A los diecisiete años, los gemelos no solo crecieron física, sino mentalmente también. El estudio en casa trajo muchos beneficios. No tenían que asistir a eventos colegiales, ni soportar a la gente.
Estaban bien en casa. Y otro tema a tratar era que habían iniciado a los quince años una capacitación marcial. Entrenamientos y ejercicios que los ayudaban a fortalecerse.
Su padre era quien les enseñaba la mayoría de veces. Samuel también se había ofrecido en ayudar.
Al principio, no se sentían seguros de poder practicar con él. No por miedo, sino por la impulsividad que albergaban dentro. La ira no se había ido, persistía como una lava ardiente, y temían descargarla contra Samuel.
Claro que él podría estamparlos contra el suelo fácilmente.
Pasaban la mayor parte del tiempo en el gimnasio. Funcionaba como un gran diatractor de sus problemas y frustraciones.
Por las constantes peleas y entrenamientos en el gimnasio, sus cuerpos habían crecido, ganando fuerza, más resistencia y velocidad.
A los pocos años, se habían convertido en peleadores natos, fuertes y brutales.
Pocas veces salían a la superficie. Se sentían abrumados entre tanta gente, y siempre estaba la ansiedad de sentirse constantemente vigilados, como si miles de ojos estuvieran puestos sobre ellos, era jodidamente frustrante e inquietante.
Ahora, los gemelos estaban postrados en el piso después de una larga y ardua pelea. Beatrice tenía el labio inferior cortado. Piero tenía una ceja partida, la mejilla hinchada y los labios sangrando. Los nudillos de sus manos estaban rojos y a carne viva.
No los importó el dolor, fue bueno.
Con un gemido bajo, Beatrice se levantó y se alborotó el cabello corto. Se había hecho un recorte tomboy, pues no le gustaba cómo se veía, odiaba tenerlo largo, le recordaba cómo la habían agarrado de ella, para sostenerla y poder abusar de su cuerpo sin que ella pudiera defenderse ni escapar de ellos.
Con un cabello tan corto, no había peligro de que alguien pudiera atraparla de ella. Y le gustaba así.
Fulminó a su gemelo con los ojos.
—¿Alguna vez dejarás de contenerte conmigo?
—Sabes que no me gusta la violencia, y tampoco quiero hacerte daño —murmuró Piero con voz ronca, y los ojos cerrados.
Beatrice resopló, rodando los ojos.
—Esa mierda es una gran mentira. Sé muy bien que te gusta la violencia. Solo quieres negarte a ti mismo. ¿Qué te impide mostrarte tal como eres, fratello? —le dio un golpecito en el abdomen duro—. Por mucho que lo intentes, no podrás liberarte del demonio con el que hemos nacido. No somos normales.
— Y ¿qué hay de malo con intentar serlo? ¿Qué si intento ser diferente a nuestros antepasados? ¿Acaso está mal intentar ser mejor? Quiero ser alguien bueno, no otro monstruo más —refunfuñó sentándose.
—Sabes que no será posible. Sellamos nuestro destino cuando matamos a esos cabrones. —Beatrice lo agarró del cuello y lo obligó a mirarla—. Siempre fuimos monstruos.
—Monstruos dormidos, lo sé —murmuró Piero con derrota.
—Si lo sabes, ¿por qué sigues luchando?
—Porque no se la quiero dejar fácil —se burló sonriendo.
La puerta del gimnasio se habrió de golpe, y dejó entrar a dos chicos.
—¡Aquí están mis gemelos favoritos! —canturreó Antonio, abriendo los brazos.
Piero y Beatrice no pudieron evitar tensarse ante la repentina aparición. Por muy amigos que fueran, no estaban muy cómodos en su presencia.
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RETORCIDA SANGRE (Ese Es El Trato 2)
DiversosSEGUNDO LIBRO DE LA SAGA (ESE ES EL TRATO) 1 - Retorcido Capricho. 2 - Retorcida Sangre. 3 - ... 4 - ... 5 - ... Los gemelos, nacidos bajo las alas amorosas de su familia, conocerán la verdadera naturaleza de su mundo. Nadie los concederá. Nadie...