Baquear: Navegar con las velas al filo del viento.

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En su vigésima octava vida, la mujer de agua con corazón de fuego, que no sabía amar ni ser amada, regresó con memoria de sus encarnaciones pasadas. Esta vez, como ya conocía todos los secretos de la naturaleza, pudo ayudar a los demás. Su servicio era arduo, y los guardianes de agua y fuego, sus ancestros, le concedieron favores especiales. Pudo colocar su casa a la orilla del estero y, aunque el agua subía con furia, siempre se retiraba respetuosamente al borde de los escalones de su hogar. Jamás hubo tormenta, inundación, ni desastre alguno que pudiera abatir la frágil casita donde se refugiaba.


En este pueblo, ahora avanzado, se jactaban del olor a chocolate, mientras el café se tostaba y molía, liberando un aroma que se mezclaba con el salitre de la ría. La mujer había crecido a la orilla de esta ciudad con palacios de cristal y un mercado que se extendía al pie del río. No era una ciudad cuadrada, sino radial, capaz de perderte o atraparte. La misma ciudad que te lo daba todo, también escondía historias de miedo y fantasía.La mujer de agua sonreía cada vez que escuchaba estas historias, pues sabía que eran sobre ella y conocía secretos que nadie más podía vislumbrar. También sabía lo que debía hacer. En esta vida, debía aprender algo esencial: la mujer sin sombra y completa en sí misma debía hallar la forma de amar a los demás, incluso si no recibía amor de vuelta. Así que caminó por la ciudad, subiendo y bajando calles, llevando conocimiento, medicina y avances, siempre con una sonrisa y ocultando sus ojos a los desconocidos. Su figura se escondía bajo los amplios vestidos importados de otras tierras, inadecuados para el sol inclemente de la ciudad, pero necesarios para su propósito.


Un día, en su recorrido habitual, llegó a la Plaza Seminario, uno de sus lugares favoritos, con su empedrado distintivo, la pequeña laguna y la gran cantidad de animales. Las aves multicolores se desvivían cantando en la orilla, y su preferido era un loro azul con amarillo que habitaba en lo alto de un almendro. Alzó la mirada para observarlo con placer, pero tropezó con un hombre de piel oscura, acento extraño y ojos aceituna, quien la miró altivamente, apartándola como si fuera un objeto insignificante.


La mujer de agua se encogió de hombros. No permitiría que las creencias de un hombre la disminuyeran.—Las ventajas de ser completa en sí misma —murmuró, levantando la cabeza para seguir caminando.


El hombre, sorprendido, giró la cabeza. Normalmente, las mujeres regresaban para demostrar su valía, pero esta era diferente. Debía verla mejor. Además, había algo en sus ojos que le llamaba la atención. Buscó su sombra bajo el sol incandescente y no la encontró. Aquella mujer era algo especial.Con el pasar de los días, continuaron encontrándose. Ella lo esquivaba, ignorándolo por completo, lo que solo aumentaba su interés. Conoció a sus hermanos, hizo todo lo que debía hacer, y finalmente fue presentado a ella. Como mujer educada, escuchó lo que tenía que decir, y, desde entonces, coincidieron más veces. Él se enamoró, a pesar de que ella le advirtió claramente que no sabía amar, aunque comprendía el acto de servir como una forma de amor. Aun así, se divertían juntos y se complementaban bien, por lo que decidieron vivir juntos.


Poco después, la mujer quedó embarazada. A diferencia de otras vidas, esta vez tuvo un hijo con alma de agua, que tenía los ojos con fondo rojo, en los que ella se veía reflejada cada vez que lo miraba. El niño se convirtió en el centro de su mundo, y ella, como una embarcación a la deriva, fue arrastrada por la corriente del amor maternal, tanto que habría matado por proteger y cuidar a ese niño de fuego. Su relación con el hombre se arruinó, pero a la mujer no le importó, pues había encontrado el verdadero amor. El niño creció feliz y tuvo una larga vida cerca de su madre.Cuando la vida del niño llegó a su fin, la mujer de agua con corazón de fuego, completa en sí misma y sin sombra, comprendió finalmente el dolor de perder a un ser amado. Su grito fue tan fuerte que el agua subió para llevársela, tratando de apagar el fuego de su alma.En su vigésima octava vida, la mujer aprendió su lección más importante: amar a alguien nacido de su carne. Y, en un altar lejano dentro de una cueva, la pieza central de la maldición se rompió por dentro. La mujer, madre de la maldición, envuelta en su capa de polvo y aguardando su momento, abrió los ojos con furia. Su tiempo de actuar había llegado.

Camino de agua y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora