26.

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Italia. Iglesia Santa María Sopra Minerva.

Leonel trabó el pincel con pintura, suspendido en el aire mientras agudizaba su audición.

Aparentemente estaba solo en su prisión blanca. Ni un alma estaba cerca, ni siquiera el padre Miguel, y él nunca se iba.

Ruidos traqueteaban fuera de las paredes. Alguien estaba rondando fuera. Desde varias semanas había estado notando la sombra que lo perseguía y rondaba cerca. Leonardo tal vez ya lo sabía.

Tomando una respiración profunda, continuó con su pintura sin aparente importancia a lo que probablemente sería su muerte.

Muchos seguían con querer matarlo, a pesar que la mayoría ya eran vejetes arrugados.

Esta no sería la primera vez que intentaran dar con él. Ni sería la última.

—¿Cuándo volverás, fratello? —se preguntó a sí mismo—. Ya te hecho de menos...

No había vuelto desde hace un tiempo, y eso lo ponía ansioso, inquieto y... solo. Era su única hermano, lo único que le quedaba y no quería estar sin él.

Tantos años lejos y abandonado solo aumentaban su soledad y amargura, ahora que había vuelto a él, no quería que se fuera nunca.

—Debemos estar juntos... —cantó con voz melodiosa—. Eternamente juntos... Fratello.

Los ruidos se hacía más fuertes, cada vez más cerca de la puerta. Ya estaba allí. Apretó el pincel en su mano, preparándose para lo que se vendría.

—Vuelve pronto, fratello —suplicó en un susurro.

La puerta crujió dejando entrar a una persona con su larga sotana blanca y su sonrisa amable.

El padre Miguel Sardony.

Soltó el aire retenido en sus pulmones con lentitud. Padre Miguel ladeó la cabeza.

—¿Qué pasa, hijo? Pareces... asustado.

Leonel sonrió como siempre lo hacía, radiante y contento. Una maldita mentira.

—Creí estar solo, su repentina aparición me sorprendió, eso es todo.

—Nunca estás solo... Dios está con todos nosotros —dijo con su habitual tono apaciguador.

Leonel se abstuvo de rodar los ojos, pero asintió sumisamente.

—Sí...

Miguel hurgó entre las telas de su sotana.

—Quería darte algo. Tu hermano no tendrá tiempo de venir, así que...

—¡¿No vendrá?! —Se alteró de repente.

—Al menos... no en seguida, así que me pidió que te diera esto.

Se acercó con cautela a él. Le dio una bolsita de terciopelo marrón atado.

Leonel ladeó la cabeza, curioso e interesado por lo que había dentro. No esperaba ese gesto de su hermano.

Con ansias desató la bolsita para ver el contenido en su mano. La garganta se le hizo un nudo con lo que vio.

¿Es en serio, fratello?

Era una pulsera de diamante negro con pequeños detalles incrustados, igual a la que tenía de niño, antes de que su padre se lo arrancara para torturarlo.

Si tuviera la capacidad de llorar, lo hubiera hecho allí mismo por los recuerdos que abrazaron su mente. Los pequeños momentos felices de su infancia.

RETORCIDA SANGRE (Ese Es El Trato 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora