La primera vez que me pasó, me prometí a mí misma que no volvería a permitirlo. La segunda vez, intenté justificarlo. La tercera, me di cuenta de que, por más que me doliera, Rodrigo nunca había estado del todo aquí. Y yo... yo me había pasado demasiado tiempo esperándolo.
Hoy no era diferente.
Dos semanas sin saber nada de él. Ni una llamada, ni un mensaje, ni siquiera un "¿cómo estás?" perdido en la madrugada. Todo lo que sabía sobre él era lo que veía en las redes: fotos en fiestas, risas con sus amigos, comentarios que no tenían nada que ver conmigo. Una vez más, ahí estaba yo, con el móvil en la mano, mirando su última publicación como una completa imbécil.
Rodrigo, camiseta negra ajustada, sonrisa fácil, un vaso en la mano y su inseparable grupo de amigos a su alrededor. La imagen perfecta de alguien que no tenía preocupaciones. Alguien que, por lo visto, tampoco tenía a una novia a la que llamar.
Tragué saliva, sintiendo cómo la rabia y la tristeza se enredaban en mi pecho. No podía seguir así. No después de todo.
Me levanté del sofá y caminé por el salón de mi apartamento en Madrid, el que, en teoría, compartía con Rodrigo. Aunque, en la práctica, parecía más mi casa que la suya.
Tomé el teléfono y, sin pensarlo demasiado, marqué su número. El tono sonó una, dos, tres veces... hasta que, finalmente, su voz apareció al otro lado.
— Ey, bebé...— dijo con ese tono despreocupado que solo logró encender más mi enfado.
— No me llames así — Mi voz era fría, más de lo que esperaba.
— ¿Qué pasa? —
Su pregunta me hizo soltar una risa amarga.
— ¿Qué pasa? — repetí, incrédula. — Rodrigo, llevas dos semanas fuera y ni siquiera te has molestado en llamarme. Ni una sola puta vez —
Él suspiró. Pude imaginarlo pasándose la mano por el pelo, como siempre hacía cuando quería evitar una conversación incómoda.
— Sabes que he estado ocupado—
— ¿Ocupado? —solté una carcajada sarcástica. —Sí, claro. Ocupado saliendo de fiesta, ocupado en todo menos en mí. Porque lo único que sé de ti es lo que veo en Instagram —
Hubo un silencio incómodo. Luego, su voz sonó más tensa.
— No es para tanto, _______. No empieces otra vez —
Eso fue el colmo.
— ¿Otra vez? ¿De verdad? ¿Te atreves a decirme que no empiece cuando llevas dos semanas sin llamarme? Cuando todo lo que hago es esperarte, una y otra vez, como una idiota —
Mi voz se rompió al final, y odié sentirme así, odié que él tuviera tanto poder sobre mí.
— _____, te juro que no lo hago a propósito. A veces se me va el tiempo, sabes cómo es todo...—
— Sí, Rodrigo. Sé cómo es todo. Sé cómo eres tú. Solo sabes correr para adelante, engañarme con palabras bonitas y hacerme creer que te importo cuando la verdad es que yo soy la única que sigue aquí, esperándote —
Silencio otra vez. Me mordí el labio, cerrando los ojos con fuerza para no llorar.
— Dime qué quieres hacer— continué con la voz más estable que pude. — Porque yo ya no puedo seguir así. No puedo seguir sintiéndome una opción cuando tú siempre eres mi prioridad.
Rodrigo no respondió de inmediato.
— _______... — comenzó, pero yo lo interrumpí.
— No. Dímelo. Dime si esto es lo que quieres o si solo me tienes aquí porque es más fácil que decirme la verdad —
Se quedó callado. Y en ese silencio encontré mi respuesta.
Tragué el nudo en mi garganta y respiré hondo.
— Estoy harta de hablar y de esperarte— murmuré, sintiendo cómo el peso de todas las veces que me había quedado en segundo plano me caía encima.
— No quiero perderte — dijo finalmente, pero sonó más como una obligación que como una verdad.
— No puedes perder algo que nunca has cuidado— respondí con amargura.
Un largo silencio se instaló entre nosotros. Sentí su respiración al otro lado, sentí el peso de lo que estábamos a punto de romper. Y, aun así, ninguna de sus palabras me hicieron cambiar de opinión.
— Adiós, Rodrigo.
Y colgué.
No esperé una respuesta, no esperé un "lo siento", porque sabía que, aunque lo dijera, sus actos siempre hablarían más fuerte que sus palabras.
Por primera vez en mucho tiempo, fui yo quien dejó de esperar.
El aeropuerto estaba lleno de gente, pero yo me sentía completamente sola. Caminé con mi maleta arrastrando mi agotamiento, vestida completamente de negro. No sé si era por la tristeza o por la necesidad de esconderme del mundo, pero la ropa oscura se sentía como la única opción.
A mi alrededor, las cámaras parpadeaban como un recordatorio cruel de que mi vida no me pertenecía del todo.
¿Es cierto que has terminado con Rodrigo?
¿Cómo te sientes después de su ausencia?
¿Crees que te ha sido infiel?
Respiré hondo. Podría haberme quedado callada, podría haber ignorado a la prensa, pero ya estaba cansada de callar, de justificar, de fingir que estaba bien cuando no lo estaba.
— Sí, es cierto — Mi voz no tembló. — Rodrigo y yo hemos roto. Yo ya no estoy para seguir esperando a alguien que no me valora.
Algunas cámaras bajaron, sorprendidas por mi franqueza. Otras se acercaron más, como si quisieran absorber cada una de mis palabras.
— ¿Cómo te sientes?"
Tragué saliva.
— No lo sé
Porque era la verdad. No sabía cómo me sentía. Estaba triste, furiosa, decepcionada. Pero también... también sentía alivio.
Por primera vez en años, ya no tenía que esperar.
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