Capítulo 26: La Danza de la Serpiente y el Dragón

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Escena 1: La Oscuridad se Cierra

La luna había aparecido, pintando el cielo de Bangkok con tonos grises, que se desvanecían rápidamente en la oscuridad. La ciudad, normalmente bulliciosa y llena de vida, se convertía en un laberinto de sombras donde la amenaza se escondía en cada esquina.

En una vieja bodega en las afueras de la ciudad, la tensión era palpable. El aire se sentía pesado, impregnado por el olor a humedad, polvo y miedo. Orm, atada a una silla de metal, miraba fijamente la pared, su cuerpo dolorido y magullado. Las horas se habían convertido en una tortura interminable, cada golpe, cada insulto, cada amenaza, la acercaba al borde de la desesperación.

"Apresúrense", gruñó un hombre corpulento, su voz áspera como papel de lija. "El Dragón ya está en movimiento. Si no obtenemos lo que necesitamos de esta chica, tendremos que deshacernos de ella."

Los demás hombres asintieron, sus miradas llenas de una mezcla de miedo y violencia. La presión de la situación se reflejaba en sus movimientos nerviosos, en el constante tintineo de sus armas.

Escena 2: La Búsqueda Desesperada

En el corazón de Bangkok, las calles se convertían en un escenario de caos organizado. Engfa, Freen, Becky y Charlotte, liderando un grupo de hombres armados, recorrían la ciudad sin descanso. La desesperación se reflejaba en sus ojos, la preocupación por Orm las consumía.

"No podemos rendirnos", dijo Engfa, su voz firme a pesar del cansancio. "Tenemos que encontrarla. Tenemos que saber que está a salvo."

Freen, con la cara manchada de lágrimas, asintió. "No podemos dejar que la Serpiente Negra se salga con la suya. Orm es nuestra amiga, nuestra hermana. Vamos a encontrarla."

Becky, siempre la más pragmática, se encargaba de coordinar la búsqueda. "Necesitamos información. Tenemos que rastrear a la Serpiente Negra. Alguien debe saber dónde la tienen."

Charlotte, con un nudo en la garganta, se aferraba a la esperanza. "No podemos dejarla sola. No podemos."

Cada callejón, cada edificio, cada rincón de la ciudad se convertía en un posible escondite, un lugar donde Orm podría estar sufriendo. La búsqueda se intensificaba, impulsada por la determinación de las amigas y la furia del Dragón.

Escena 3: La Ira del Dragón

Thanawat, el Dragón Dorado, se movía como un torbellino de furia. Su oficina se había transformado en un centro de operaciones, llena de hombres trabajando sin descanso, analizando información, rastreando pistas.

"No descansaremos hasta encontrarla", bramó Thanawat, su voz resonando con una mezcla de dolor y furia. "Si le han hecho daño, no habrá perdón. Bangkok arderá."

Sus hombres, aterrorizados por su ira, se apresuraban a cumplir sus órdenes. Cada callejón oscuro, cada almacén abandonado, cada rincón de la ciudad era inspeccionado con meticulosidad. La búsqueda del Dragón Dorado era implacable, una fuerza imparable que se extendía por toda la ciudad.

Escena 4: La Caída

En la bodega, la oscuridad se cerraba sobre Orm. Los hombres de la Serpiente Negra, cansados de su resistencia, se habían vuelto más violentos. Los golpes se sucedían uno tras otro, cada uno más brutal que el anterior.

"¡Habla!", gritó el hombre corpulento, su voz llena de rabia. "Dile al mundo lo que tu padre ha hecho. ¡Dile al mundo que el Dragón Dorado es un criminal!"

Orm, con el cuerpo dolorido y la cabeza zumbando, se aferraba a su orgullo. No se doblegaría. No traicionaría a su padre.

"Nunca", respondió, su voz apenas un susurro. "Nunca lo haré."

El hombre corpulento, en un ataque de furia, la levantó de la silla y la golpeó contra la pared. La sangre brotó de su nariz y su boca, pero Orm no se inmutó. Su mirada desafiante, llena de determinación, enfrentaba la violencia con una fuerza indomable.

"¡Eres una estúpida!", gritó el hombre, su rostro contorsionado por la rabia. "Te mataré si no hablas."

Orm lo miró a los ojos, su mirada llena de desprecio. "Hazlo", dijo, su voz firme a pesar del dolor. "Hazlo y te arrepentirás."

El hombre, en un ataque de locura, sacó un cuchillo grande y filoso. Con un movimiento rápido, lo clavó en el abdomen de Orm. La sangre brotó en un chorro rojo, tiñendo el suelo de la bodega. Orm gritó, un grito desgarrador que resonó en la oscuridad.

Orm se desvaneció en la oscuridad, su cuerpo débil, su mente nublada por el dolor. La sangre manchó su ropa, su rostro pálido y sudoroso. Sus ojos, llenos de lágrimas, se cerraron lentamente.

La bodega se llenó de un silencio inquietante, roto solo por el goteo de la sangre de Orm. Los hombres de la Serpiente Negra se quedaron atónitos, su violencia se había convertido en una tragedia.

Fin del capítulo 26

Orm y Lingling: La mafia y la leyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora