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Nunca en su vida esperó recibir tal golpe de su propio hermano.

Sentada en el piso, tapando su nariz sangrante y mirando a su gemelo con asombro y sorpresa.

Él estaba pálido y terriblemente asustado por su propia acción.

Fue solo un accidente, su propio error.

Estaban entrenado como siempre lo hacían, pero subieron de nivel a la intensidad. Piero se emocionó demás y Beatrice se distrajo en el peor momento.

Lo último que sintió fue un poderoso puñetazo en a cara, la cual la mandó directo al suelo, con la cabeza dando vueltas y la nariz ardiendo.

Piero redondeó los ojos, totalmente pasmado.

—¡Cristo, Betty! —se agachó para poder observar lo que hizo—. Lo siento mucho, no quería pegarte tan fuerte.

La ayudó a levantarse, con ella aún en estado aturdido.

—¿Qué te trae de tan buen humor? —le preguntó con la voz amortiguada—. Solo te pones así cuando estás feliz. ¿Qué fue?

Piero evitó responderle.

En un baño, llenó el lavabo de agua para limpiarle la sangre. Tenía el rostro mortificado por la culpa.

Beatrice se dejó hacer tranquilamente, siseando ocasionalmente por el dolor y arrugando el gesto, pero no despegó los ojos de su hermano, deseosa de saber la razón de su repentino ataque de felicidad.

—Perdón —murmuró una vez más.

—No importa. Dime ¿qué es lo que te pasa?

—Yo... eh...

—Suéltalo.

—Me follé a Antonio.

Después de un largo silencio, Beatrice silbó.

—Verga. Con razón tan contento. Le reventaste el durazno.

Un ataque de risa histérica atacó a Piero por las palabras de su gemela.

—Esto lo tengo usar a mi favor —una sonrisa malévola estiró los labios de Beatrice—. Lo voy a gozar...

Piero ya sabía que ella atormentaría al rubio por el resto de su vida. Ser follado por un hombre no era para menos.

Pobre.

Él tampoco estaría a salvo.

...

No era común recibir quejas de las chicas del burdel. Pero últimamente había algo o alguien quien las molestaba.

—Amber dijo que la misma señora volvió ayer con la intención de comprarlas.

Piero revisó la lista de las chicas amenazadas, y eran muchas.

—¿Quién? —preguntó Beatrice.

—Mónica Slander.

Ella lo pensó.

—Mónica, Mónica, Móni... Ah. La rubia tetona, ¿no?

—Síp, esa misma.

Era una mujer alta y delgada, más plástica que natural para mantenerse en línea.

Una vez quiso ofrecerle sus servicios a Leonardo. Obviamente la rechazó.

Después de un tiempo, intento con Piero, quien estaba curioso y aceptó.

De ahí a su insistencia en querer comprar a sus chicas para alzar sus cadenas de burdeles. Creyendo tener la confianza.

Una mamada no inclinaría a Piero hacia su oferta.

RETORCIDA SANGRE (Ese Es El Trato 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora