Dad

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Violeta abrió la puerta de su habitación con la respiración entrecortada, después de escuchar los golpes desesperados que resonaban como un tambor en su mente. Apenas le dio tiempo a registrar el rostro agitado de Chiara antes de que esta atravesara el umbral sin saludar, con los ojos desorbitados y un nerviosismo que parecía contagiar el aire.

—¿Puedo hablar aquí? ¿O también nos están vigilando? —soltó mirando en todas direcciones, como si las paredes pudieran delatarla.

—Tranquila, aquí estás a salvo —respondió ls espía, acercándose y tomando sus manos con delicadeza, acariciando el dorso con los pulgares—. Esta es mi residencia personal, no hay cámaras.

Desde que Galera, empeñada en analizar la relación de ambas, había descubierto las grabaciones, su vida no había sido la misma. En ellas se veía a Chiara confesándole a Violeta sus sentimientos, y eso las había colocado bajo una lupa implacable. Tan severo fue el escrutinio que la pelirroja había sido apartada temporalmente de su trabajo como escolta, reemplazada por otra agente que, tras varios intentos fallidos, no logró llenar su lugar. Ahora ambas habían vuelto a estar juntas, pero la tensión era palpable, como un campo de minas esperando ser detonado.

—Está bien —suspiró Chiara, dejándose caer sobre la cama como si el peso del mundo la aplastara—. Solo... siento que el gobierno me está jodiendo la vida.

La boda de Alex y Denna se acercaba, y mentirles cada día se hacía más insoportable. Sentía que estaba a punto de explotar, como una presa a punto de ceder ante la presión.

Violeta se sentó a su lado, en silencio, admirando el perfil de la chica mientras esta fruncía el ceño. Se dejó atrapar por la curva de sus pestañas, el contorno delicado de su nariz, y los labios que sobresalían en un gesto de frustración. Suspiró, perdida en el momento, embelesada.

Hacía tiempo que tenía algo preparado para ella, y sintió que hoy era el día indicado para revelarlo. Se levantó lentamente bajo la atenta mirada de la inglesa, y tomó un sobre que descansaba en su mesilla de noche. Se lo tendió con una sonrisa enigmática.

—Es hora de que el gobierno te devuelva el favor —dijo, señalando el sobre, instándola a abrirlo.

——

Al día siguiente, en un prado perdido de Asturias, Chiara y Violeta se bajaron del coche. El paisaje era solitario, casi desolador, y el viento fresco les traía aromas a pasto mojado. Frente a ellas, una caravana de un amarillo oxidado se alzaba como su único objetivo.

—Venga, llama —dijo Violeta al notar la vacilación en los ojos de Chiara.

—No creo que quiera verme —murmuró la inglesa, la duda en su voz se hacía más evidente a cada palabra—. Quiero decir, te colaste en una base del gobierno para...

—Chiara —la interrumpió suavemente, tomando su mano con firmeza y regalándole una sonrisa que destilaba confianza—. Llama a esa puerta.

La ojiverde asintió, y juntas caminaron los pocos metros que las separaban de la caravana. Con una valentía renovada gracias a la mujer de su lado, levantó el puño y dejó dos golpes firmes sobre la puerta.

El silencio que siguió fue abrumador. Pasaron los segundos, luego un minuto, y ninguna respuesta llegó. Chiara bajó la cabeza, derrotada, y Violeta le acarició la nuca con ternura, dejando que sus dedos se enredaran en los mechones cortos de su cabello.

—Lo siento mucho —susurró la espía con la tristeza impregnando su voz al ver la desilusión en los ojos verdes que ahora se fundían con el pasto.

La inglesa ladeó la cabeza y esbozó una pequeña sonrisa, una frágil señal de que, aunque herida, aún estaba bien.

De pronto, la puerta se abrió, revelando la figura de un hombre de mediana edad, con el cabello entrecano y una barba de tres días. Sus ojos, cargados de una mezcla de sorpresa y cautela, se posaron en Chiara.

LA ESPÍA QUE ME ENAMORÓ // KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora