El tiempo puede ser cruel. Puede arrancarte de las manos a la persona que amas, hacer que la distancia se convierta en un abismo y que la espera parezca eterna. Pero cuando quieres a alguien de verdad, cuando su recuerdo sigue ahí, latiendo dentro de ti... no hay reloj que apague ese sentimiento.
Y yo lo sabía mejor que nadie.
Porque aún después de todo, después de los años y la distancia, después de promesas rotas y silencios que dolieron más que las palabras, yo seguía esperándolo.
A Brahim.
Nos conocimos cuando éramos adolescentes, en Málaga, donde ambos crecimos. Él jugaba en la cantera del Málaga y yo... bueno, yo simplemente era la chica que siempre estaba en las gradas, apoyándolo sin que él siquiera lo supiera.
Hasta que un día, nuestros caminos se cruzaron de verdad.
—¿Siempre vienes a ver los entrenamientos? —preguntó con curiosidad, apoyándose en una de las vallas del campo.
Yo me encogí de hombros, fingiendo que no me afectaba la intensidad de su mirada.
—Tal vez solo me gusta ver buen fútbol.
Él sonrió, divertido.
—¿Entonces por qué vienes a verme a mí?
Solté una carcajada y lo empujé suavemente.
—Idiota.
Pero en ese momento, sin saberlo, habíamos comenzado algo que nos marcaría para siempre.
Éramos inseparables. Cada tarde después de sus entrenamientos, caminábamos por la playa, hablando de cualquier cosa. Yo le contaba mis sueños, él me hablaba de los suyos. Sabía que su meta era jugar en los mejores clubes del mundo, y yo nunca dudé que lo lograría.
Pero cuando el Manchester City lo fichó, todo cambió.
— ________, no quiero que esto nos separe —me dijo la noche antes de irse, con la voz llena de desesperación.
—Entonces dime qué hacemos —susurré, con los ojos llenos de lágrimas.
—Esperarme.
Asentí.
—Te esperaré.
Y lo hice.
Pero el tiempo es cruel, y la distancia... la distancia nos destrozó.
Al principio, hablábamos todos los días. Videollamadas de madrugada, mensajes constantes, planes para vernos en vacaciones.
Pero poco a poco, los mensajes se fueron reduciendo. Las llamadas se hicieron más cortas. Y la última vez que lo vi, algo en su mirada me dijo que ya no era lo mismo.
Lo peor fue que ni siquiera tuvimos una despedida real.
Un día simplemente dejamos de hablarnos.
Dejé de esperar su nombre en la pantalla de mi móvil. Dejó de aparecer en mi vida como antes. Y de repente, Brahim Díaz era solo un recuerdo, una historia inconclusa que me atormentaba cada noche.
Intenté olvidarlo.
Intenté seguir adelante.
Pero siempre, en el fondo, lo seguía esperando.
La vida nos llevó por caminos distintos. Yo me mudé a Madrid por trabajo, y él... bueno, él también terminó en Madrid, jugando para el Real Madrid.
Y aunque evitaba seguir sus partidos, aunque fingía que ya no me importaba, cada vez que lo veía en la televisión, sentía ese nudo en el pecho.
Hasta que una noche, en un bar del centro, el destino decidió que nos volviéramos a cruzar.
