10.

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Esa noche, Piero sintió a su cuerpo ligero y a su mente libre. No tanto como lo deseaba, pero ya no estaba comprimido en una bola negra. Todo su ser parecía respirar ahora que al fin había dejado de lado esa máscara.

Fingir todo el tiempo había sido difícil, simular sus viejas emociones fue agotador y sofocante. Lo había hecho por sus padres, para reducir la culpa que obviamente sentían, aunque no lo fueran.

Siempre se había reprimido tanto física como mentalmente durante años. Ahora era libre de mostrarse.

No habrá remordimiento, ni habrá mentiras.

Ya no era el Piero de trece años, él ya estaba muerto. Ahora era otra persona, una muy diferente.

Dormir nunca se había sentido más pacífico ni tranquilo como ahora. Todos sus músculos relajados, cedieron totalmente al sueño al momento en que tocó la cama.

Estaba cansado.

Por un tiempo, sus sueños se volvieron erráticos, confusos y retorcidos. De un momento a otro sintió como si hubiera caído a un abismo y abrió los ojos de golpe.

El brillo del sol lastimó sus pupilas.

—¡Ay, mierda! -se quejó y se dio la vuelta boca abajo en la cama—. ¿Mmm?

Sintió la presión de algo incómodamente abultado debajo de él y dolía. Lentamente se dio la vuelta boca arriba, levantándo el edredón que lo cubría y jadeó al ver el prominente bulto entre sus piernas.

Rápidamente miro a su lado, pero estaba solo en la cama. Beatrice ya se había despertado.

Con una mano lo palpó con toquecitos, estaba duro... extremadamente duro. Estremecimiendose, levantó el dobladillo de su piyama y ropa interior, dejando libre a su miembro endurecido que se irguió hasta pegarse a su vientre.

Tenía una ereccion... ¡Estaba erecto!

Se miró a sí mismo fascinado. Después de tanto tiempo, jamás pensó que podría tener una. Desde que lo habían dañado, nunca había tenido esa reacción fisica, nada lo activaba. Pensó que estaba dañado internamente, ya que no sentía nada, ni la más mínima sensación de deseo.

—Ugh... —tocó la cabeza rojiza y goteante. Estaba húmedo por toda la longitud—. ¿De verdad fue porque dejé de reprimirme? —se preguntó a sí mismo.

Sea lo que sea que le haya causado la ereccion, no le importaba. Estaba demasiado emocionado por el cambio de su cuerpo.

Era algo bueno, ¿no?

Jadeó cuando envolvió su mano alrededor. Estaría bien explorar, ¿verdad? Era su propio cuerpo y debía conocerlo. Hacía tanto tiempo que no se daba la libertad de intentarlo.

Con una ultima miradita a la puerta cerrada, se dispuso a tocarse.

Sujetó su hombría con firmesa y comenzó de arriba a abajo lentamente, una corriente lo atravesó al instante. Buscando los lugares correctos, encontró su propio ritmo.

Los movimientos se hicieron más fáciles por el presemen, y pronto se escuchó los sonidos húmedos y viscosos.

Los músculos de su abdomen se contrajeron, hundiéndose bajo los efectos de las sensaciones. Sus caderas se movieron solas, sin poder evitar encontrarse con su mano al bajar.
Cerró los ojos mientras se arqueaba.

Con un agarre más firme, se movió con más vehemencia.

Temblando. Jadeando y gimiendo.

La presión aumentó desde la ingle hasta apretarse en sus sacos seminales.

RETORCIDA SANGRE (Ese Es El Trato 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora