8.

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Alexa estaba acurrucada en el baño, cerca de la tina. Aterrada y sola.

Unos golpes en la puerta le dieron un respingo. Aguantó la respiración cuando la puerta volvió a sonar.

No era Leonardo ni Piero, ellos habrían abierto la puerta o la hubieran llamado.

Se tapó la boca con las manos cuando la puerta recibió un fuerte golpe, una patada tal vez. Fue golpeada una, dos, tres veces, y la cerradura comenzó a tronar.

Las lágrimas salpicaron sus mejillas. Sea quien sea el que quería entrar, no tenía buenas intenciones.

Con un último golpe la puerta se abrió estruendosamente y dejó pasar a un hombre alto, rubio y enorme.

El corazón se le encogió cuando este le dedico una sonrisa, no de buena manera.

—Vaya, vaya... ¿qué tenemos aquí? —canturreó y se acercó a ella, sacando un cuchillo de su funda y le apuntó con ella—. La esposa de Leonardo, ¿cierto? Menuda mujer.

—P-por favor... por favor, no me hagas daño... —gimoteó—. No me lastimes... por favor, no...

Él se acercó aún más hasta agacharse a su altura.

—Oh, no te haré daño, dulzura... no tanto al menos. —Soltó una risita—. Hagamos ésto de forma rápida, ¿sí? Yo te llevo a otro lugar sin que pongas resistencia, y podremos hablar tranquilamente, ¿te parece?

Ella negó con la cabeza, sin poder hablar por el miedo. Pero el sujeto la tomó del brazo y la obligó a levantarse. Ella comenzó a forcejear, no se dejaría arrastrar fácilmente.

—Deja la mierda de una puta vez —gruñó el hombre, y apretó su agarre—. Es mejor para ti obedecer.

Alexa hizo un movimiento que a duras penas logró recordar de los entrenamientos de sus hijo.

Lo golpeó en el interior del codo y la muñeca para que el agarre se aflojara, y lo empujó hasta que el rostro del hombre chocó contra el espejo sobre el lavabo, haciéndolo trizas.

Él maldijo y cayó sentado al piso. Alexa aprovechó para correr, pero al dar unos paso, él la sujetó de la muñeca y la jaló hacia atrás para después darle una gran bofetada en la mejilla con tal fuerza que la tiró sobre el piso.

Gimió ante el ardor punzante que recorrió casi la mitad de su rostro y el sabor metálico inundó su lengua. Su labio inferior palpitó y escoció dolorosamente. Intentó arrastrarse hacia la salida, pero fue arrastrada de vuelta hacia el interior.

El hombre la volteó hasta tenerla boca arriba y se subió sobre ella, entre sus piernas, enredando ambas manos alrededor de su delicado cuello.

—Maldita perra. —Su agarre se aprieta—. Hagámoslo a mi manera, entonces. —Comenzó a estrangularla.

Ella se aferró a las muñecas ajenas en un inútil intendo de alejarlo. La presión se hizo más fuerte, y ella boqueó por aire, pero no llegaba lo suficiente. Su cabeza comenzó a palpitar y su mejilla magullado se sentía arder.

Su mente poco a poco comenzó a nublarse y más lágrimas cayeron por él rabillo de sus ojos.

En un último movimiento desesperado, tomó los pequeños granos de valentía, soltó su agarre de las manos ajenas y de inmediato la presión se multiplicó, cortándole totalmente el aire.

Sus ojos se nublaron por completo, sus manos palmeáron los brazos ajenos, subiendo más hasta que encontró una zona blanda entre las costillas y la axila. Con toda la fuerza que le quedaba, golpeó la unión del brazo ajeno con su puño, y este la soltó del cuello. Ella lo golpeó en la nariz con el talón de la mano y mandó hacia atrás su cabeza por la fuerza del golpe.

RETORCIDA SANGRE (Ese Es El Trato 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora