El traficante adolescente

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—Hola, chicas —saludó Jana con una sonrisa dulce, acercándose a donde Ruslana y Chiara pasaban el rato, escapando del trabajo, como era costumbre. La chica, de cabello corto y ojos grises, irradiaba una energía contagiosa que capturaba a quien la mirara.

Ruslana, aturdida por la belleza de la nueva empleada, logró balbucear un escueto—. Uy, qué puntual... —antes de escabullirse con las mejillas enrojecidas.

—Perdónala, es un poco peculiar, pero luego se le coge cariño —dijo Chiara, recibiéndola con una sonrisa risueña.

Jana era una veinteañera que la inglesa había conocido durante su última misión y, a su vez, la primera en la que trabajó como espía en solitario, sin el respaldo directo de los agentes. En un vuelo hacia París, debía detener a un miembro de El Anillo; entre combates de esgrima en la bodega del avión y desesperadas llamadas al equipo en Madrid, había conectado de manera inesperada con su compañera de asiento, aquella morenaza de ojos grises que la había encadilado con su amabilidad y su belleza.

Durante las horas muertas del vuelo, se conocieron más de lo que habrían imaginado, y ninguna pudo ignorar la chispa que surgió entre ambas. Así que, cuando Jana le confesó que estaba en paro como diseñadora gráfica, Chiara no dudó en ofrecerle un puesto en el ElectroPlanet, aprovechando su estrecha amistad con Ruslana, quien recientemente había sido nombrada directora adjunta.

—Bueno, es mi primer día en el hogar del friki, ¿algún consejo? —preguntó la morena, cuadrando los hombros con fingida seriedad.

—Vamos con uno importante — la miró con aire misterioso—. Me gusta verme a mí misma como un oasis en medio de esta jungla salvaje. Yo, segura. Todos los demás, muy peligrosos.

Jana rió, mirando a su alrededor y notando las miradas algo inquietantes de los frikis que merodeaban en la tienda.

—La verdad es que dan un poco de miedo —murmuró, incómoda—. Pero seguro que tú vas a protegerme.

—Eso tenlo claro — le apretó la mano, guiándola fuera del mostrador para iniciar su recorrido por la tienda.

—Verás, anoche estuve repasando el manual y no tengo claro cómo hacer el informe de una instalación —admitió con una expresión adorable de preocupación.

Chiara la miró enternecida.

—A ver si lo entiendo... ¿te leíste el manual en tu tiempo libre? ¿No te parece que te lo tomas demasiado en serio? —bromeó, pinchándola.

—Sé que es un trabajo muy normalito, pero mientras esté aquí quiero ser la mejor empleada de la tienda.

—Bueno, ya te habrás dado cuenta de que eso no será muy complicado —le dijo, señalando con la mirada al grupo de empleados despreocupados que vagaban sin mucho quehacer.

—Aunque tú fuiste a París para una instalación, ¿verdad? —respondió ella, dejándole ver que había competencia.

Chiara miró a su alrededor, inquieta—. En cuanto a lo de París, ¿podría quedar entre nosotras? Si se enteran, estos se pondrán celosos... —Obviamente, había tenido que mentirle a Jana sobre el verdadero motivo de su viaje, y no quería que la historia falsa se extendiera.

—Hora del yogur —anunció Juanjo, dándole un apretón en el hombro antes de salir por la puerta.

—Vuelvo en un momento, pero luego seguimos con la tutoría, Oliver. Lo prometo.

La inglesa siguió al agente hasta la base secreta, extrañándose de encontrar solo a Violeta allí.

—¿Y Sagu? —preguntó, desconcertada.

LA ESPÍA QUE ME ENAMORÓ // KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora