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La sangre goteaba de las manos de Beatrice.

Había realizado su trabajo con el deudor. La adrenalina de la caza aún zumbando en sus venas. Había sido emocionado, pero al final sintió lástima por él, más bien por la familia del viejo.

Era un adicto al alcohol y a las apuestas. Todo lo que tenía lo gastaba en los casinos y los bares.

Pedir dinero prestado y no devolverlo requería un castigo severo, pero no lo suficiente como para impedirle movilidad.

No era un trabajo bonito ni encantador, pero lo hacía para callar a los viejos anticuados y mostrarles que no era una carga por ser mujer.

Una actitud feminista no era lo único que podía lanzarles. Tenía que ser "hombre" en toda la regla.

Poseía todos los rasgos posibles, exceptuando el pene.

Escuchaba los chismes.

Muchos decían que era una marimacho, otros, lesbiana, incluso decían que era hombre o algún fenómeno entre los dos géneros.

Su estatura era mayor que el promedio entrlas mujeres. Con un metro de casi ochenta de altura, también la tonificación muscular, no le daba mucha ayuda a su feminidad.

Le daba igual.

Después de una última verificación al casino Miller, se dispuso a volver a casa.

De camino, vio a un auto acercarse a toda velocidad. Algo estaba mal.

Entonces abrieron la ventanilla y la punta reluciente de un arma se dio a conocer.

Beatrice aceleró, moviéndose de lado a lado para confundirlos.

Los disparos llovieron, y ella se las devolvió. No sabía quienes eran. Pero la intención era matarla.

Disparó a las ruedas del vehículo

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Disparó a las ruedas del vehículo. Perdió dirección y se tambaleó en zigzag. Para su mala suerte, una bala raspó su muslo, provocando que perdiera equilibrio.

De un momento a otro, ya estaba rodando sobre el pavimento mientras un estruendo resonaba detrás de ella.

Beatrice no quedó limpia. Una herida en el muslo y otra en el costado y pequeños raspones por todas partes, no era para nada satisfactorio.

El auto estaba estrellado contra una columna, el humo se espesaba frente a capó destrozado.

Gimió adolorida al levantarse, agradecido eternamente que su teléfono estuviera más o menos intacto.

Llamó a su hermano.

—¿Estás bien? —preguntó él.

Ella puso los ojos en blanco.

—En efecto... Me atacaron.

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RETORCIDA SANGRE (Ese Es El Trato 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora