Sin lugar para los debiles

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El rugido del motor del Lamborghini resonaba en las calles oscuras de la ciudad. Samantha, con una expresión de puro desafío en el rostro, aceleraba como si la velocidad fuera su único escape. Abril, sentada en el asiento del copiloto, no podía evitar sonreír; la adrenalina recorría cada fibra de su ser. Estaba lejos de su vida de lujos predecibles, ahora estaba en el mundo salvaje y peligroso de Samantha, la mafiosa más temida del mundo.

—Espero que estés lista para algo más que cenas elegantes —gruñó Samantha mientras cambiaba de marcha, el motor rugiendo aún más fuerte—. Mi vida no es para niñas ricas que juegan a ser atrevidas.

Abril, lejos de asustarse, sonrió con picardía. —Creo que puedo manejarlo.

Samantha soltó una risa burlona. —Eso dicen todas... hasta que el mundo se las come vivas. —Apretó el acelerador y el auto salió disparado, devorando el asfalto mientras pasaban de largo los rascacielos iluminados.

Llegaron a las afueras de la ciudad, donde los ruidos de las calles se desvanecían y el mundo parecía pertenecer solo a ellas. Samantha detuvo el auto frente a un garaje privado, y al abrir las puertas, dejó al descubierto su verdadera colección: autos de lujo, cada uno más impresionante que el anterior.

—Elige uno —dijo Samantha, encendiendo un cigarro mientras la brasa brillaba en la oscuridad—. Hoy no estoy de humor para ser la niñera.

Abril caminó entre los autos, su mirada recorriendo los detalles perfectos de cada máquina. Había visto autos impresionantes antes, pero esto era otro nivel. Su mano se deslizó sobre un Ferrari rojo, tan reluciente que casi se veía su reflejo.

—Este. —Su elección fue rápida, sin dudar.

Samantha asintió, exhalando una nube de humo. —Buen gusto. Pero no te emociones demasiado. No me gustan las chicas que se creen listas solo por tener dinero. Aquí no importa cuánto valga tu puto apellido, lo único que cuenta es si tienes los ovarios para sobrevivir.

—No te preocupes por mí. Sé lo que hago —respondió Abril, abriendo la puerta del Ferrari y entrando con una sonrisa confiada.

Samantha soltó otra risa, esta vez más oscura, como si supiera algo que Abril aún no entendía. Se subió a su Lamborghini de nuevo, y juntas, salieron disparadas a la carretera, compitiendo como si fueran dos depredadoras acechando la noche.

Cuando regresaron a la ciudad, la adrenalina seguía corriendo por sus venas. Decidieron hacer una parada en uno de los bares más exclusivos. Samantha, con su actitud intimidante y presencia arrolladora, no pasó desapercibida. Los hombres que la veían sabían quién era, pero pocos se atrevían a acercarse. Abril, por otro lado, irradiaba una elegancia diferente, una que la hacía destacar como una joya en medio de un terreno sucio.

Mientras tomaban un par de tragos, un grupo de tipos se acercó, sus sonrisas llenas de arrogancia.

—¿Qué tal, chicas? —dijo uno, con la típica sonrisa de idiota que hacía a Samantha rodar los ojos.

—¿Qué carajos quieres? —espetó Samantha, sin siquiera mirarlo—. Si vienes a desperdiciar mi tiempo, mejor vete de una vez.

El hombre parecía sorprendido, pero no lo suficiente como para irse. Intentó seguir el juego.

—Solo queríamos conocerlas. Están disfrutando, ¿no? Quizá podamos... unirnos.

Samantha lo miró por fin, con una expresión que podría cortar acero.

—Mira, pendejo —dijo, con la voz baja pero amenazante—, no tengo tiempo para tus mierdas. Así que, o te largas o te enseño cómo se trata a los imbéciles en mi mundo.

El tipo palideció, comprendiendo al instante con quién estaba hablando. Se disculpó rápidamente y se fue con el rabo entre las piernas. Abril observó toda la escena con una mezcla de fascinación y asombro.

—Eres toda una cabrona, ¿lo sabías? —dijo, levantando su copa en un gesto de aprobación.

Samantha sonrió, esta vez sin humor. —Para sobrevivir aquí tienes que serlo. Nadie va a darte nada por ser bonita o tener dinero. Todo te lo tienes que ganar... o quitar.

—¿Y tú, qué te has quitado? —preguntó Abril, sus ojos brillando con curiosidad genuina.

—Más de lo que imaginas. —Samantha tomó un largo trago de su bebida antes de mirarla directamente—. ¿Crees que este mundo es fácil? No tienes idea de cuántas veces he tenido que partirle la cara a alguien que pensaba que podía conmigo. Y si no estás dispuesta a ensuciarte las manos, no duras. Así de simple.

Abril no dijo nada por un momento. Sabía que había verdad en cada palabra de Samantha, pero algo en ella la atraía a esa oscuridad, a esa vida donde las reglas eran otras. Tal vez era eso lo que había estado buscando sin saberlo: algo más real que los lujos y las sonrisas vacías de su propio mundo.

—Me gusta esto —dijo finalmente, mirándola con una sonrisa que no tenía nada de inocente—. Estoy lista para más.

Samantha la miró, evaluándola con una mezcla de diversión y desafío.

—Lo veremos, princesa. Lo veremos. Porque en mi mundo, todo tiene un precio, y tú aún no sabes cuál es.

"DEL PORTE" G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora