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Piero golpeaba la bolsa de boxeo con fuerza y furia. Estaba enfadado.

¿La razón?

Por cierto rubiecito que atormentaba sus sueños con estúpidos anhelos unilaterales.

Antonio y Martín comentaban sus salidas nocturnas, y contaban a cuántas chicas se habían follado casi con orgullo.

Sabía que no tenía derecho a sentirse celoso. Ellos no eran nada. También se había acostado con una chica, y se había sentido bien.

Solo fue un simple Me gusta, pensó con un mohín. Pero hasta ahora, el sentimiento persistía.

¿Podía alguien gustarte por tanto tiempo?

Sí. Para él sí.

Frunció el ceño y se descargó contra el pobre saco.

—Oye, oye, oye... Tranquilo —dijo Antonio, sujetando el saco—. Lo vas a desmontar del gancho. ¿Qué te molesta?

—Tú. —Soltó sin siquiera pensarlo.

—¿Yo? ¿Por qué? —preguntó entrecerrando los ojos.

—Por... nada —negó con una sonrisa—. No importa.

—Piero, dime la verdad. ¿Cuál es el problema? Puedo ayudarte, solo dime.

—Ayúdame a entrenar —dijo en respuesta—. Prometiste hacerlo.

—Voy a patearte el culo. No seré suave contigo. Ya no eres un niño

Piero sonrió. —No quiero que lo seas. Puedes ser tan duro como desees.

—Esto se va a poner bueno —canturreó Martín, acercándose con Beatrice a su lado—. ¿No necesitaremos intervenir?

—No. —Piero le dio el puño a Antonio—. Que gane el mejor...

Chocaron puños y se pusieron en posición.

Piero recorrió el torso desnudo de Antonio con una mirada curiosa.

Antonio sonrió.

—¿Te gusta lo que ves?

—Sí —admitió sin rodeos, y Antonio pareció sorprendido.

Aprovechó su distracción para atacar, fue rápido y directo. Antonio reaccionó a medias, tratando de esquivar y devolver los golpes.

El puño de Piero conectó con el costado de Antonio. Saltó antes de que diera una patada en represalia.

En un impacto pecho a pecho, Antonio perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, pero antes de tocar el piso, Piero lo sostuvo de la cintura, metiendo una rodilla entre las piernas de él, evitando de esa forma que no se levantara con su peso.

Antonio arqueó la espalda por la posición y, accidentalmente, su muslo rozó la entrepierna de Piero.

Él siseó en respuesta al contacto sorpresivo y soltó a Antonio.

Piero sintió un tirón involuntario allí. Sus pantalones cortos no ocultarían una ereccion.

—¿Estás bien? —preguntó Antonio.

—Lo estoy. —Debió mostrar una expresión tensa.

Nervioso y preocupado de que notaran su ligera erección, corrió hacia Antonio y saltó envolviendo sus piernas alrededor del cuello de su cuello, balanceándose con su peso hasta echarlo al piso.

Antonio luchó con la intención de zafar sus piernas, pero Piero las apretó, envolvió su mano alrededor del brazo de Antonio y la estiró hacia un ángulo incómodo. Se apretó más. Si hacía un movimiento, podría dislocarle el hombro o incluso romperle totalmente el brazo.

RETORCIDA SANGRE (Ese Es El Trato 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora