19.

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Piero refunfuñó por lo bajo.

El rubio había vuelto a retroceder todos los pasos que habían avanzado. La última vez lo había asustado, solo porque le había robado tres orgasmos solo con sus manos.

Desde entonces estaba alejado.

Cobarde.

Él estaba lleno de deseo. Necesitaba liberarlo, y la única persona con lo que podía hacerlo era Amber.

Su relación de amigos con derechos había florecido a tal punto que se contaban de todo. Casi de todo.

Piero no le contaba sobre su atracción por el rubio, eso era un secreto que nadie, aparte de su hermana y Martín debían saber.

Amber se estiró a su lado, gimiendo.

Estaban descansando después de una sesión de sexo enojado.

—Hoy estuviste muy frenético. ¿Qué te molesta?

Piero resopló.

—La persona que me gusta me está evitando. Ya nos hemos tocado sexualmente. También me desea, pero después se esconde. Es frustrante.

—Hmm... Deberías probar dejar de tentarla. Si también te desea y como se han tocado, buscará contacto contigo una vez que dejes de hacerlo. Deja de perseguir, que tu presa se acerque a ti.

—¿Crees que funcione? —preguntó intrigado.

—Oh, sí. A mí me funciona.

Piero sonrió malicioso y se lanzó sobre ella, acomodándose entre sus piernas.

—Gracias por la idea.

—Es solo una idea, pero aceptaré tu gratitud de igual forma —canturreó, abriéndose a él.

Piero aceptó la invitación con gusto.

...

Durante los siguientes días dejó de perseguir a Antonio. Si estaban cerca era nada más por trabajo.

Antonio le daba miradas curiosas, pero él las ignoraba todas.

Cuando iban a un lugar apartado, Antonio se quedaba quieto en la espera de que Piero lo acorralese para manosearlo o algo, pero él lo pasaba de largo.

Fue su propio juego y ya se estaba cansando de ello.

Si Antonio quería su atención, pues que lo busque, Piero ya no iría tras él.

—¿Por qué la cara larga? —preguntó Beatrice—. Otra vez Antonio te dejó pintado, ¿cierto?

Estaban en casa, descansando al lado del otro sobre el sofá.

—¡Es tan terco! —gruñó, levantándo las manos hacia arriba—. No entiendo por qué de repente retrocedió, ya estábamos bien.

—¿Quieres decir bien cerca de la cama?

—Eso también...

—Pero si el pendejo no cambia, búscate otra diversión —exclamó ella, ya harta de los lloriqueos—. Hay montones de chicos más bonitos que él. ¿Qué tanto le ves?

—Solo me gusta Antonio. Los demás no me interesan.

Beatrice gimió.

—Cielos, son más complicados que yo...

Piero entrecerró los ojos hacia ella, sin previo aviso saltó hacia ella y bajó el dobladillo del cuello de su blusa, revelando marcas de chupetones.

—Esto es... —Observó con detenimiento a su hermana.

RETORCIDA SANGRE (Ese Es El Trato 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora