24. Las Campanas De Belén.

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RODOLFO


Envuelvo la daga, o mejor dicho, a Lilith, en una venda. 

Cherry está fuera de la farmacia, dentro de una cabina telefónica. Quiere comprobar si su pretendiente sigue en la ciudad. Busca quien siga en Northcity, para sacar a su sobrino de la ciudad.

Grito en cuanto el chorro de alcohol pasa por mi tobillo.

Krampus presiona la herida con algodón.

—Ya te dije que estoy bien —reniego.

—Vamos, Rodolfito. No puedo dejarte pelear si antes no te cuido.

—¡Como te odio! —aprieto los dientes por el ardor.

Pone benditas en mi rodilla y desdobla el pantalón.

Se lanza a sentar sobre el mostrador de metal. Si fuera de cristal, se desploma. Antes se podía decir, que yo era más alto, ahora él lo es. Ya no tiene los ojos decaídos con los que lo conocí, tal vez sea por el pelo alrededor. Es parecido a los antropomorfo híbridos.

Dobla la camisa sobre el regazo. Toma el vendaje junto a los materiales que usó para tratar mis heridas. Se pasa la venda de la columna al abdomen marcado. 

Sube las piernas. Se revisa los tobillos. Trata las cortadas con cuidado. 

Usa el resto de venda que le sobro, en enrollarlas en las almohadillas de sus manos, pasando entre los dedos hasta cruzarlas por la muñeca. Se asegura que hayan quedado apretadas. Se le marcan las almohadillas. Es como si tuviera manos de gato. 

—Esa vez movías la cola —dice en una risa sin sonido.

—¿Hmm?

—Ese día en que volviste a mí —señala con un chasqueo de los dedos—. Viniste al club. Un señor se te acercó y cuando te aparte de él, tú movías la cola. Justo como ahora.

Me hundo en el asiento para tapar mi cola.

—Krampus. ¿Puedo preguntarte algo? Sobre Lilith. Y él.

—¿Tiene que ver con que tu corazón no palpite? —alza la nariz.

Asiento.

—Ahora mismo, no lo sé. Esperaba despertar en el infierno pero aquí estoy, y el mundo ha cambiado. Tú has cambiado.

—Yo me veo igual —me encojo de hombros.

—Prometiste que me matarías, y lo hiciste. ¿Qué cambió para que no resuelvas esto? —se lleva la palma al corazón.

Silencio.

—Dijiste que tus cascabeles te hacían verme —dice. 

—Sí. Antes creía que era porque tenía sueño y era eso, un sueño. Zaith, me insultaba seguido. Me golpeaba. Y Saint, nunca se dio cuenta —aprieto el suéter con resignación—. Me decía que debía aguantar para regresar con mis papás. Yo era un niño y Saint, me tomó de la calle cuando regresaba a casa. Él. Él nunca me salvó. Solo me usó. 

La Lujuria De Krampus  [ C.D.L #1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora