Capítulo 29: Perdida.

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Severus paseó detenidamente la mirada por la enorme sala circular que le rodeaba.

Para este punto podría decir que la conocía tan bien como la palma de su mano, y, sin embargo, cada vez que la visitaba algo parecía haber cambiado.

A pesar de la aparente calma de la estancia, había cientos de artefactos que se movían por su propia cuenta, algunos de forma cíclica, como un par de péndulos que oscilaban produciendo un tintineo similar al de gotas de agua.
En cambio, habían otros cuantos que parecían haber sido designados con determinadas labores; entre ellos, una larga pluma de faisán que escribía apresuradamente sobre un pergamino.
A no mucha distancia, sobre el mismo escritorio, se encontraba una mano momificada que pasaba distraídamente las páginas de un desgastado libro de cuero.

Dirigió la mirada a Fawkes, el fénix de Albus Dumbledore, el cual dormitaba apaciblemente junto a la silla de su amo.

-¿Nervioso?- Musitó una rasposa voz desde un rincón de la sala.
Severus volteó los ojos al ver al sombrero seleccionador lanzándole una sonrisa enigmática.
Frunció el ceño. -Nada que esté entre tus asuntos.- Respondió tajantemente.
Pero el sombrero pronunció aún más su sonrisa, y el profesor pudo ver que sus huecos sin ojos le guiñaban.

El repentino rechinar de la puerta a sus espaldas irrumpió en aquella extraña interacción.

-Escuché que querías verme, Severus.- Pronunció Albus Dumbledore mientras se dirigía a su escritorio.

Snape, que había permanecido hasta ahora firmemente de pie, con los brazos cruzados a su espalda; pareció un poco menos tenso al saberse en la presencia del director.

Siguió al anciano a través del salón con la mirada; hasta que, empujado por la creciente preocupación que había albergado todos estos días, rompió finalmente el silencio.
-Sé que tú también lo piensas, Albus.- Comenzó con una profunda voz.
-Que está cada vez más cerca, haciéndose más fuerte.- Continuó clavando los ojos en los del anciano director.

Dumbledore bajó la mirada y suspiró. -Sabíamos que buscaba la forma de volver, Severus.- Dijo tomando la pluma de faisán que había estado escribiendo hasta ahora. -Fuimos ingenuos.- Se interrumpió. -O demasiado optimistas, me temo.- Expresó mirando el contenido en el pergamino.

El profesor bajó los ojos, soltando un quejido. -Todavía no es tarde, Albus.- Dijo acercándose a su escritorio. -Déjame intervenir ahora.- Le miró suplicante.

Los lentes de medialuna del director brillaron por un momento. -Ambos sabemos que no funciona así, Severus.- Expresó mientras enrollaba el pergamino en sus manos. -Hemos de esperar a que sea el tiempo.- Prosiguió. -Por ahora no podemos hacer nada más que extremar precauciones, cuidar del muchacho.- Concluyó.

Pero la expresión de Snape pareció desencajarse. -¿"Extremar precauciones?"- Preguntó exaltado en un tono que rozaba la indignación. Se apresuró a arremangarse la camisa. -Está volviendo!- Exclamó consternado. -Y la de Karkarov también.- Su voz se alzaba cada vez más. -Más clara que nunca.- Sus ojos se mostraban vítreos. -¿Cuántos tendrán que morir esta vez?-.

Albus apreció el terror reflejado en su rostro, y luego dirigió la mirada a la marca sobre su brazo.
Ésta se apreciaba con tal nitidez que parecía como si fuese a salir de su piel, alzándose como una insignia distintiva de muerte.

Severus se recargó sobre el escritorio, dejando caer la cabeza con una exhalación. Su cabello oscuro caía hacia su rostro, y sus ojos desorbitados parecían contar el terror de lo que temía, de la historia que estaba por repetirse.
Dumbledore hizo llamar a su lechuza; y, habiéndole atado el papel a la pata, le dejó emprender el vuelo.

Fix me (Severus Snape).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora