Matrimonio

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Habían transcurrido casi dos meses desde que Chiara presenció cómo Violeta mataba a un hombre a sangre fría. Durante ese tiempo, había intentado por todos los medios distanciarse de la pelirroja, al menos emocionalmente, ya que en lo físico le resultaba imposible: era su "protegida".

Sin embargo, todos sus esfuerzos fueron en vano, sobre todo cuando el rostro de Violeta, iluminado por esa sonrisa deslumbrante y el inconfundible hoyuelo, la miraba cada maldito día.

No se había atrevido a confesarle que lo había visto todo, en parte porque temía que, al decirlo en voz alta, se haría insoportablemente real.

Los primeros días, se sintió orgullosa de su autocontrol, pero con el pasar de las semanas, fue cediendo nuevamente al encanto natural de la espía.

—Chiara, ¿estás bien? —La voz de Violeta rompió el silencio, vacilante, mientras se debatía entre acercarse o dejarla a solas, pues la había visto observando con atención una de las televisiones del escaparate.

La pelinegra se giró, un tanto aturdida—. Ah, no mucho, desde que Paul pone comedias románticas en las televisiones todos los días —contestó, fijando su mirada en la pantalla, donde una escena de la película Ni en Sueños mostraba a un chico desgarbado pero encantador enamorándose de una mujer perfecta.

—Vaya... Yo, bueno, estaba pensando en lo de esta noche —La seguridad habitual de la pelirroja se desvaneció, reemplazada por una timidez poco propia de ella.

—¿Tenemos una misión? —preguntó Chiara, desconcertada.

—No... en realidad me refería a lo de San Valentín... —Violeta no se atrevía a mirarla a los ojos.

—Ah, claro... ¿quieres hacer algo especial?

—No, yo... solo lo mencionaba por curiosidad. ¿Tú quieres hacer algo?

—Podríamos hacer algo, pero... tú decides. —Ambas lanzaban la pelota al otro lado, incapaces de tomar la iniciativa.

—Sí, cla... claro —tartamudeó la espía, visiblemente nerviosa—. Ya llevamos saliendo como tapadera alrededor de un año...

—Sí, sería raro no hacer nada, ¿no?

—Muy raro, sí... —Soltaron una risita incómoda, seguida de una pausa en la que apartaron la mirada, abrumadas por la tensión.

—También podríamos darle una noche libre a la tapadera... —Chiara quiso golpearse internamente por haber soltado tal tontería, pero no tuvo tiempo de retractarse antes de que Violeta respondiera.

—Sí, yo tengo mucho papeleo que hacer —El silencio que siguió se tensó, hasta que apareció Ruslana, salvando el momento.

—¡Hola, chicas! ¿Tenéis planes para San Valentín?

—Eh, sí, claro —dijo su amiga, buscando con la mirada la complicidad de Violeta—. En mi casa, a las ocho, ¿no?

—Sí, tengo muchísimas ganas —la espía fingió una emoción que disimulaba mal, pero siguió el juego—. Nos vemos luego, amor —añadió, y, en un arrebato de valentía, se inclinó para besar brevemente los labios de la inglesa.

Chiara, sorprendida al principio, reaccionó con rapidez y cuando Violeta intentó alejarse, ella la sujetó por la nuca y profundizó el beso.

—¡Toma ya el filetazo, delante de mi ensalada! —exclamó la ucraniana, atónita, provocando que ambas se separaran de inmediato, con las mejillas al rojo vivo.

Sin decir nada más, Violeta se alejó rápidamente, sintiendo un calor que la recorría de pies a cabeza, concentrándose en su bajo vientre.

Chiara se quedó mirándola mientras se alejaba, perdida en sus pensamientos y en el vaivén de los pasos de la espía.

LA ESPÍA QUE ME ENAMORÓ // KIVIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora