Desde que nos conocimos, Nico y yo tuvimos una conexión que parecía inexplicable. Fue como si nos hubiéramos estado buscando durante toda nuestra vida, sin darnos cuenta de que estábamos destinados a encontrarnos en algún momento, en algún lugar. Pero, como todas las historias intensas y fugaces, nuestra relación estuvo marcada por la inevitabilidad del destino... y por el peso de las decisiones.
Todo comenzó una tarde cualquiera, en un evento en Barcelona. Yo estaba allí, como siempre, acompañando a mi hermano, Ferran, y él, Nico, estaba jugando con el Athletic. La primera vez que lo vi fue en el pasillo, entre un mar de gente. Mi mirada se cruzó con la suya, y algo en mi interior me dio una sacudida. Él me sonrió, un gesto tímido y sincero que me hizo sentir algo extraño. Y, aunque intenté ignorarlo, sabía que algo había cambiado en mí.
Nos conocimos poco después, en un evento casual que mi hermano había organizado. Nico era tan genuino, tan diferente de todo lo que había conocido antes. No era solo su forma de hablar o su mirada intensa, sino la manera en que se preocupaba por los demás, cómo hacía que todo lo que decía pareciera real. Nos entendíamos con una facilidad que me asustaba.
Al principio, las conversaciones eran ligeras, como las que uno tiene con un amigo, pero pronto algo más empezó a crecer entre nosotros. Un roce accidental de nuestras manos, una mirada más prolongada de lo necesario, una risa que solo compartíamos nosotros. Todo parecía ir bien, pero, como todo en la vida, no duró mucho.
— _______, te has dado cuenta de lo que está pasando entre nosotros, ¿verdad? — dijo Nico una noche, mientras caminábamos por la playa después de un partido. La luna reflejaba en el mar, y el aire fresco acariciaba nuestras pieles.
Miré sus ojos, y ahí lo supe. Sabía lo que él quería decir, y lo peor de todo era que sentía lo mismo.
— Sí, lo sé. No lo quiero admitir, pero lo sé. — respondí, con un suspiro.
Nico sonrió, pero había algo triste en su sonrisa. Algo que no podía identificar en ese momento.
— ¿Y qué vamos a hacer con eso? — me preguntó, casi como si ya supiera la respuesta, pero quería escucharla de mi boca.
Me quedé en silencio. Yo había estado tan atrapada en mis propios pensamientos que no me había detenido a pensar en las implicaciones de lo que sentía por él. Después de todo, era mi hermano el que estaba vinculado al fútbol, no yo. Pero Nico era diferente. Era él, y yo me sentía atraída por su forma de ser, por lo que representaba.
— No lo sé, Nico. No lo sé. — murmuré finalmente.
A partir de ese momento, las cosas entre nosotros cambiaron. Nico y yo comenzamos a salir, a vernos a escondidas. No porque quisiéramos esconderlo, sino porque sabíamos que no era algo fácil de entender. A veces, cuando estábamos juntos, sentía que todo estaba bien, que todo era posible. Y otras veces, había momentos en los que todo parecía una mentira, como si estuviéramos caminando por una cuerda floja, esperando caer.
Fue en uno de esos momentos de duda cuando las cosas comenzaron a deteriorarse. Nico empezó a volverse más distante, más centrado en su carrera, en sus entrenamientos, en sus partidos. Yo lo entendía, realmente lo hacía, pero eso no significaba que no me doliera.
Una tarde, después de una semana sin vernos, decidí llamarlo. Estaba en mi casa, sola, mirando las horas pasar, esperando una llamada que nunca llegaba. Cuando finalmente lo escuché al teléfono, su tono de voz me hizo sentir que algo no estaba bien.
— _______, tenemos que hablar. — me dijo, y el corazón se me cayó al suelo.
— ¿Qué pasa? — pregunté, temiendo la respuesta.
— No sé cómo decirte esto... pero creo que lo mejor es que lo dejemos.
Un silencio pesado llenó el aire. No supe qué decir. Sentí que me había golpeado con un mazo, y ni siquiera podía reaccionar.
— ¿Por qué? — pregunté, mi voz temblando.
— Porque... no puedo estar en una relación ahora mismo, ________. Mi carrera es lo primero, y tú lo sabes. — dijo, con una sinceridad que me hizo daño.
El nudo en mi garganta creció, y aunque intenté hablar, las palabras no salían.
— Así que eso es todo, ¿verdad? ¿Todo lo que tuvimos no vale la pena? — me sentí estúpida por haberlo creído, por haberme entregado tanto a algo que él no estaba dispuesto a darme.
— No es que no lo valore, Neus, pero no puedo seguir adelante ahora. No es justo para ti, no es justo para mí. — sus palabras fueron como cuchillos, cortando todo lo que había creído que podía ser nuestro.
— ¿Y qué se supone que haga yo con todo esto? — le pregunté, el dolor nublando mis pensamientos.
— No lo sé. Solo sé que te mereces algo mejor.
Colgué el teléfono sin decir nada más, sintiendo como si me hubieran arrancado una parte de mí. Me desplomé en el sofá, y las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera hacer nada para detenerlas.
Pasaron los días, y la vida continuó, pero algo dentro de mí ya no era lo mismo. Sentía que me había quedado vacía, como si el amor que había sentido por Nico hubiera sido una ilusión, algo que nunca llegó a ser real.
Las semanas siguientes fueron un sufrimiento constante. Verlo jugar en el campo, sonriendo a las cámaras, sintiéndome como una extraña que observaba desde lejos lo que podría haber sido mi lugar a su lado. Pero no era el caso. Nunca lo fue.
En algún momento, tuve que entender que todo lo que habíamos vivido fue un bello sueño, uno que, lamentablemente, terminó cuando él decidió que no podía ser parte de mi vida. Y aunque intenté seguir adelante, lo cierto es que Nico siempre sería una parte de mí que no podría borrar.
A veces, cuando me cruzo con él en redes sociales o en algún evento, me pregunto si alguna vez sintió lo mismo, si alguna vez deseó que las cosas hubieran sido diferentes. Pero ya no importa. Lo que nos unió fue real, aunque breve, y aunque duele aceptarlo, lo bueno nunca dura para siempre.
Lo que me queda ahora son los recuerdos, las sonrisas compartidas y las miradas que hablaban más que mil palabras. Pero al final, la realidad era clara: Nico Williams y yo éramos simplemente un par de almas que se encontraron en el momento equivocado.
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