23. Lucky underpants

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Lando no estaba comprendiendo a Checo, y trataba de no darle demasiada lógica a la situación. Sabía que todo lo que había pasado por años con Lysander le había dejado cicatrices profundas, y no quería presionarlo. Pero, ¿por qué ahora lo ignoraba cuando había sido el mexicano quien la última vez buscó hablar con él y le pidió que se quedara?

—¿Ya empacaron todo, hijos? —preguntó don Toño, el padre de Carlos, mientras colocaba un bol lleno de papas fritas en el centro de la mesa.

—Parece que ya quieres deshacerte de nosotros, papá —bromeó Carlos.

—¡Por supuesto que no, Carlos! Solo que no quiero que en un par de días me llames pidiéndome tus calzoncillos de la suerte —replicó su padre, mirándolo divertido.

Charles, Checo y Carlos Sr. rieron, mientras el español, para sorpresa de Lando, se sonrojaba.

—¡Fue solo una vez! —murmuró el piloto, avergonzado.

—Y ni siquiera te llegó para la carrera —agregó Carlos Sr., con una sonrisa—. Hazle caso a tu padre y ve a preparar tu maleta, holgazán.

—El vuelo es dentro de dos días —se quejó Carlos, haciendo un pequeño puchero.

Carlos Sr. levantó una ceja en señal de advertencia, y Carlos, resignado, se levantó y se dirigió a su habitación, murmurando entre dientes. Los presentes soltaron otra risita al ver al piloto, ya de veintiocho años, comportarse como un niño.

—No deberías ser tan duro con mi Carlitos —le reprochó el esposo de Carlos Sr., divertido.

—Fuiste tú quien le recordó hacer la maleta —dijo el español.

—Exactamente, solo quería recordárselo —se quejó el mexicano—. Pero bueno, saquémosle provecho ahora que nuestro hijo no está presente.

Antonio Sainz se giró hacia los otros pilotos y a su hijo menor con una mirada entusiasmada. Todos lo observaban intrigados, especialmente Carlos Sr.

—¿De qué estás hablando, corazón? —preguntó Carlos Sr., extrañado.

—De que no celebramos el cumpleaños de nuestro hijo, Carlos —dijo Antonio con tristeza—. No fuimos a ver su carrera, ni siquiera hicimos una cena cuando llegó a España.

Carlos Sr. frunció el ceño, recordando el día.

—Cariño, ese día Checo tuvo audiencia y luego las citas legales cuando Carlos llegó... —Checo hizo un puchero y Toño fulminó a su esposo con la mirada—. Pero le enviamos un lindo Rolex... creo que eso lo compensa.

—¡Carlos Sainz Cenamor, de ninguna manera lo compensa! Fue su cumpleaños, y no hicimos nada especial —dijo el mexicano con firmeza, y, cuando su esposo iba a replicar, levantó la mano para detenerlo—. Sé que Carlitos entiende la situación y no se quejaría de ello.

Charles tomó la mano de Checo, viendo cómo los ojos del mexicano brillaban con tristeza.

—Pero sería lindo hacerle una pequeña celebración antes de que se vaya a la siguiente competencia —añadió el mexicano.

—Papá tiene razón —dijo Checo—. Hace mucho que no hacemos algo divertido, y qué mejor motivo que el cumpleaños de Carlos —sonrió emocionado.

Los presentes comenzaron a comentar con entusiasmo lo que deberían hacer para celebrar el cumpleaños atrasado de Carlos. Charles y don Toño eran los más participativos, proponiendo ideas con demasiado entusiasmo, mientras que Carlos Sr. anotaba todo lo que su esposo le pedía comprar al día siguiente.

Checo, aprovechando que sus padres estaban distraídos y se escabulló discretamente hacia su habitación. Lando, viendo la oportunidad, lo siguió en silencio, llevándose el bol de papas fritas de la mesa.

Justo cuando Checo estaba a punto de entrar a su habitación, dio media vuelta y encaró al británico, quien había subestimado al mexicano creyendo que no lo había notado.

—Por favor dime que solo vas a tu cuarto y que no me estás siguiendo —dijo con voz firme.

—¿Así que ahora sí me hablas? —respondió Lando.

Checo rodó los ojos y, sin decir nada más, entró en su habitación. Cuando estaba a punto de cerrar la puerta, Lando se interpuso, lastimándose ligeramente el pie y la mano en el proceso, pero entrando detrás de él.

—Nadie te dio permiso de entrar, London —se quejó el mexicano, cruzándose de brazos.

Lando sonrió, encantado de escuchar ese apodo después de lo que sintió como una eternidad.

—Necesitamos hablar —dijo con calma, cerrando la puerta detrás de él y llevándose un par de papas fritas a la boca.

Checo lo observó analíticamente. Tenía mil pensamientos que le gritaban que debía alejarse del británico. Su psicóloga ya le había hablado de esto. Lando ciertamente había sido el tema principal de varias de sus sesiones.

—No quiero hablar contigo —dijo Checo con seriedad.

Lando frunció el ceño.

—Pero debemos hacerlo —insistió el británico.

—¿Debemos? —replicó el mexicano con burla— ¿Y por qué, Lando?

El británico hizo una mueca; no le gustaba cómo sonaba su nombre en los labios de Checo de esa forma, tan distante y formal.

—Por la misma razón por la cual el otro día eras tú quien quería que habláramos —respondió el piloto, algo exaltado.

Checo pareció sorprendido, pero su expresión solo duró un segundo antes de cambiar a una máscara de indiferencia.

Ambos se quedaron en silencio. Checo sabía que Lando tenía razón, pero había evitado el tema tanto tiempo que ahora la incomodidad iba mucho más allá de un simple nudo en el estómago.

—¿Por qué me evitas? ¿Por qué no hablas conmigo? ¿Por qué a todos les respondes sus mensajes, pero parece que soy el único idiota al que dejas en visto?

Con cada pregunta, Lando invadía más el espacio de Checo, quien retrocedía con cada paso, negándose a permitir esa cercanía.

—¿Por qué, hace apenas unas semanas, me pedías que me quedara y ahora simplemente me estás alejando?

Los labios de Checo temblaron. Un sollozo amenazaba con escaparse.

—Estoy... —Checo se detuvo, tragó saliva y retomó— Estoy en pleno proceso psicológico y ni hablar del proceso legal, Lando. Me cuesta mucho estar presente para todos.

—¡No! No uses esa excusa conmigo... No, Checo —negó Lando con la cabeza—. Sabes que merezco más.

Lando dejó de avanzar, quedando a solo dos pasos de distancia.

—No es tan sencillo —susurró el mexicano, sintiendo la humedad en sus ojos.

—No es sencillo si no hablas conmigo —insistió Lando, frustrado—. Recuerda que, si no hablas, las cosas solo empeoran.

Checo frunció el ceño, sintiendo un toque de molestia en esas palabras. ¿Acaso Lando lo estaba juzgando?

—¿Qué insinúas? —preguntó con frialdad.

Lando lo miró confundido, hasta que entendió la posible interpretación de sus palabras. Sus ojos se abrieron de golpe.

—No, Checo, no... ¡Para nada! Yo... —intentó aclarar, viendo cómo el mexicano estaba por interrumpirlo—. ¡No estoy hablando de Lysander en este momento! —exclamó con urgencia.

Checo rio, pero sin rastro de humor.

—Es curioso, porque... básicamente es por él que no quiero estar cerca de ti.

Las palabras golpearon a Lando como un puñetazo. No comprendía del todo el peso de lo que Checo estaba diciendo, pero sintió el dolor de inmediato.

—Yo nunca te lastimaría, Checo. Nunca te pondría una mano encima... sería incapaz de hacerte daño... yo no soy... —Lando empezó a trabarse, hablando cada vez más rápido, tratando de asegurarle al mexicano que él no era como el portugués.

La desesperación en su voz solo aumentó la ansiedad de Checo, quien, sin pensarlo más, lo interrumpió.

—¡Me gustas, Lando!

Detest to Adore | Lando & ChecoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora