Siempre he creído que las amistades son inquebrantables. Que, pase lo que pase, siempre hay algo en lo que puedes confiar, una verdad que permanece. Pero a veces, la vida te pone en situaciones en las que todo lo que pensabas que era cierto se quiebra como cristal. Y yo, sin quererlo, fui la pieza que rompió todo.
He sido amiga de Muriel desde que llegó a Inglaterra. Fue en una cafetería local, cuando Muriel se acercó a mí. Era chica nueva en la ciudad, con su acento argentino tan marcado, y una sonrisa que te hacía sentir que todo estaría bien, sin importar las circunstancias.
Desde ese primer encuentro, nos hicimos inseparables. Las noches de películas, los cafés interminables, los secretos que compartíamos... Muriel era mi mejor amiga, mi confidente. Nada nos separaba. Pero eso fue antes de que todo se complicara. Antes de Lisandro.
Lisandro Martínez, el futbolista argentino, era su novio. El chico que siempre hablaba de su vida en Argentina, su familia, su pasión por el fútbol, y su amor por Muriel. En sus ojos brillaba algo que solo él sabía cómo ocultar: la intensidad de sus sentimientos. A Muriel la adoraba, y yo lo sabía. Pero, claro, nunca pensé que las cosas cambiarían. Nunca pensé que Lisandro acabaría siendo algo más que el novio de mi mejor amiga.
El primer cambio fue sutil, apenas noté lo que estaba sucediendo. Fue una tarde en que Muriel no podía salir porque tenía que hacer unas cosas, y Lisandro me invitó a tomar algo. "Solo somos amigos", me decía, pero había algo en la forma en que me miraba, algo que me hacía sentir incómoda. Pero, como siempre, no le di mucha importancia. Sabía que Muriel confiaba en él.
Luego, las cosas empezaron a complicarse. Lisandro se volvía más insistente, y nuestras conversaciones empezaron a ser más largas. Ya no solo hablábamos de fútbol o de Muriel, sino de nosotros, de la vida, de lo que deseábamos. Cada vez que me veía, me sonreía con esa mirada que decía más de lo que sus palabras podían. Era imposible no notar la tensión entre nosotros, esa química que, al principio, pensaba que era solo mía.
Una noche, después de un partido en el que Lisandro había jugado, estábamos en mi apartamento, tomando una copa de vino. Las luces eran tenues, y la atmósfera estaba cargada. Fue él quien rompió el silencio.
— ¿Sabes? Siempre he sentido que hay algo entre nosotros. — dijo, su acento argentino estaba marcado como siempre, pero su tono era diferente, más serio.
Miré hacia abajo, evitando sus ojos. Pero él no me dejó escapar. Con suavidad, levantó mi barbilla.
— ________, sé que esto no está bien, pero no puedo ignorarlo. — continuó, acercándose cada vez más.
No respondí. Solo me quedé en silencio, sintiendo cómo mi corazón latía más rápido. Y, de repente, no pude detenerme. No pude evitarlo. Nos besamos. Un beso tan intenso que parecía consumirnos, uno que nos conectó de una forma que no esperaba. Me sentí culpable, pero a la vez no podía parar. No podía resistir lo que sentía en ese momento.
Desde esa noche, las cosas cambiaron. Cada encuentro, cada mirada, cada conversación parecía cargada de una tensión indescriptible. Sabía que lo que estábamos haciendo estaba mal, pero no podía dejar de pensar en Lisandro. Me atormentaba la idea de que estaba traicionando a Muriel, pero al mismo tiempo, había algo en él que me hacía sentir viva. Su presencia era algo que nunca había experimentado, y eso me absorbía.
Una tarde, Muriel me invitó a su casa para pasar el rato. Estaba nerviosa, porque Lisandro también estaba allí, y no podía dejar de pensar en lo que habíamos hecho. Sabía que algo no estaba bien. Cuando entré, Lisandro me miró como si nada hubiera pasado, pero sus ojos traicionaban su calma. Muriel, por otro lado, no parecía notar nada extraño, o al menos no lo dijo en voz alta.
Nos sentamos en el sofá, y la conversación fue natural, aunque yo estaba sumida en mis pensamientos, tratando de concentrarme. Pero a medida que pasaba el tiempo, la tensión entre Lisandro y yo se hacía más evidente. Era imposible no notar los susurros en el aire, como si el destino nos estuviera empujando hacia algo que ninguno de los dos quería, pero que, en el fondo, sabíamos que estaba sucediendo.
La situación alcanzó su punto máximo una noche en la que, después de un día largo, Lisandro y yo nos encontramos nuevamente a solas. Los recuerdos de lo que había sucedido entre nosotros seguían frescos, y la química que compartíamos era más fuerte que nunca. Estábamos en la habitación de Muriel, sentados en la cama, viendo una película. Pero la película no era lo que nos tenía atrapados.
Muriel había salido con unos amigos, dejándonos solos en su casa. Y, de nuevo, no pude resistirme. Lisandro me miró, y fue como si todo lo que habíamos guardado por tanto tiempo explotara. Me besó de nuevo, y esta vez no había vuelta atrás. Sentí que el mundo entero se desvanecía mientras nuestras manos se exploraban, mientras el deseo nos consumía.
Pero entonces, la puerta se abrió. Fue Muriel, que regresó antes de lo esperado. Su rostro, pálido, reflejaba la sorpresa y el dolor en sus ojos. Lisandro, al ver a Muriel, se apartó de mí, como si el mundo se hubiera detenido. Muriel, con lágrimas en los ojos, no dijo nada al principio. Solo se quedó ahí, mirándonos, procesando lo que acababa de ver. Finalmente, rompió el silencio con una pregunta que nunca olvidaré.
— ¿De verdad, _______? ¿De verdad me haces esto? — su voz temblaba, pero su acento argentino no perdió su intensidad.
No supe qué responder. Estaba atrapada entre la culpa y el deseo, entre la traición y el amor. Lisandro, por su parte, trató de justificar lo que había sucedido, pero Muriel ya no escuchaba. Ella solo estaba mirando a Lisandro, el hombre al que amaba, el hombre que la había traicionado, y a mí, su mejor amiga, la que había roto su confianza.
— No sé qué decir, Muriel. — susurré, temblando. Lo siento, de verdad.
Pero ella no quería mis disculpas. Y en ese momento, vi cómo la furia y el dolor se apoderaban de ella. Golpeó a Lisandro, empujándolo hacia atrás. La pelea se volvió caótica, con palabras hirientes, lágrimas, y gritos. Lisandro intentó defenderse, pero lo único que había quedado entre nosotros era una profunda herida.
Cuando finalmente Muriel se fue, llorando, me sentí vacía. Había destruido una amistad que significaba el mundo para mí. Me sentí como una persona horrible, incapaz de comprender la magnitud de lo que había hecho.
Lisandro, por su parte, solo me miró con un dolor reflejado en sus ojos. Ya no había más palabras, solo silencio.
Esa noche, en mi cama, me quedé pensando en todo lo que había sucedido. En cómo todo se había ido de las manos. Muriel había confiado en mí, y yo había traicionado su confianza. El amor, el deseo, el deseo de estar cerca de Lisandro, se había convertido en algo que nunca imaginé: una espiral de dolor, arrepentimiento y, finalmente, soledad.
No sé qué sucederá después. Sé que he perdido a Muriel, y lo peor es que no sé si alguna vez podré perdonarme por lo que he hecho.
