5: Bajo presión

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El ritmo en la vida de Lara no paraba de acelerarse. Las horas de entrenamiento con Max se extendían cada día más, y con la competencia nacional a la vuelta de la esquina, su cuerpo y su mente estaban llevados al límite. Como si no fuera suficiente, las prácticas en el hospital comenzaban a consumir su energía de una manera que nunca había experimentado. Era su último año de obstetricia, y entre las guardias nocturnas y los exámenes, apenas lograba mantener el equilibrio entre ambas responsabilidades.

Esa tarde, después de un día agotador en el hospital, llegó a la pista casi sin aliento. El hielo, que siempre había sido su escape, ahora parecía un nuevo escenario de presión. Y Max estaba ahí, mirándola con esa expresión inescrutable que tanto la confundía.

—Llegás tarde —fue lo primero que le dijo. No era un reproche directo, pero el tono seco le dejó en claro que lo había notado.

—Tuve una guardia —respondió Lara, sacándose el abrigo y poniéndose los patines con movimientos rápidos. No quería parecer débil, no frente a él.

—No me importa por qué llegás tarde, Lara —contestó Max, observándola desde la barrera—. Solo espero que cuando estés acá, estés al 100%. Si no, mejor no vengas.

El comentario le cayó como un balde de agua fría. Sabía que Max tenía esa dureza, pero a veces parecía que disfrutaba poniéndola a prueba, empujándola hasta el borde del abismo.

—Estoy al 100% —dijo, poniéndose de pie y saliendo al hielo, tratando de ocultar su cansancio.

El entrenamiento fue brutal. Max no le daba tregua. Cada giro, cada salto, cada movimiento era corregido con una precisión que la dejaba sin aliento. El sudor le corría por la frente y sentía las piernas como de plomo, pero se negaba a rendirse.

Al terminar, mientras se desataba los patines, Max se acercó y, por primera vez en todo el día, su tono fue algo más suave.

—No podés estar en dos mundos a la vez, Lara. El hielo o la medicina, vas a tener que decidir tarde o temprano.

Lara lo miró, agotada, pero manteniendo la mirada firme. No estaba dispuesta a dejar ninguna de las dos cosas. Había trabajado demasiado para llegar hasta ahí, tanto en el hielo como en su carrera.

—No tengo que elegir —respondió con firmeza—. Voy a hacer ambas cosas.

Max soltó una leve sonrisa, aunque no había rastro de burla en ella. Era como si por primera vez viera un poco de lo que Lara realmente era, de la determinación que la mantenía en pie.

—Vamos a ver cuánto tiempo podés mantener ese equilibrio —dijo antes de darse vuelta y salir de la pista.

Ese comentario, aunque desafiante, no la hizo dudar. Al contrario, la motivó aún más. Lara estaba decidida a demostrarle a Max, y a todos, que podía con todo.


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Esa noche, al llegar a casa, Lara se encontró con sus padres en el comedor. No era común que coincidieran, pero esta vez la cena estaba servida y su madre, Laura, la miraba con una sonrisa tensa.

—Querida, tenés que contarme cómo van las prácticas y los entrenamientos —dijo su madre mientras servía una porción de pescado.

Lara sabía que esa pregunta venía con segundas intenciones. Su madre siempre había visto el patinaje como una actividad complementaria, algo que Lara podía hacer hasta que fuera "más grande" y se dedicara a algo "serio". La obstetricia, por el contrario, era su salvación ante los ojos de su familia.

—Va bien, mamá —respondió Lara, masticando lentamente—. Estoy entrenando mucho porque la competencia está cerca. Y en el hospital, ya estoy en las últimas prácticas.

—Pero no estás descuidando tus estudios, ¿no? —interrumpió su padre, Guillermo, con la mirada fija en ella.

Lara suspiró, sintiendo el peso de las expectativas caerle encima de nuevo. Nunca era suficiente. Si entrenaba más horas, su familia se preocupaba por los estudios; si estudiaba más, sentía que en la pista no daba el 100%.

—No, papá. Estoy bien. No voy a dejar la obstetricia, solo... estoy equilibrando todo.

—Lara, tenés que pensar en el futuro. El patinaje es lindo, pero no es para siempre. Una carrera en medicina, eso es lo que te va a asegurar estabilidad —añadió su madre con un tono casi condescendiente.

Lara ya había escuchado ese discurso mil veces, pero cada vez que lo escuchaba, algo en ella se retorcía de frustración. ¿Por qué siempre tenía que elegir?

—Lo sé, mamá, pero el patinaje también es importante para mí. No voy a dejarlo —dijo con firmeza.

Laura suspiró, como si no pudiera entender por qué su hija no veía las cosas con claridad. —Solo queremos lo mejor para vos, querida.

"Lo mejor". Lara estaba harta de escuchar esa frase. Lo mejor para ellos era que ella fuera una versión perfecta de lo que ellos querían. Pero ¿y lo que ella quería? ¿No contaba?

Después de cenar, Lara se encerró en su cuarto, exhausta emocionalmente. Se tiró en la cama y, por un momento, deseó poder desconectarse de todo. Pero no podía. Estaba demasiado acostumbrada a seguir adelante, a no dejar que las emociones la debilitaran.

Su celular vibró con un mensaje de Clara: "¿Mañana café? Tengo mil cosas que contarte".

Lara sonrió levemente. Clara siempre sabía cómo sacarla de esos pozos emocionales, aunque no lo intentara. Era lo más cercano a una verdadera hermana que tenía.

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