Efímero: Aquello que dura por un periodo muy corto de tiempo.

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Esa mañana, Illa se levantó un poco más temprano de lo habitual. Salió a dar una vuelta con sus dos enormes bulldogs, los cuales amaba profundamente; eran uno de los pocos caprichos que se permitía en esta vida que le había tocado vivir. Los animales necesitaban mucho ejercicio, así que el paseo fue largo. No era lo mismo que cuando podían correr libremente en la finca o cuando los llevaba al manglar para visitar a la abuela. Aunque en esas ocasiones, los perros andaban con cautela para evitar ser presas de un cocodrilo. Siempre regresaban sucios y cansados, pero esos momentos eran felices, ya que a Illa no le importaba ensuciarse, y sus perros lo consideraban uno más de la manada, lo que los llevaba a compartir mil travesuras con él.


Al regresar, dedicó una hora completa a practicar sus habilidades de combate. Era muy bueno en la pelea a mano limpia, con armas cortas, machetes, espadas, y en lucha callejera. Aunque su cuerpo parecía más delgado en comparación con el de sus hermanos, poseía la misma fuerza descomunal, tanto física como espiritual y mental. Entrenaba rigurosamente cada parte de sí mismo, buscando estar preparado para cualquier eventualidad. Al finalizar, su cuerpo fibroso brillaba por el sudor, su respiración agitada resaltaba su torso cincelado, y las venas delineaban sus músculos. Se pasó una toalla por el rostro y la arrojó sobre las escaleras que llevaban al interior de la casa. Luego, se sentó en el escalón inferior y meditó durante media hora, concentrado en su respiración. Entró a la casa por la cocina, donde tomó una pera de uno de los cuencos destinados para el desayuno.


Después de bañarse, arreglarse, desayunar y alistarse para ir a la oficina, todo se desarrolló con movimientos eficientes y rápidos. Justo al entrar por la puerta de su pequeña oficina, uno de los robots pequeños que rondaban por todas partes dejó un café de aroma fuerte y especiado sobre la mesa. En el sofá cercano lo esperaba Antay, sosteniendo una misiva en la mano. Illa lo miró interrogante mientras tomaba un sorbo de su café, cerrando los ojos con satisfacción.—Mara dice que llegarán esta semana —comentó Antay, arrugando el papel en su mano—. Han sido años, y aunque no lo parezca, extraño a mi esposa y amiga. Se suponía que para esta fecha todo debía estar resuelto.


Se levantó del sofá y comenzó a caminar de un lado a otro en la oficina, sin dejar de hablar.—Todavía no sabemos dónde está el libro. La última vez que lo vimos estaba en la casa de la abuela, pero no puede haberse perdido. Y Nuna aún no despierta del todo; sin la información que está en ese libro, existe la posibilidad de que su despertar sea una versión que no queremos experimentar. Las únicas veces que alcanzó el estado de completa en sí misma sin guía, le tomó toda su vida, y el resultado fue ese libro que acorta los pasos y nos lleva directo al estado final o...Antay miró hacia la puerta, como si esperara que alguien lo interrumpiera.—La segunda vez fue tres vidas antes de esta, cuando cayó en un sueño de muerte durante meses, como si su cuerpo se reiniciara —continuó, volviendo su mirada a Illa, quien seguía tomando café con aparente calma—. No sé tú, pero no pienso repetir esa experiencia. Sabemos dos cosas con certeza —dijo, levantando una mano y enumerando con los dedos—: ella no tiene la energía suficiente para regresar completa en cada encarnación, y esta es nuestra última oportunidad. Si fallamos, seremos cenizas sin oportunidad de avanzar.Illa se recostó en su silla con una expresión divertida mientras miraba a su hermano, cuyo ceño se fruncía en respuesta a su aparente desinterés.—La ventaja de tener a una mujer que sabe todas las respuestas a tu lado es que te facilita las decisiones y —sonrió con orgullo— puede ver cosas desde ángulos que tú y yo jamás consideraríamos.Abrió uno de los cajones más cercanos y sacó una caja envuelta en una franela. Después, desplegó un mapa que mostraba todos los recovecos de la zona, rodeada de ramales de estero y bosques secos ricos en maderas preciosas. Señaló con un dedo un área rodeada de manglar que se abría hacia el interior, formando un bosque de palo santo y terminando en la base de un pequeño cerro con varias cuevas en su interior.


—Tantos años buscándola, y la maldita perra estuvo aquí todo el tiempo, al alcance de nuestras manos —señaló un círculo amplio en el área cercana—. Este es el lugar donde nuestros ancestros se conocieron y... —indicó un punto cercano al río— el sitio donde todo comenzó. Dekvi es una mujer brillante.Antay no pudo evitar sonreír. Después de años de peleas y enfrentamientos, ambos habían aceptado lo que sentían el uno por el otro, y ahora, ni siquiera tenía palabras para describir lo afortunado que se sentía su hermano. Sacudió la cabeza para despejarse y se inclinó sobre la mesa, sorprendido al ver el libro de la mujer completa en sí misma intacto, envuelto en una cinta rosa que había desaparecido entre las cosas de Nuna antes del incendio, junto a una nota firmada por ella. También había un pequeño cofre que Illa abrió con cuidado.Dentro del cofre había cuatro ruedas de cuarzo, cada una representando a un hermano atrapado por la maldición, todas rotas, indicando su libertad. Solo quedaba una pieza intacta, y cuando esta estallara, todas las demás se convertirían en polvo, marcando la liberación final de todos los involucrados en esta historia que parecía no tener un final feliz.


Antay, abrumado, tomó las piezas de cuarzo ahumado que lo representaban y las sostuvo con fuerza, rompiéndolas en sus manos. Illa las apartó y lo envió de regreso a la ciudad para preparar todo para la llegada de Mara y Nuna, enfatizando que no debían decir ni una palabra a nadie sobre lo ocurrido. El resto del día transcurrió con normalidad, hasta que Illa, al entrar en la habitación que compartía con Dekvi, no pudo evitar caer de rodillas, llorando de alivio por su libertad, pero también maldiciendo el orgullo que lo había llevado a un amor tan intenso como efímero.


Dekvi, la mujer que tenía todas las respuestas, había muerto la noche anterior en sus brazos, víctima de una fiebre que solo afecta a los extranjeros cuando visitan el trópico.

Camino de agua y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora