El Equilibrio Perfecto

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"Somos como dos mitades

Que encajan en una sola.

Como las aceitunas:

A mi no te gustan,

A ti me encantan.

En los pequeños detalles,

En las diferencias,

Encontramos el equilibrio,

La razón para completarnos

Sin siquiera intentarlo."

Hay una teoría sobre las aceitunas que siempre me ha llamado la atención. Dice que en una relación, uno de los dos las ama, mientras el otro las detesta. Yo estoy definitivamente del lado de quienes no las soportan. Su sabor es amargo, extraño... no lo entiendo. Pero en esta teoría, eso no es un problema. Al contrario, es lo que equilibra la balanza. Tú, por ejemplo, podrías amarlas, y yo nunca tocaría una. Perfecto, ¿no?.

Es curioso cómo algo tan trivial puede volverse un símbolo de lo que significa estar en una relación. No se trata de que nos gusten las mismas cosas. En realidad, son nuestras diferencias las que nos completan. Piensa en una cena: llega el plato con esas aceitunas que no puedo ni mirar, y sin decir una palabra, me las pasas. Yo, aliviado, y tú, contenta de disfrutarlas.

Pero más allá de las aceitunas, la teoría es que no necesitamos ser iguales para funcionar. De hecho, si ambos odiáramos o amáramos lo mismo, faltaría ese pequeño intercambio, esa conexión tácita que se da cuando complementamos lo que el otro no tiene. A veces, son esos pequeños detalles, como las aceitunas, los que nos permiten conocernos mejor y encontrar un balance perfecto.

En un mundo donde todo parece necesitar ser compatible, quizás lo que más importa es aceptar que las diferencias no son obstáculos, sino oportunidades para mostrar que el amor está en los gestos simples. Y aunque las aceitunas no estén en mi lista de favoritos, me encanta la idea de que algo tan insignificante como un pequeño alimento pueda representar algo tan grande como el equilibrio entre dos personas.

Así que, aunque odie las aceitunas, me gusta pensar que si tú las amaras, no habría problema. De alguna manera, eso solo haría que nuestra relación fuera más interesante. Yo te pasaría las aceitunas, tú las disfrutarías. Y ese pequeño intercambio sería, en realidad, una muestra de cómo el amor funciona: no porque seamos iguales, sino porque sabemos cómo complementarnos.

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