El Reno de la nariz roja, ha provocado uno de tantos accidentes en la fábrica de los reyes Claus, la familia gobernante de Navidad. En lugar de ser despedido, se le da un trabajo especial: Matar a Krampus.
Parece sencillo hasta que el romance se ent...
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RODOLFO
❄
El vuelco al olor del fuego y el frío que me corta los labios, es lo primero que me desprende de la muerte. Con el antebrazo limpio la sangre que escurre por mi barbilla. Asimilo la forma de los edificios arqueados de treinta pisos, sin luces azules que brillen y fracturados. Autos volteados en las avenidas. Demonios abatidos y hadas uniformadas que les prenden fuego de brillos que les lanzan de bolsos colgados del cinturón. El sol está saliendo, aunque oculto por las nubes. Tomo el peso que hay sobre mi panza. Es la mano de Krampus.
Cabeceo como si estuviera ebrio. No he estado ebrio jamás. Vi a embarcaderos de las exportaciones, y llegaban ebrios. Pero creo, que yo estoy peor que ellos. Toso cubriendo mi boca, ya hasta creo que los pelos de la barbilla de Krampus se me quedaron entre los dientes.
Lo sacudo. Intento hablar y de mi boca salen alaridos. Es parecido a tener reseca la garganta o que te hayas comido nieve. No es que haya comido nieve. Una vez. Quizás. Dos veces. Cuando Saint se iba a reuniones con contratistas, Zaith me dejaba en el patio de la mansión a morir de hambre.
Morir. Supongo que estoy muerto. O al menos, debería. Otra vez.
Toco bajo mi suéter y veo que no necesitaba hacerlo. Está rota la parte de mi pecho, al lado del corazón. Se parecen a las almohadillas que tiene Krampus en la palma. Doblo la pierna para reacomodarme sobre la raíz del árbol. Krampus tiene heridas por todo el cuerpo y no he sentido ninguna. Al menos, quiero imaginar que la daga no existe y resolvió el problema con Azaryth.
Quiero hacerlo pero que yo esté vivo con una runa en el pecho, y que él ya no tenga la suya en el cuello, en su lugar, la tiene en su corazón. No da seguridad que esto, en serio haya acabado.
Le toco el lado izquierdo del pecho. Arqueo los dedos con las yemas para sentir sus latidos.
No late. Él mío sí. Él mío ya no late. El suyo sí.
Arqueo las orejas. Escucho mejor el pulso de ambos. No sé si sea por el aturdimiento. Mis latidos siguen luego de los suyos, siguiendo el mismo ritmo. Mitad míos. Mitad suyos.
Paso un dedo por un mechón que me cae en la nariz. Grito en un chillido. Abrió los ojos. Se apoya en un tobillo y se frota los ojos con la punta de la cola. Gesticula con la lengua.
Mientras espero a que se recomponga. Miro al cielo que sigue igual de rojo. Las nubes de tormenta se arremolinan en espiral, siguen con estruendos de rayos que me hacen dar pequeños saltos y lastiman mis tímpanos. El pino al centro del parque, está más que caído, muy para la mierda. El Donkey Shopping está en llamas con luces de navidad coloreándola de morado y azul. Las hadas queman cuerpos de demonios, y unas que otras vigilan las fisuras del suelo, sus uniformes llevan chalecos encima de la camisa de camuflaje de verde con morado, hombreras y una arma de fuego a las correas traseras del chaleco antibalas.