Rodrigo Riquelme

90 8 0
                                    

Nunca entendí cómo alguien podía ser tan ciego al amor.

Rodrigo Riquelme era mi mejor amigo desde hacía años. Habíamos crecido juntos, compartido secretos y risas, y yo lo había amado en silencio desde que tenía memoria. Pero él... él siempre miraba en otra dirección.

Desde hacía meses, estaba con ella. La típica chica perfecta, con su cabello impecable, su sonrisa brillante y sus vestidos caros. Nunca lo trataría como él se merecía, nunca lo entendería como yo lo entendía. Y, sin embargo, ahí estaba él, besándola en los pasillos, dedicándole miradas que yo soñaba recibir.

Pero, ¿qué podía hacer? Solo quedarme a su lado y seguir fingiendo que mi corazón no se rompía un poco más cada día.

Esa noche, estábamos en su casa, como tantas veces antes. Yo llevaba mi ropa de siempre—pantalones cómodos y una camiseta suya que había robado hacía meses—mientras que Rodrigo estaba con una sudadera ancha y el pelo despeinado. Me gustaba más así, natural, sin esfuerzos.

—¿Otra vez te peleaste con ella? —pregunté, sentándome en el sofá mientras él se dejaba caer a mi lado.

Suspiró, pasándose las manos por la cara.

—Sí. Ya ni sé por qué estamos juntos, _______.

Porque no deberías estar con ella, deberías estar conmigo.

—Entonces, ¿por qué sigues con ella?

Se quedó en silencio. Lo conocía demasiado bien como para saber que estaba evitando la verdad.

—No lo sé. Tal vez porque es lo que se espera de mí.

Rodé los ojos.

—Eso es una estupidez.

Me miró con una leve sonrisa.

—Siempre tan directa.

—Y tú siempre tan tonto.

Se rió, pero después su expresión cambió.

—Es que... no quiero estar solo.

Mi pecho se encogió.

—No estás solo, Ro. Nunca lo has estado.

Sus ojos se clavaron en los míos, como si estuviera viendo algo por primera vez. Sentí su mirada recorrerme, desde mi cabello despeinado hasta la camiseta ancha que me quedaba enorme.

—A veces pienso que, si las cosas hubieran sido diferentes...

Mi corazón latió con fuerza.

—¿Diferentes cómo?

Abrió la boca, pero en ese momento su teléfono vibró. Era ella.

Vi su mandíbula tensarse antes de ponerse de pie.

—Voy a atender. Ahora vuelvo.

Lo vi alejarse con el móvil en la mano y sentí que toda la esperanza que había nacido en mí se apagaba de golpe. No iba a dejarla. No aún.

Unas semanas después, estaba en la grada de su partido. Había ido a todos los que había jugado desde que lo conocía. Yo era la que siempre estaba ahí, apoyándolo, animándolo. No ella.

Cuando el árbitro pitó el final, el equipo de Rodrigo había ganado y todos festejaban. Ella bajó corriendo para abrazarlo. Lo vi mirarla, como si algo en él hubiera cambiado. Como si de pronto se diera cuenta de lo que yo siempre supe.

Pero no hice nada. Solo me di la vuelta y me fui.

Esa noche, estaba en mi habitación cuando escuché golpes en mi ventana.

One Shots de Futbolistas 0.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora