23.

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Por muy feliz que estuviera por el regreso de su hermanita, Antonio parecía estar más contento al ponerse de rodillas frente a él mientras su boca lo adoraba con gargantas profundas que le hacían temblar las piernas.

Un baño refrescante fue la idea en un principio, pero las cosas se calentaron, y ahora estaban... como ya saben.

Jodiendo.

Una vez que terminó en su garganta, él lo soltó con un obsceno chasquido húmedo para después levantarse y atrapar sus labios en un beso sucio.

Piero estaba flotando en la nebulosa placentera, que no prestaba atención a nada más que no fuera el beso embriagador.

Entonces lo sintió empujar un dedo... allí atrás. La tensión crispó sus nervios, su cuerpo actuó con voluntad propia, fue un reflejo involuntario pero estampó a Antonio contra el piso con fuerza.

Su grito despertó a Piero de su bruma y se alejó de él por la sorpresa.

El rubio estaba pasmado, asombrado y adolorido por semejante arremetida.

—¡¿Qué fue eso?!

La ira reemplazó a la sorpresa. Piero apretó los labios.

—¡Te dije que no me tocara ahí! ¡Te lo advertí muchas veces, maldición! —salió del baño echando humos.

Ya estaba vestido cuando Antonio salió cojeando. La culpa le pinchó el pecho, no fue su intención lastimarlo.

—Lo siento.

El rubio resopló y se sentó sobre el colchón haciendo una mueca.

—No... Ah, olvídalo. Estoy bien. No pasa nada —levantó el pulgar—. Buenos reflejos.

Piero gimió. Le indicó que se recostara boca abajo para revisar el golpe. Había una gran marca roja, justo encima de la nalga derecha. Para el día de mañana sería un gran moretón.

—Esto de dolerá aun más mañana —dijo masajeándo su espalda.

—Lo sé. Deberías compensarme por esto —canturreó con un mohín falso.

Piero enarcó una ceja.

—No fue mi culpa, te pasaste de raya, pero supongo que daré ese gusto... por ahora.

Le dio la vuelta, dejando libre su miembro ya erecto. Con una sonrisa burlona procedió a atenderlo, someterlo con su boca.

Aún estaba enfadado, pero sus gemidos y siseos fueron suficientes para aplacarlo... por un momento. Como no quería lastimarlo más, no terminó con follárselo, aunque estuviera rogando.

—Te dolerá peor si te follo, conformate con una mamada, que al final es lo que los dos obtuvimos.

Antonio estuvo a punto de replicar, pero cerró los labios en resignación.

Bien.

Treinta minutos después, ya estaban en el campo de práctica frente a quince soldados nuevos.

Niños.

Todos entre diez a doce años, en espera de orientación y entrenamiento. Deseosos y hambrientos de aprobación.

Cuatro niñas y once niños.

Habían hablado sobre integrar a niñas al entrenamiento para no dejarlas vulnerables ni indefensas por nada. Muchos se negaron a integrar a sus princesas con la idea de que no era digno que una mujer peleara. Otros optaron por fortalecer a sus hijas.

Y ahora estaban divididos en dos grupos. Beatrice con las niñas y con los niños más jóvenes. Piero estaría encargado del resto.

No iban a entrenarlos como tal, solo supervisar que todo fuera bien.

RETORCIDA SANGRE (Ese Es El Trato 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora