Échenme de mas y no de menos

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Para los que luchan en la oscuridad, que su dolor sea escuchado

y su lucha no sea en vano.

A veces, como a las cinco de la mañana, me invade el deseo de huir. Me digo a mí misma que nada tiene sentido, que es momento de dejar de fingir sonrisas. Y, aunque lloro, no es por las penas de la vida, sino porque mis dolores son los miedos que esconden tus sonrisas hermosas.

Mis lágrimas han secado mis ojos, dejándolos como desiertos, vacíos, en busca de refugio en el olvido. El arma está sobre mi sien, y mi corazón, una vez lleno de esperanza, aguarda en silencio. Todo se oscureció cuando la mecha se quemó, y me quedé atrapada en la tormenta de tus decisiones. Intento calmarme, detener mis pensamientos que me arrastran a ser alguien que no reconozco. Me pregunto si estás a mi lado para bien o para mal, mientras mi mente se tambalea en un mar de confusión. —Pensé que cuando te fueras, todo volvería a sonreír—, me repetía, pero la realidad se tornó gris en la oscuridad de mi cama, donde tu voz resonaba como un eco distante.

Cada sonrisa que una vez iluminó mis días ahora brilla en la lejanía, como un recuerdo que no puedo alcanzar. ¿Debería apretar el gatillo y fingir que alguna vez creí en algo? Mi vida parece una historia sin importancia, un ciclo repetitivo que me arrastra a querer desaparecer, dejando mi cabeza sangrando en el suelo. Envíame un mensaje, dime que lo que estoy haciendo no es la solución que busco. Tal vez, en este último instante, alguien me recoja antes de que sea tarde. Sé mi salvación, por favor. 

No volví a ser la misma desde aquel día. Me miraba al espejo constantemente, tratando de encontrar ese pequeño detalle de que no soy yo la que me devuelve la mirada, pero no es así. Los días pasan y sigo teniendo los mismos ojos ámbar, las mismas mejillas pecosas y la misma nariz respingona.

– ¿Quién eres? – le pregunto a mi reflejo. — Soy tú, Sabina. ¿Acaso no me reconoces? — me responde. Su cabeza se inclina a la vez que su ceño se frunce con confusión. – Siempre soy tú – dice. Esa siempre era su frase, como si intentara convencerme de que era verdad, pero yo sabía que era una mentirosa. Ella no era yo. – Mientes – le digo – ¿Por qué me mientes? ¡Dime la verdad! –

Recuerdo estar enfadada, muy enfadada. Recuerdo coger el vaso que había encima del lavamanos. Recuerdo un estallido y notar miles de trocitos tallando mi piel. Y después recuerdo negro, nada más que negro. No entiendo cómo la gente odia el negro, es algo similar a tener depresión y ser daltónico, y que te digan lo colorido que es el mundo. Deberás que nunca encontré tanta paz como aquí. Y lo sentí a la mañana siguiente cuando desperté rodeada de blanco, y empecé a detectarlo. A mi lado tenía a mi madre, con los ojos hinchados y rojos de tanto llorar, delante tenía a dos médicos. Tenían aquellas sonrisas falsas que usaban con todos los pacientes. No escuché ni una palabra de lo que dijeron. 

Porque solo trataba de recordar como era eso de pensar en ti sin dolor, como pensar en nosotros dos, atrapados en un pasado que se niega a desvanecerse. Y me entra el deseo de volver al negro. Ya no quiero una rutina sin ti, es como un laberinto sin salida, y cada noche, sin descanso, tu nombre aparece en mis pensamientos . Lloré bajo las cobijas, convencida de que la vida no era más que un mal sueño. Pero he tomado la decisión: disparar, una, dos, tres veces. ¿Qué más da? Esta es mi despedida, escrita desde lo más profundo de mi corazón. La ansiedad me consume, mis miedos me superan y nada los calma. 

Asique me pego un tiro en la sien, esperando que lloren, por el simple echo de querer ser extrañada por extraños, solo quiero eso, solo échame de mas y no me hagas sentir que me echas de menos.

𝐃𝐞𝐬𝐠𝐚𝐫𝐫𝐨𝐬 𝐝𝐞𝐥 𝐀𝐥𝐦𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora