Coaligado: Que forma parte de una coalición.

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Cerró la ventana abierta, impidiendo que el frío de la noche invadiera la fresca habitación. Aún faltaba para el invierno, lo que les permitía disfrutar un poco más de esa brisa. Miró hacia el exterior con cierta aprensión; debía contar la historia, pero no estaba segura de cómo empezar a transmitir lo que tenía en su mente y su corazón, un legado que había sido pasado de generación en generación.Se volvió lentamente hacia sus cinco nietos, quienes la miraban expectantes desde los grandes almohadones dispersos por el suelo, cerca de la hamaca donde había estado recostada minutos antes. La historia que iba a contar era triste, pero de vital importancia. Comprenderla bien significaría el futuro de muchas personas.


Deshizo la larga trenza que llevaba recogida y dejó que el cabello, entrelazado de hebras plateadas, grises y negras, se derramara sobre sus hombros. Sus ojos oscuros buscaron un punto fijo para calmarse antes de proseguir. Con una mano adornada por delicados anillos de plata y piedras pequeñas, acarició la cabeza de uno de sus nietos, quien la miró con picardía. Luego, con un movimiento lento, se sentó nuevamente en la hamaca de vivos colores, dejando que uno de sus pies colgara para balancearse con suavidad.


Miró detenidamente los rostros jóvenes e inocentes de sus nietos. Respiró hondo y comenzó:—Para poder comprender el futuro, es necesario entender el pasado, ver los errores que se cometieron, analizarlos profundamente y grabar en el corazón, la conciencia y el alma el deseo de no repetirlos jamás.Su voz, aunque cascada y cansada, resonó con fuerza en la estancia casi vacía. Desde hacía tiempo disfrutaba de la soledad, aunque el amor por sus nietos siempre la había mantenido abierta a recibirlos durante breves temporadas.


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Todo comenzó hace muchos, muchos años, tanto que el tiempo mismo parece haber olvidado su inicio. No existen registros del comienzo de esta historia; no sabemos cuándo ocurrió exactamente, pero fue antes de que los "pálidos" llegaran por primera vez, antes de que los pueblos se asentaran definitivamente en estas tierras. Fue en una época en la que aún no teníamos una lengua común y los seres mágicos caminaban libremente por la tierra, compartiendo su conocimiento con nosotros. En aquel entonces, el manglar se extendía mucho más que ahora, y los esteros se adentraban en la tierra sin que nadie notara la transición entre el agua dulce y la salobre. Esta es la historia de un río, pero no de un río cualquiera. Es un río que sube y baja con la marea, que se pierde y se mezcla con el mar, juguetón y a la vez implacable, rápido a pesar de parecer manso. Es un río con un guardián, y ese guardián vive en lo más profundo del agua, junto con la gente del "Pueblo del Agua". Sin embargo, él siempre ha estado solo. Si el entorno es amplio y hay agua por todas partes, el guardián puede incluso subir a tierra firme y caminar entre los humanos, siempre que mantenga contacto con el agua.


El pueblo, por su parte, vivía de la tierra y del agua, descubriendo pacíficamente los misterios de ambos mundos. Las mujeres del pueblo eran grandes curanderas y sabias en los secretos de la luna. Pero el guardián seguía solo. Había pasado siglos, quizás milenios, en la oscuridad del río, cuidando y protegiendo sus aguas, mientras esperaba algo más. Con el tiempo, el guardián comenzó a acercarse a la orilla. A menudo deseaba salir del agua, pero los habitantes, aunque ya no le temían al río, se asustaban ante su presencia y huían. Las crecidas eran violentas, resultado de su soledad, y al escuchar los lamentos de la gente, él retrocedía, dejando que las aguas bajaran otra vez. Y así seguía, esperando pacientemente la siguiente oportunidad.


Un día, la marea fue más intensa que nunca. El río desbordó, inundando las casas, subiendo por la base de la colina cercana y arrasando el bosque seco, dejando huellas húmedas y caos a su paso. No era un ser sutil. Mientras avanzaba hacia el interior, el guardián comenzó a tomar forma humana: su piel se tornó cobriza con un brillo plateado, y su cabello negro, decorado con pequeños cristales que semejaban gotas de agua, caía suelto. La figura, imponente y atractiva, llevaba consigo armas que reflejaban toda la gloria de un guerrero. Caminó hacia el corazón del bosque seco, guiado por una voz que lo llamaba.

Era un sonido que calmaba su furia, un canto que lo conducía a la paz. La comunidad, ahora entusiasmada, lo seguía con alegría, pues al fin el guardián había encontrado a su compañera.

Cerca del bosque de palo santo, un rastro de ceniza les heló la sangre. Partes del bosque olían a humo, y pequeñas chispas de fuego saltaban aquí y allá. Una cabellera roja, tan oscura que parecía negra, apareció entre los árboles. La voz bajó de tono, sorprendida, y una mano cobriza con reflejos dorados dejó una marca ardiente en el tronco de un árbol cercano. El guardián se dio cuenta de que su compañera era una mujer de fuego.


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La anciana mujer hizo una pausa, cerrando los ojos por un instante.—Abuela, ¿qué pasó después? —preguntó el segundo de sus nietos, siempre el más curioso.—Lo siento, amor —respondió ella con una sonrisa cálida—, ahora estoy muy cansada. Continuaremos mañana.

Camino de agua y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora