▸ Verano en Jeonju ៸៸ 𝙅𝙚𝙤𝙣𝙜𝘾𝙝𝙚𝙤𝙡

XXXIV

El primer indicio de que estaba despierto fue la sensación de calidez en su mano. No era solo el contacto, sino el peso reconfortante que lo mantenía anclado, como si alguien hubiera estado allí por horas, asegurándose de que no estuviera solo. 

Jeonghan abrió los ojos lentamente, pestañeando contra la luz blanca que llenaba la habitación. El techo limpio y liso, el sonido rítmico de un monitor a su lado y el leve olor a desinfectante le dejaron claro dónde estaba: un hospital.

Intentó mover la cabeza, pero un leve mareo lo detuvo. Fue entonces cuando notó la figura dormida al pie de su cama. Seungcheol estaba encorvado en una posición incómoda, con los brazos cruzados sobre el colchón y la cabeza apoyada en ellos. Sus cabellos oscuros caían desordenados, y su respiración era tan profunda que por un momento Jeonghan sintió que no debía interrumpirlo.

Seungcheol había estado allí todo este tiempo.

La culpa se mezcló con algo más cálido en su pecho. Recordó la caminata, la picadura, la sensación de perder el equilibrio... y la voz de Seungcheol llamándolo, cargada de angustia, justo antes de que todo se desvaneciera.

Sin pensarlo, Jeonghan extendió una mano temblorosa hacia el cabello de Seungcheol. Sus dedos rozaron las hebras suaves, apenas un toque, pero fue suficiente para que él se moviera.

 Seungcheol levantó la cabeza con un parpadeo lento, y en cuanto sus ojos se encontraron, Jeonghan vio el torbellino de emociones que cruzaron por su rostro: primero alivio, luego preocupación, y finalmente algo más profundo que no se atrevió a descifrar.

—Estás despierto —murmuró Seungcheol, su voz áspera por el sueño, pero cálida como siempre.

Jeonghan quiso responder algo ingenioso, pero lo único que logró decir fue:

—Tengo sed.

Seungcheol reaccionó de inmediato, poniéndose de pie con rapidez y alcanzando el vaso de agua sobre la mesa. Con movimientos cuidadosos, deslizó una mano detrás de la cabeza de Jeonghan para ayudarlo a beber. El contacto, tan natural y atento, hizo que Jeonghan desviara la mirada, incómodo con lo expuesto que se sentía.

—Despacio —dijo Seungcheol mientras lo ayudaba.

Cuando terminó, Jeonghan suspiró, aliviado por el agua fría que calmó su garganta seca.

—Gracias.

Seungcheol dejó el vaso a un lado, pero en lugar de retroceder, tomó asiento junto a la cama, sus ojos nunca apartándose de los de Jeonghan.

—¿Cómo te sientes?

—Mejor... pero siento como si me hubiera atropellado un camión —respondió Jeonghan con un tono de broma para aliviar la tensión.

La risa de Seungcheol fue suave, casi un suspiro.

—No fue un camión, pero sí una araña —Seungcheol asintió, entrelazando las manos sobre sus rodillas mientras explicaba—. La araña no era venenosa, era una lobo, inofensiva como tal; pero el doctor descubrió algo que probablemente no sabías.

—¿Qué cosa? —preguntó, arqueando una ceja.

—Eres alérgico a las arañas. Demasiado. Ni siquiera tú lo sabías, ¿verdad?

Jeonghan negó con la cabeza, sorprendido.

—Por eso reaccionaste tan mal y rápido, casi entraste en anafilaxia —explicó, con un deje de pesadez en su mirada. Se enderezó un poco antes de volver a mirarlo—. De todas formas, me dijeron que podrías irte mañana. Solo te dejaron aquí por observación. También te recetaron antibióticos.