Litoral: Perteneciente o relativo a la orilla o costa del mar.

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En su trigésima tercera vida, el tercero de los hermanos estaba agotado. Harto de la rueda de dolor y angustia, y sobre todo, cansado de repetir la misma historia una y otra vez. Había encontrado el amor en numerosas ocasiones, pero su falta de confianza hacia sus parejas siempre lo llevaba al fracaso. Un fracaso que no se repetía en las demás áreas de su vida. Esta vez, enfocaba sus esfuerzos en salvar un barco que debía pasar frente a los piratas del golfo y llegar a puerto a salvo. Con esa misión en mente, se dirigió hacia el fuerte, que se erguía orgulloso frente al cerro de la ciudad, testigo de tantas batallas.


La pesada puerta de madera se cerró en su rostro. Se quedó mirando las vigas ornamentadas con herrajes de hierro, completamente estupefacto. Lanzó al guardia una mirada enfadada que lo hizo bajar la cabeza asustado, dio media vuelta y salió del fuerte, arrugando la misiva que llevaba en una mano mientras con la otra oteaba el horizonte en busca del barco que traería un cargamento valioso desde la India, solo para él y sus hermanos. A lo lejos alcanzaba a ver la Isla Santay; tras ella, debían estar escondidos los pequeños botes de los piratas de la zona.


Se apartó del fortín y se acercó a las murallas, observando la fuerza de los cañones. Luego, miró al horizonte, buscando una vela gris acompañada del humo característico de los barcos a vapor. La tecnología había desarrollado barcos que empleaban tanto el vapor como el viento, acortando los recorridos considerablemente. También se podía viajar por aire, y los trenes cruzaban el país a toda velocidad. Sin embargo, no se veía nada en el horizonte, así que dio media vuelta y se lanzó calle abajo, en dirección al mercado cerca del palacio municipal.A medida que se acercaba al mercado, la energía se volvía más dinámica, más acelerada. Bajaba la cabeza en señal de saludo repetidamente, levantando su sombrero ante las damas que le sonreían abiertamente al verlo. Su aspecto era peculiar, incluso para los lugareños: su cabello largo, negro y espeso, caía lacio sobre sus hombros, llegando hasta los omóplatos. Pendientes de obsidiana colgaban de sus orejas, y en la derecha llevaba un hueso de venado, puntas de ojo de buey, piedra de sol, turmalina y piedra luna. Sus ojos oscuros brillaban con inteligencia y diversión, dando la impresión de burlarse de la gente, mientras su boca mantenía una sonrisa torcida. Su rostro estaba limpio, sin rastro de barba o bigote.


Llevaba una camisa de algodón que cubría su cuerpo largo y anguloso, sobre la cual lucía una chaqueta de cuero con suficientes bolsillos y compartimientos para ocultar armas de todo tipo. Su pantalón oscuro, hecho de tela resistente para viajes, se perdía en el interior de unas botas altas de cuero de cocodrilo. Caminaba sin prisa entre los carromatos a vapor, el tranvía y el reciente invento llamado automóvil, aunque no veía mucha diferencia con los vehículos a vapor más allá de la velocidad.Cruzó descuidadamente uno de los puentes, acariciando con los dedos las flores blancas de los laureles, mientras admiraba a una garza que pescaba con las patas hundidas en el fango hasta las articulaciones. Sonrió a una de las señoras del mercado, vestida con colores propios de su tribu, y tomó una manzana amarilla muy pálida. Lanzó una moneda sobre la mesa y continuó mordiendo la fruta con fruición; una gota de jugo se deslizó por su barbilla, la limpió con el dedo y lo llevó de nuevo a la boca.


Se detuvo frente a unas oficinas ubicadas justo delante del mercado, entró con seguridad, y arrojó su sombrero y chaqueta sobre una silla. Bajó los escalones con cuidado, procurando no pisar los pequeños robots que transportaban herramientas, café e insumos de un lado a otro, mientras por encima de su cabeza circulaban cables que llevaban notas, facturas y pedidos urgentes. El teléfono no paraba de sonar y la joven que atendía no dejaba de direccionar llamadas. Al principio, lo miró con el ceño fruncido, pero luego sonrió ampliamente y señaló la oficina donde se leía "Amos del aire, mar y tierra", un nombre pretencioso que a sus hermanos les había parecido gracioso.Cerró la puerta tras de sí, se sentó en la silla tras el escritorio donde se acumulaban papeles, facturas y planos. Ignoró olímpicamente el desorden, subiendo los pies sobre la mesa mientras un robot le traía un café de aroma profundo y especiado. Le dio un sorbo, cerrando los ojos en un suspiro de satisfacción. Luego, levantó la mirada hacia el sofá donde estaban sentados sus hermanos, observándolo interrogativamente.


—¿Qué? —dijo ásperamente—. Si hubiera obtenido algún resultado, no estaría sentado aquí tan tranquilamente —se apoyó aún más en la silla giratoria—. Definitivamente fue una mala idea.Dejó el café sobre la mesa, hizo un sombrero de papel con una de las hojas que había sobre el escritorio y lo colocó sobre el robot que le había traído el café.—Listo, así te ves más hermoso —el robot sacudió la cabeza furiosamente, pero el sombrero quedó en su sitio, por lo que bajó la cabeza apesadumbrado.Sus hermanos comenzaron a discutir entre ellos, barajando opciones sobre qué hacer a continuación. Tras un rato, se volvieron hacia él en busca de la decisión final. Rumi, el mayor de todos, se acercó y puso una mano en su hombro; Antay y Wari, el chamán con ojos de águila, estaban a su espalda, manteniendo formación, como habían hecho desde niños.—Illa, entonces, ¿qué hacemos?


Illa terminó su café, se levantó cuan alto era y enfrentó la mirada de su hermano mayor. Habló en quechua, la lengua sagrada que solo los nobles podían hablar, procedencia que ellos se esforzaban por ocultar. La mayoría de la gente hablaba la lengua común, una mezcla de palabras de diversas nacionalidades. Las palabras de Illa sonaron más fuertes que un rayo en un cielo despejado, dejando al descubierto la fuerza oculta bajo su apariencia despreocupada y mostrando que estaba dispuesto a proteger lo que más le importaba: su familia.


—Entonces —sonrió oscuramente— haremos la guerra.

Camino de agua y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora