Capítulo 30

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Años atrás, cuando Agatha era joven, se encontraba lejos de las brujas malvadas del aquelarre, en la profundidad de un bosque denso y enigmático. Allí, sentada en el suelo entre hojas y tierra húmeda, había abierto un libro que su madre leía con frecuencia: un texto antiguo y misterioso que aún no comprendía en su totalidad. Siempre había observado a su madre, Evanora, pasar horas tratando de descifrar sus secretos, cantando una melodía peculiar, como si buscara desatar algo más allá del entendimiento humano.

Agatha, curiosa, hojeó el libro hasta encontrar la canción que su madre solía entonar. Sin dudarlo, empezó a cantarla, su voz resonando suavemente entre los árboles:

“Buscas el sendero tras el bien y el mal,
Aire, tierra, fuego y agua en hermandad.
Sombras de poder despierto, sacro y terrenal,
Aquelarre, con verdad la gloria llegará.
Al sendero voy, bruja, bruja soy,
Al sendero voy, bruja, bruja soy.
Al sendero voy, bruja, bruja soy…"

A medida que repetía las palabras, una luz azul brillante comenzó a emanar de una puerta de madera que había permanecido oculta en el bosque. La joven bruja, guiada por su instinto, se levantó y la abrió. Unas escaleras descendían hacia la oscuridad. Sin miedo, comenzó su descenso, sabiendo que este camino estaba destinado a ser recorrido.

El sendero era frío, oscuro y lleno de desafíos. A lo lejos, un libro destacaba sobre un altar de piedra. El título en su cubierta, Darkhold, le resultaba familiar; su madre siempre hablaba de él como el libro más poderoso y peligroso que existía, una fuente de magia incontrolable.

Agatha lo tomó entre sus manos y, al abrirlo, un humo oscuro y sofocante la envolvió. Su cuerpo comenzó a cambiar, sus dedos adquirieron un tono negro como si la oscuridad misma la reclamara. En un abrir y cerrar de ojos, se encontró desnuda en el bosque, completamente transformada.

— Amor, ¿estás bien? — preguntó una voz familiar. Era Rio, su amante, vestida de negro y verde, con sus ojos morados brillando intensamente.

— Rio… — susurró Agatha, asustada al recordar la visión de su madre y las otras brujas de sombra que la observaban.

De repente, Evanora apareció, furiosa, acompañada de siete brujas más.

— Agatha, ¿qué has hecho? — le gritó su madre, con el rostro lleno de rabia y terror.

Agatha se puso de pie, aún desnuda, y empuñó sus manos con una sonrisa maliciosa.

— Madre, puedo oler tu miedo — respondió con un tono frío — Pasaste años tratando de descifrar ese libro estúpido, y yo lo entendí en cuestión de segundos.

Las venas oscuras que recorrían su piel comenzaban a hacerse visibles. Su poder era palpable.

— Eres maligna, Agatha — sentenció Evanora mientras lanzaba un hechizo mortal contra su propia hija. Sin embargo, antes de que alcanzara a Agatha, su padre se interpuso, cayendo muerto a sus pies.

— ¡Padre! — exclamó Agatha, horrorizada. Esa distracción fue suficiente para que Evanora aprovechara el momento y lanzara otro hechizo, esta vez acertando de lleno en Agatha, quien también cayó muerta junto al cuerpo de su padre.

— Basta… — la voz de Rio resonó a lo lejos, pero ya era tarde. Rio se arrodilló junto a Agatha, sacudiéndola desesperadamente.

— Corazón, no puedo… no puedo perderte — lloraba Rio, mientras el cuerpo de Agatha se enfriaba en sus brazos.

— Déjalo, Rio… esta magia es demasiado oscura, me está consumiendo por dentro… déjame morir — murmuraba Agatha en su último aliento.

— No puedo, mi amor… no puedo — susurraba Rio mientras Agatha exhalaba por última vez. Con un dolor indescriptible, Rio hundió un cuchillo en el pecho de Agatha, liberando su alma.

Solo AgathaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora