Ricardo Calafiori

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La primera vez que vi a Riccardo, llevaba puesta la camiseta del Bolonia y tenía esa sonrisa relajada que hacen los futbolistas cuando están en zona mixta, respondiendo preguntas sin decir demasiado. Yo estaba ahí para entrevistarlo, cubriendo la Serie A para mi medio.

No esperaba gran cosa, pero él me sorprendió. No solo por su forma de hablar sobre el juego, sino por la manera en que me miraba cuando le hacía preguntas. Como si no estuviera dando otra entrevista más, sino conversando realmente conmigo.

Por supuesto, en ese entonces tenía novia. No era algo que él mencionara, pero tampoco lo ocultaba. Y yo, profesional ante todo, terminé la entrevista con una sonrisa y un "gracias" antes de darme la vuelta y seguir con mi trabajo.

Pero ahora, un año y pico después, estábamos en un nuevo escenario.

Él ya no jugaba en el Bolonia. Ahora vestía los colores del Arsenal y la Premier League lo había convertido en una de sus promesas más interesantes. Y yo... bueno, yo seguía haciendo lo que mejor se me daba.

Nos reencontramos en Londres. Una entrevista para hablar sobre su adaptación al fútbol inglés.

Cuando entré a la sala donde se haría la grabación, lo primero que vi fue su sonrisa. Esa misma sonrisa relajada de siempre, pero esta vez con algo más. Algo diferente.

— ¿________? —dijo con una mezcla de sorpresa y diversión—. ¿En serio?

Me reí.

— En serio. Te vuelvo a tocar de entrevistado, Calafiori.

— Debe ser el destino.

La forma en la que lo dijo, con ese tono entre juguetón y serio, me hizo sonreír.

Nos sentamos, el equipo preparó las cámaras y comenzamos.

La entrevista fluyó con naturalidad. Hablamos de su llegada a Londres, de la diferencia entre el fútbol italiano e inglés, de sus ambiciones con el Arsenal.

Pero lo interesante no estaba en sus respuestas, sino en la manera en que me miraba. En cómo su sonrisa se volvía un poco más genuina cuando yo hacía una broma. En cómo, cuando la entrevista terminó y el equipo comenzó a recoger, él no se movió de su asiento.

— ¿Cómo te ha tratado Londres?  —me preguntó, cruzando los brazos.

Me encogí de hombros.

— Bien. Me encanta la ciudad. Aunque el clima...

— Sí, es un desastre. —Se rió—. Pero hay cosas buenas también.

—¿Ah, sí? Como qué.

Me miró directamente a los ojos.

— Como reencontrarse con personas interesantes.

Mi estómago hizo un pequeño vuelco.

— Así que ahora eres poeta?

— No, pero si sirve para que te quedes a hablar un poco más conmigo, tal vez lo intente.

Reí, sintiendo ese feeling entre nosotros. Un feeling que no había podido explorarse la primera vez, pero que ahora, sin novia de por medio, parecía más posible que nunca.

Y en ese momento supe que esa no sería nuestra última entrevista.

La cita con Riccardo se dio con una facilidad sorprendente. No hubo rodeos, ni juegos. Después de aquella entrevista en Londres, él simplemente me escribió y me invitó a salir.

— Tengo la sensación de que nos debemos una conversación fuera de cámaras. —Ese fue su mensaje.

Y aquí estábamos ahora, en un restaurante con luces tenues y una copa de vino entre las manos.

Riccardo me miraba con esa intensidad que hacía que mi piel se erizara.

— ¿Sabes que aquella vez en Bolonia fuiste la entrevista en la que más me esforcé en responder bien?  —dijo de repente, con una media sonrisa.

Lo miré con curiosidad.

— ¿En serio? ¿Y eso por qué?

Se inclinó ligeramente sobre la mesa, acercándose a mí.

— Porque me pareciste diferente. Y porque me gustaste.

Mi corazón se aceleró.

— ¿Te gusté? —dije entre sorprendida y divertida.

— Sí. Pero tenía novia, y tú eras demasiado profesional como para dejar que pasara algo.

Bajé la mirada, sonriendo sin querer.

—Sí... supongo que yo también sentí algo, pero no era el momento.

— No lo era. —Su voz se volvió un poco más grave—. Pero ahora sí.

Mis ojos se encontraron con los suyos.

Había algo eléctrico en el aire, algo que ninguno de los dos intentaba ocultar.

Terminamos la cena, pero en el fondo ambos sabíamos que la noche no iba a acabar ahí.

Riccardo me llevó a su casa, un piso elegante en el centro de Londres.

Ni siquiera llegamos al salón.

Apenas la puerta se cerró, él me tomó de la cintura y me atrajo hacia él.

— Te he esperado mucho tiempo, ________.

No hubo más palabras. Solo besos desesperados, caricias que quemaban la piel y la certeza de que esto, finalmente, era real.

El calor de unos labios rozando mi piel me sacó lentamente del sueño. Al principio, creí que lo estaba imaginando, pero cuando sentí otro beso, esta vez en mi espalda, supe que era real.

Abrí los ojos despacio y me encontré con Riccardo inclinado sobre mí, su cabello algo desordenado y una sonrisa perezosa en sus labios.

— Buenos días, bella. —Su voz sonaba grave, adormilada.

Sonreí, girándome un poco para mirarlo mejor.

— Buenos días...

Él deslizó una mano por mi espalda y la recorrió con calma, como si quisiera memorizar cada centímetro de mi piel.

— ¿Dormiste bien?  —preguntó, dejando un beso en mi clavícula.

— Si contaras la cantidad de veces que me despertaste anoche, sabrías la respuesta.

Se rió bajo, con ese tono encantadoramente travieso que me hacía derretir.

—No escuché quejas.

Rodé los ojos, pero no pude evitar reír también.

Riccardo subió su mano hasta mi rostro y me acarició la mejilla con el pulgar.

— No puedo creer que finalmente estés aquí.

— Yo tampoco. —Suspiré—. Se siente... bien.

— Se siente perfecto.

Me miró fijamente, como si quisiera decir algo más, pero en vez de palabras, me besó. Un beso lento, suave, como si no tuviéramos prisa.

Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que realmente estaba donde tenía que estar.

One Shots de Futbolistas 0.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora