Saca la cámara

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A ti, que te negué en mi existencia, que exististe en cada suspiro, en cada recuerdo, 

porque no hay nada que te pruebe.

Podría sacar la cámara en cualquier momento y de nada serviría. Podría fotografiar mi muerte, pero no podría llorar mientras la veo. Porque estaría horrenda, pálida, morada e hinchada. No me podría oler ni mostraría cómo los demás lloran al olerme, al verme boca arriba pudriéndome en una caja mientras todo el mundo se echa de menos recordándose conmigo.

Aun que podría grabar un atentado, pero no escucharía el lamento. Ni el sollozo. Ni la bomba. Ni las sirenas. Ni la voz del niño herido en un rincón. Ni la oreja de Van Gogh viendo cómo se sientan enfrente y llevan la falda más bonita.

Podría sacar la cámara y grabar mi entierro. Una guerra. Una casa prendida. Una vida perdida. Una mujer embarazada. Un parto. Una gestación.

Podría grabar al follarte, delante de la cámara cuantas veces quisiera, pero de nada serviría. Porque no me podría quedar a vivir en la imagen. No podría tocarme en el papel. No podría fotografiar tu cara al correrte porque es estática. Porque no gime. Porque no murmura. Ni ronronea. Ni me ladra al oído. Porque, como se refiere Coixet, la cara de montaña solo pasa una vez en la tarde, o en la noche, o en el día, o las veces que me quieras follar. Pero solo pasa y si no la fotografío me olvidaré de ella. Pero no podría fotografiarla porque solo viéndola no querría tocarme, tan solo volver a la cama, pero sin la tinta ni el papel ni tu cara retratada. Y es entonces me arrepiento de enamorarme sin un registro, sin poder sonreírle a la pantalla, sin poder expresarte en mi escaparate y mostrar la pertenencia del amor y compartir a mis amigas tu retrato y lucirte como una pieza, pero mía. Con una fotografía es mucho mas fácil, pero no la tengo. Tan solo existe en mi retina y si me detentan demencia, entonces te olvidaré, y jamás me habré enamorado de ti, jamás habremos tenido un comienzo.

Todo esto lo canto y lo cuento por enamorarme de ti sin una cámara en la mano, a la que poder soltar miradas adolescentes cuando llego a casa solo, cuando tú te vas y me quedo con el recuerdo de que existes. Sin una cámara podrías ser una mentira, sin una cámara en la mano podrías ser una invención. Entonces me arrepiento de enamorarme sin un registro, sin poder sonreírle a la pantalla, sin poder exponerte en mi escaparate y mostrar la pertenencia del amor, compartir a mis amigas tu retrato y lucirte como una pieza cara, pero mía.

Podría decir que te amo, pero las palabras se vuelven cenizas en la boca. No hay forma de narrarlo, de colgarte en una pared, de presumirte como se presume un trofeo o un recuerdo atesorado. Porque este amor sin cámara es un amor que no tiene cómo probarse. Y aun así, pienso que lo prefiero, porque contigo es distinto, como algo que solo existe cuando tú estás aquí, vivo solo en el espacio que me dejan tus ojos cuando me miran, en el calor de tu cuerpo que no hay lente que pueda encerrar.

Podría retratarte, congelar tu imagen en el segundo exacto en que sonríes, o cuando cierras los ojos, tan cerca que podría contar cada pestaña, y aun así la imagen estaría muerta. Porque tú no eres eso, no eres solo un reflejo de luz atrapado en una superficie; eres movimiento, respiración, un murmullo que nace en mis sueños y explota como un relámpago en las noches en las que me quedo despierto, inventando formas de guardarte.

Sin embargo, el miedo persiste: miedo a perderte, a que un día no estés y no tenga nada para sostener tu ausencia, a que mi memoria me falle y un día no recuerde exactamente cómo era tu risa, cómo tu voz cruzaba el aire con esa ligereza que me dejaba desnudo, expuesto, a punto de caer en un abismo de emociones. Entonces pienso en la cámara, en la idea de hacerte eterno a base de una imagen, de capturar aunque sea una sombra de lo que eres, pero sé que nada en la foto sería suficiente para saciar mi nostalgia, para llenar el vacío que tu ausencia dejaría en el cuarto.

Podría, tal vez, escribirte. Guardar un eco de ti en palabras que hablen de cómo te miro, de cómo un roce casual de tus dedos hace temblar los cimientos de mis días. Podría inventar un poema en el que te quedaras para siempre, una carta que nadie lea, una historia que solo yo entienda. Pero sé que tampoco alcanzaría, que las palabras no pueden tocar ni besar, que las palabras son nada cuando lo que quiero es volver a verte, sentirte, comprobar que sigues aquí, siendo tan tú, tan real y tan efímero a la vez.

Y así, me quedo con este amor que no se puede registrar, con esta historia que solo cabe en mis ojos y en mi piel. Este amor que se va cuando te vas y regresa cada vez que regresas, aunque no haya prueba alguna, aunque se borre el rastro y no haya fotos para colgar en el muro de los recuerdos. Este amor que me pertenece porque no tiene dueño, que no puedo mostrar ni conservar, pero que existe, a pesar de todo, como un secreto entre nosotros dos y las sombras que dejamos en las paredes al pasar.

Porque al final, no hay imagen que te sostenga ni papel que te guarde, y quizá así está bien. Porque tal vez, lo único eterno que podemos permitirnos es el recuerdo breve, la chispa que enciendes cuando te acercas y me recuerdas que sin cámaras, sin fotos, sin pruebas, existes de una manera en la que nadie más podría creer, aunque a quien voy a engañar, sin cara no hay caso, y sin caso no hay recuerdos que me sean lo suficientemente válidos para recordar tu love love love love sin encanto.

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𝐃𝐞𝐬𝐠𝐚𝐫𝐫𝐨𝐬 𝐝𝐞𝐥 𝐀𝐥𝐦𝐚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora