Capítulo 21 | Pasado Escrito

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|Después de años siendo estrellas fugases en el cielo del otro. Finalmente se encontraron en el mismo firmamento. Y con una estrella más pequeña a su lado.

 Y con una estrella más pequeña a su lado

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Pov Alastor
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Recuerdo aquellos días como si hubieran sido un sueño, un lugar donde el tiempo parecía detenerse y lo único que rompía el silencio era el sonido de una hoja cayendo o el murmullo de las conversaciones lejanas. Había sido becado en una universidad que era, en todos los sentidos, un mundo ajeno al mío. Rodeado de familias influyentes, de jóvenes que parecían hechos para un futuro ya escrito, mientras a mí se me acababa la tinta por querer escribir más allá fuera de mis posibilidades. 

Mi mesa estaba situada en un rincón discreto, a espaldas de la biblioteca, apartada del bullicio y de las miradas curiosas. Ahí encontraba mi paz, mi rincón donde podía perderme entre libros o pensamientos, sin necesidad de disimular o fingir interés en conversaciones banales. No era que tuviera problemas para socializar, en absoluto; sabía cómo integrarme si quería, pero la belleza de la soledad me llamaba con una fuerza serena, y en aquella calma, en esa tranquilidad, encontraba un respiro.

Pero un día, mientras hojeaba un libro de filosofía, algo cambió. Al principio, pensé que era casualidad, pero pronto me di cuenta de que no lo era. Una sombra se detuvo junto a mi mesa, y al alzar la vista, vi a un joven con el porte seguro, algo pequeño y una mirada brillante de un intenso color azul.

—¿Te importa si me siento? —preguntó, su voz suave y algo despreocupada.

Ese fue el primer día que lo conocí, nuestro primer encuentro.

Sin siquiera esperar una respuesta, con una sonrisa encantadora y una naturalidad que parecía afirmar que aquel lugar le pertenecía tanto como el aire que respiraba, tomo asiento. Me quedé en silencio, evaluando la situación, pero finalmente asentí, sin mucho ánimo de iniciar conversación, evite cualquier contacto visual. 

Intercambiamos palabras pero nada fuera de lo normal, después preferí ignorarlo y continuar con lo que hacia antes de que él llegara.

Él pareció darse cuenta, pero no le molestó. Sacó un libro de su bolso, estaba al frente de mí como si fuera lo más natural del mundo, como si fuéramos amigos.

No hablamos mucho aquel día, pero recuerdo que nuestras miradas se cruzaban a veces, y en esos momentos sentí una chispa inesperada, algo que no había sentido en mucho tiempo.

La presencia de Lucifer, si, así me dijo que se llamaba. Y aunque perturbaba mi santuario de soledad, no me incomodaba. Había en él una calma extraña, una manera de ser común y, aun así, llenaba el espacio.

Al día siguiente, volvió a aparecer. Y al siguiente también. En mas de dos semanas, nuestra rutina estaba establecida sin que nadie lo discutiera.

No sé en qué momento mi mesa se convirtió en una mesa para dos, ni cuándo empecé a anticipar su llegada, a esperar esos minutos compartidos que, aunque estábamos en silencio, tenían el peso de una conversación larga y sincera.
Su presencia, aunque silenciosa la mayor parte del tiempo, llenaba el aire con una complicidad extraña, algo que ninguno de los dos verbalizaba, pero que estaba ahí, en el espacio invisible entre nosotros.

Mesa Para Dos | RadioAppleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora