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NOLAN

Estuvimos en esa vieja caravana casi una semana, lo que significa que ese fue el tiempo que pasamos sin comer. Sentíamos cómo nuestras fuerzas se iban agotando con cada hora que pasaba, debilitándonos.

El primer día, encontramos un pequeño río que fue nuestra salvación, lo que nos permitió mantenernos hidratados. Bajábamos al amanecer y al anochecer para llenar viejas botellas de plástico que habíamos encontrado en un rincón polvoriento de la caravana.

Al segundo día, intentamos distraernos revisando a fondo cada rincón de la caravana. Desmontamos todos los cajones de los muebles desvencijados. Incluso miramos por debajo de los colchones, pero solo encontramos latas oxidadas y trozos de papel mohoso. Todo estaba inutilizable.

Christian encontró distracción afilando con una piedra un palo que encontró, murmurando cosas para sí mismo en un intento por mantener la cordura. Yo, en cambio, me limitaba a planificar mentalmente lo que haríamos una vez estuviéramos en Harpers Ferry. Porque, si había algo en lo que estaba de acuerdo con Christian, es que me estaba moviendo únicamente la sed de venganza. Pero no iba a admitirlo en voz alta. Ya tuvimos suficientes discusiones, pues no paraba de echarme en cara que hubiese estado mejor en su celda. Aunque luego pensaba en su familia y se le pasaba.

Cuando pasaron tres días, Christian pensó que sería una brillante idea que yo intentara aprender a usar mis poderes, estando a tan solo cincuenta metros del control policial. Al principio, me negué, pero su insistencia me hizo ceder. Aunque debería haberme negado, porque terminé derribando un árbol que casi nos aplasta, y como si no fuera suficiente, por poco atrae la atención de los policías.

El cuarto día, nuestras conversaciones eran apenas susurros. Las bromas de Christian se habían apagado, reemplazadas por un silencio taciturno. Sentíamos cómo la energía se desvanecía en nosotros, cómo el simple acto de levantarnos o movernos se convertía en un esfuerzo monumental. Mis pensamientos iban y venían entre la necesidad de sobrevivir y la idea de rendirme, pero el impulso de avanzar, de encontrar respuestas, era el que me mantenía firme.

Las noches eran lo peor. El silencio lo envolvía todo, roto solo por el ulular de un búho o el crujir de las ramas con el viento. Nos turnábamos para vigilar, aunque el agotamiento hacía que la línea entre la vigilia y el sueño fuera borrosa. Yo me quedaba despierto, observando la oscuridad y tratando de mantener la mente ocupada con cualquier cosa que no fuera el hambre. Pero casi que prefería pensar en un buen entrecot, antes que en esa detective y la situación a la que me había llevado.

A los seis días, la desesperación se apoderó de nosotros. Cada crujido de las hojas fuera de la caravana era motivo de alerta, un estímulo que agotaba nuestras pocas reservas de energía. Pero entonces, la noche trajo consigo algo distinto. Esperamos pacientemente a que la luz del día comenzara a apagarse para salir de nuestro escondite y revisar la carretera por la que debíamos conducir. Lo hacíamos cada noche para comprobar que los policías seguían allí, pero nos llevamos una grata sorpresa cuando, esta vez, las luces del control policial ya no eran visibles en la distancia; se habían ido.

—Es el momento —dije, rompiendo el silencio.

Fuimos a buscar el coche y nos montamos en él, abandonando por fin la dichosa caravana. Conduje en silencio, con la mirada fija al frente y los sentidos alerta ante cualquier ruido o movimiento inesperado.

Al cabo de unas horas, la tenue luz de las estrellas nos permitió vislumbrar las primeras señales de Harpers Ferry: una silueta de casas viejas con tejados a dos aguas y el sonido lejano del río en el que se alzaban dos imponentes puentes.

Nos detuvimos al borde de un claro que daba una increíble vista al pequeño pueblo, recortado en la distancia por el perfil de las montañas bajo la pálida luz de la luna. La mayoría de las ventanas de las casas estaban oscuras, solo quedaba alguna con luz. Pero prácticamente todo el pueblo dormía plácidamente, cosa que nos daba una gran ventaja.

En la Sombra del Olvido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora