Violeta aparcó el coche en medio de un autocine desértico, rodeado de nada más que vastedad. Solo el viento movía la polvareda a su alrededor.
—Según las coordenadas, esto es La Roca Negra —dijo Chiara al salir del coche, echando un vistazo rápido a su alrededor. Frunció el ceño; no había mucho que ver—. Aunque no parece una base de Fulcrum, ¿verdad?
—Quizás tu flash falló —comentó la espía, estirando la espalda y colocando las manos sobre su cintura. La ojiverde se quedó un momento embobada, viendo cómo el viento revolvía los mechones pelirrojos y cómo, al alzar los brazos, dejaba al descubierto una pequeña franja de piel en su abdomen. Sacudió la cabeza, volviendo a concentrarse en el suelo.
—No creo. Esas latas son recientes —respondió, señalando el suelo donde su mirada se había detenido—. Y las colillas todavia tienen ceniza, lo que significa que han estado aquí el tiempo justo para que el viento no se las lleve. Lo que vendría siendo poco.
—Quizá hubo una fiesta — se encogió de hombros, descartando la idea de Chiara. Esta última bufó, frustrada.
—Genial —murmuró irónica—. Pues entonces volvamos a la base.
—Hemos desertado — le lanzó una mirada de soslayo—. Por eso cambiamos de coche a mitad de camino. Si Juanjo nos encuentra, iré a la cárcel y a ti te meterán en una celda acolchada para los restos.
Esta vez fue Violeta quien bufó, más agobiada por la idea de que Chiara pudiera ser recluida que por su propio destino en la cárcel. El aire estaba cargado de angustia, y ambas sabían que habían cruzado una línea de la que no había vuelta atrás.
La inglesa se agachó, analizando una cajetilla de tabaco tirada en el suelo. Pero en su concentración, no se dio cuenta de un leve parpadeo rojo que se emitía desde su interior.
——
Mas cerca de lo que parece...
Josep observaba con detenimiento la imagen en vivo en su ordenador de su hija a través de la cámara estratégicamente colocada dentro de la cajetilla de tabaco, que él mismo había dejado como pista. En el fondo, sentía una mezcla de orgullo y dolor al verla, sabiendo que estaba tan cerca del peligro.
—No te rindas, hija... —murmuró para sí, con los ojos llenos de emociones encontradas.
La voz burlona de Teodoro Soto lo sacó de su ensimismamiento.
—Qué buena pareja hacen —comentó sonriendo con una burla apenas disimulada mientras se acercaba por detrás él.
Josep se giró con una mueca de fastidio en el rostro, sabiendo que cualquier intercambio con aquel histriónico individuo acabaría con su paciencia.
—Si se te ocurre hacerles algo... —comenzó a decir aprentando los dientes.
—¿Qué? ¿Qué vas a hacer? —le interrumpió Soto, alzando la barbilla con altivez—. ¿Vas a matarme o partirme las piernas? —se acercó aún más, con una sonrisa burlona—. Al menos piensa en algo más creativo que eso.
—¡Te mataré! —rugió Josep, lanzándose hacia él. Sin embargo, la cadena que sujetaba su pie izquierdo lo detuvo en seco, haciendo que cayera al suelo con un quejido de dolor.
—¡Oioioi, la cadena, querido! — se echó hacia atrás, divertido, disfrutando de la impotencia de su secuestrado—. Tengo una idea... hasta que el nuevo Intersect esté operativo mañana por la noche, tu querida Chiara estará bien.
Josep, todavía en el suelo, lo miró con ojos llenos de furia.
—Espera —dijo, forzándose a calmarse—. Aún tengo que hacer algunas comprobaciones y simulaciones. No te garantizo que mañana esté terminado.
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LA ESPÍA QUE ME ENAMORÓ // KIVI
CasualeChiara es una joven brillante pero sin grandes aspiraciones que trabaja en una tienda de electrónica llamada "ElectroPlanet". Un día, su vida da un giro inesperado cuando recibe un misterioso correo electrónico de una antigua amiga de la universidad...