón. Onyx ardía en deseos de quitarle la ropa de una vez por todas y penetrarla hasta que las piernas le temblaran, hacerla gritar su nombre hasta que se dejase la garganta, colocarla en mil posturas distintas para poder alcanzar lo más profundo y desbordarla de semen.
Aun así, se contuvo, pues sabía que Liv planeaba otra cosa totalmente distinta.
Su esposa lo tomó de las manos, guiándolo hasta los botones de la camisa blanca. En silencio, aguardó a la orden:
—Quítame la camisa, cariño —le susurró al oído, mordisqueándole el lóbulo—. Sé que estás deseando verme desnuda.
—Será todo un placer, mi reina.
Liv rio, volviendo a unirlos en un beso desesperado por saborearse el uno al otro.
Onyx obedeció al instante. Con una maestría sin igual, quitó botón a botón hasta dejarla totalmente desnuda, revelando ante él unos pechos perfectos, no demasiado grandes, tampoco demasiado pequeños. Los pezones cubiertos de un poco de vello rubio estaban erectos. Tragó cuando su esposa los estrechó entre los brazos, haciéndolos aún más apetitosos.
—¿A qué esperas, dragoncito? Los necesito bien húmedos —le decía mientras se levantaba sobre las rodillas, acercándole las tetas todo lo posible a los labios.
El dragón se relamió antes de tomarlos con ambas manos y comenzar a masajearlos. Su mujer se estremeció, enterrando los dedos entre los cabellos grisáceos.
Se introdujo el pezón izquierdo en la boca, usando la lengua para juguetear con él, apretando y amasando el izquierdo tal y como a Liv le gustaban. La habitación se vio envuelta en una cacofonía de gemidos y jadeos desesperados, pero aquello le encantaba, disfrutaba sabiendo lo bien que se lo pasaba bien junto a él.
—O-Onyx —la voz de Liv apenas fue un suspiro, guiando las manos a lo largo del torso de su marido hasta alcanzar el pantalón.
El dragón se estremeció ante las repentinas caricias sobre la tela, excitándolo aún más al escuchar el sonido de la cremallera abriéndose y liberándolo al fin de la prisión. Un quejido le brotó de la garganta cuando Liv le agarró la polla, acariciándola a lo largo de toda la superficie.
—No es justo que solo yo me divierta.
La mujer se retiró de él, dejando tras de sí un vacío que Onyx ansiaba rellenar con su presencia una vez más. Sin embargo, Liv le separó las piernas, acomodándose entre ellas luciendo una sonrisa lujuriosa. Atrapó el pene entre los pechos, moviéndolos de arriba a abajo a gran velocidad.
Onyx arqueó la espalda, débil ante el placer recorriéndole el cuerpo y nublándole el juicio. Echó la cabeza hacia atrás, aferrándose a las sábanas blancas de la cama.
—No pares —jadeó una y otra vez—. Amor, no pa-pares.
—Claro, dragoncito, te lo has ganado.
—Me voy a-
—¡Hazlo! —exclamó Liv sin miedo a ser escuchada.
Onyx no aguantó más. Los músculos se tensaron, presa de una nueva oleada de placer que lo aturdió durante unos segundos. Pronunció el nombre de su esposa una docena de veces, algunas más comprensibles que otras, mientras se corría en sus tetas.
Cuando abrió los ojos, descubrió el desastre que había provocado. El semen salpicaba los pechos de Liv, mezclándose con la saliva, deslizándose hasta los pezones. Incluso llegó a mancharle las mejillas y los labios.
Rápidamente se arrepintió de lo que acababa de ocurrir.
—¡Lo siento mucho, iré a traerte algo para que te limpies! —dijo con un peso en el corazón, pero cuando trató de levantarse, la risa de su amada lo aturdió.
—¡No hace falta, cielo! —le reclamó abrazándolo de las caderas para que no se marchase—. Esto era precisamente lo que quería.
La mujer separó los labios, lamiendo ágilmente los restos de ese líquido espeso que se deslizaban a lo largo de la polla.
—Sabes muy bien, cariño.
Onyx bufó, tomándola del mentón para observarla fijamente, a esa sonrisa felina y esos ojos castaños desbordando un amor sin límites.
—Te quiero demasiado, Liv.
—Y yo a ti, cariño.
—Te vendría bien darte un baño.
—Nos vendría bien a los dos, más bien. ¿Me enjabonas la espalda y así me das un masaje?
—No puedo negarme a tus encantos, mi reina.
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Kinktober 2024.
Roman d'amourAdéntrate en este reto cargado de amor, pasión y desenfreno durante 31 días.