Siempre creí que las historias de amor como las de los cuentos de hadas eran solo eso, historias. Que la gente decía que te amaban, pero no siempre lo sentías de verdad. No sabía lo que era el amor verdadero hasta que conocí a Pedri.
Todo comenzó cuando tenía 18 años, y mi hermano Ferran me convenció de ir a un partido en el estadio. No era muy fan del fútbol, lo admito, pero mi hermano estaba tan emocionado por el juego que no pude negarme. A lo largo de la tarde, las luces del estadio brillaban como si fueran estrellas, y la multitud vibraba con cada jugada. Fue en ese ambiente de euforia y pasión donde lo vi por primera vez: Pedri. Era un chico joven, de mirada profunda y llena de una inocencia que contrastaba con su habilidad en el campo.
Recuerdo que, en el descanso, me encontré con Ferran y sus amigos. Estaba charlando con ellos, cuando vi a Pedri acercarse con su sonrisa tímida, pero confiada. No estaba acostumbrada a que los futbolistas se acercaran a mí, pero su presencia fue distinta. Cuando nuestras miradas se cruzaron, sentí una conexión instantánea, algo que nunca había experimentado.
— Hola, ¿cómo estás? — me dijo Pedri, con esa sonrisa cálida que, sin quererlo, me hizo sentir especial.
— Bien, gracias. Soy _______, la hermana de Ferran. — respondí, nerviosa. No estaba acostumbrada a este tipo de encuentros.
— Ah, sí, Ferran ha hablado mucho de ti. — dijo, con una risa que me hizo sentir más cómoda.
Después de esa breve conversación, seguimos el resto del día sin hablar mucho más, pero sentía que algo se había encendido en mi pecho, una chispa que no se apagaría fácilmente.
Pasaron los meses, y Pedri y yo comenzamos a conocernos mejor. A través de Ferran, nos cruzamos en varias ocasiones, y cada vez que nos encontrábamos, sentía que nuestra amistad crecía. La forma en que me miraba, cómo se preocupaba por mis pequeñas historias, me hacía sentir importante. Pero nunca imaginé que un día se convertiría en algo más.
Un día, después de un partido importante, Pedri me invitó a salir a tomar algo. Algo en su voz me decía que este momento era diferente, que había algo que quería compartir conmigo.
— ______, hay algo que tengo que decirte. — comenzó, mirándome con esos ojos que siempre parecían decir más de lo que sus palabras podían expresar.
— Dime, ¿qué pasa? — respondí, tratando de mantener la calma, aunque por dentro sentía una gran ansiedad.
— Desde que te conocí, algo ha cambiado en mí. No solo porque seas la hermana de Ferran. Sino porque me haces sentir bien. Me haces sentir más yo. Y quiero que lo sepas. Estoy enamorado de ti.
Un silencio se hizo pesado entre nosotros. Me quedé sin palabras, pero mi corazón ya sabía lo que quería decir.
— Pedri... yo también siento lo mismo.— respondí, y por primera vez, me sentí completamente vulnerable, pero también completamente feliz.
Esa confesión marcó un antes y un después. Desde ese día, empezamos a salir. Todo fue natural, como si todo lo que había ocurrido hasta ese momento nos hubiera llevado hacia allí. Las primeras citas, los primeros besos, las risas interminables. No necesitábamos más que estar juntos para sentirnos completos. Pero lo que no sabíamos es que, a pesar de lo hermoso que era nuestro amor, la vida tenía pruebas que pondrían a prueba nuestra relación.
Nos mudamos juntos cuando comenzamos a sentir que el amor que compartíamos era más que suficiente para enfrentarlo todo. Pasaron los años, y a pesar de la carrera de Pedri y mi vida laboral, siempre encontrábamos tiempo para nosotros. La complicidad era nuestra mejor amiga, y nunca nos cansábamos el uno del otro. Nos hicimos inseparables. A veces, Pedri me miraba y simplemente me tomaba de la mano, como si necesitara recordarme que estábamos juntos en esto. Y en esos momentos, sentía que no importaba lo que pasara, siempre seríamos un equipo.
Fue en una tarde tranquila, después de un partido importante para él, cuando Pedri me propuso matrimonio. Estábamos sentados en el sofá de nuestra casa, rodeados de nuestras pequeñas rutinas diarias, y me miró con una sonrisa nerviosa.
— Amor, sé que hemos pasado por mucho juntos. Y quiero seguir pasando todo contigo. — dijo, tomándome de las manos con una ternura que me hizo sonreír.
— ¿Qué estás diciendo? — le respondí, con el corazón acelerado, porque ya sabía lo que iba a decir.
— ______, ¿quieres casarte conmigo?
Las palabras salieron de su boca con tanta seguridad, con tanto amor, que me hizo sentir que todo había valido la pena. No necesité pensarlo ni un segundo más.
— Sí, Pedri, sí quiero. — le dije, con una sonrisa que brillaba más que cualquier otra cosa.
Nuestro matrimonio fue un día perfecto, rodeados de amigos y familia. A pesar de las luces y la ceremonia, lo que más me importaba era ver a Pedri allí, junto a mí, prometiéndome amor eterno.
Los años pasaron, y construimos nuestra vida juntos. Tuvimos a nuestro primer hijo, un pequeño que trajo aún más felicidad a nuestra vida. Pedri se convirtió en el padre más maravilloso que jamás habría imaginado, y cada día me enamoraba más de él al ver cómo cuidaba a nuestra familia.
El tiempo pasó, y con él vinieron más desafíos. Pero a pesar de todo, nunca dejé de sentir el amor de Pedri. Era la razón por la que me levantaba cada mañana, la razón por la que todo lo que hacía tenía sentido. Nuestro amor era lo que nos mantenía unidos.
Pero luego vino la noticia que nunca imaginamos. Yo estaba en el hospital, esperando los resultados de unas pruebas, cuando el doctor nos dio un diagnóstico que nos dejó sin palabras. El cáncer. Un cáncer que, aunque lo luchamos con todas nuestras fuerzas, no pudimos vencer.
Los días siguientes fueron difíciles. Pedri y yo tratamos de ser fuertes para nuestros hijos, pero la verdad era que yo ya no podía más. Sabía que el tiempo se me estaba escapando, y mi mayor miedo era dejar a Pedri y a nuestros hijos. Pero lo que más me dolía era saber que no estaría allí para verlos crecer, para ver a Pedri seguir siendo el increíble hombre y padre que era.
Y así, mientras me encontraba en la cama del hospital, debilitada por la enfermedad, Pedri nunca me dejó. Siempre estuvo a mi lado, sujetándome la mano, diciéndome que todo estaría bien, aunque yo sabía que no lo estaba.
Un día, mientras yo dormía, Pedri se sentó a mi lado y comenzó a leer algo que había encontrado entre mis cosas. Era mi diario, un cuaderno donde había escrito sobre nuestra historia, sobre lo que habíamos vivido juntos.
Pedri comenzó a leer en voz baja:
— Nuestro amor comenzó como un sueño, pero con cada paso, se convirtió en nuestra realidad. Juntos hemos pasado por tanto, y te prometo que siempre estaré a tu lado, en cada momento, en cada risa, en cada lágrima. Y cuando llegue el momento de despedirnos, sabré que te he amado con toda mi alma...
Al terminar, Pedri se quedó en silencio. Y con una voz temblorosa, murmuró:
— Te amo, Neus. Siempre lo haré.
Fue en ese momento cuando supe que, aunque mi vida llegaba a su fin, nuestro amor nunca desaparecería. Pedri seguiría adelante, con el recuerdo de todo lo que compartimos. Y yo siempre estaría con él, en su corazón, en cada paso que diera.
Y mientras él seguía leyendo mi diario, me di cuenta de algo: no se trataba solo de nuestra historia, sino de cómo nuestra historia seguiría viviendo a través de nuestros hijos, de todo lo que habíamos construido juntos. Porque el amor, el verdadero amor, nunca muere.
