Phil Foden

134 11 0
                                    

La primera vez que me di cuenta de que algo estaba cambiando fue una tarde cualquiera, mientras Phil y yo estábamos en mi apartamento viendo una película que, sinceramente, ninguno de los dos estaba prestando atención. Era una de esas tardes grises en Mánchester, en las que la lluvia golpeaba suavemente contra los cristales y el cielo parecía no tener intención de despejarse. Phil estaba sentado en el sofá, con una pierna doblada y la otra estirada, su mano jugando distraídamente con la manga de su sudadera.

Yo, en cambio, lo miraba. No de forma obvia, pero sí con esa atención silenciosa que se vuelve peligrosa. Porque, sin quererlo, me di cuenta de algo: creo que me estaba enamorando otra vez.

—¿Por qué me mirás así? —preguntó de repente, con una sonrisa ladeada y sin apartar la vista de la pantalla.

Traté de fingir indiferencia, encogiéndome de hombros.

—No te estaba mirando.

—Sí me estabas mirando. Te vi de reojo. —Su tono divertido me hizo rodar los ojos.

—Puro aburrimiento —mentí, volviendo la vista a la película.

Él rió suavemente, y aunque no dijo nada más, noté cómo se movía un poco más cerca. Phil y yo llevábamos años siendo amigos, de esos que se entienden con una sola mirada y que comparten demasiados recuerdos juntos. Nos conocimos cuando él estaba empezando a destacar en el City, y nuestra relación siempre había sido de bromas, confianza y cero complicaciones. Pero ahora... algo se sentía diferente.

Me di cuenta en la forma en que mi corazón latía más rápido cuando él me sonreía, en cómo cada mensaje suyo iluminaba mi día de una manera absurda, en cómo me encontraba buscándolo en una habitación llena de gente.

Mierda.

Yo no era de esas que se enamoraban con facilidad. De hecho, siempre me había enorgullecido de mi capacidad para mantener la cabeza fría en estos temas. Pero Phil... Phil era distinto. Era ese tipo de persona con la que era imposible no sentirse cómoda, alguien que podía hacerme reír incluso en mis peores días.

—________, ¿qué pensás de esto? —Su voz me sacó de mis pensamientos.

Parpadeé, dándome cuenta de que ni siquiera sabía qué escena estaba en la película.

—Eh... sí.

Phil soltó una carcajada.

—No tenés ni idea de lo que te acabo de preguntar, ¿no?

—No —admití, riendo.

—Estás en la luna, ¿qué te pasa ?

Quise responder con algo ingenioso, pero la verdad era que mi mente estaba demasiado ocupada procesando lo que estaba sintiendo. Así que solo negué con la cabeza.

—Nada, solo estoy cansada.

—Ajá... claro.

No me creyó ni por un segundo.

Desde ese día, mi mente no tuvo descanso. Cuanto más intentaba ignorar mis sentimientos, más evidentes se volvían. Todo se volvió una tortura silenciosa: cada vez que me abrazaba, cada vez que me decía algo bonito sin darse cuenta, cada vez que se pasaba la mano por el pelo de esa forma despreocupada que me volvía loca.

Necesitaba hacer algo al respecto antes de volverme completamente idiota.

Así que un viernes por la noche, cuando estábamos en un pub con algunos amigos en común, tomé valor. No iba a confesarme como en una película cursi, pero sí quería tantear el terreno.

—¿Te puedo preguntar algo? —le dije, girándome hacia él en la barra.

Phil levantó una ceja, curioso.

— Si.

Tomé un sorbo de mi copa antes de hablar.

—¿Tu creés que... dos personas que son muy amigas pueden llegar a gustarse sin darse cuenta?

Él me miró por un segundo, como si analizara mis palabras.

—Definitivamente.

—¿Sí?

—Sí. A veces pasa que estás tan acostumbrado a una persona que ni te das cuenta de lo importante que es hasta que... boom.

Mi corazón se aceleró.

—¿Boom?

—Boom. Te das cuenta de que no podés verla igual que antes.

Nos miramos en silencio, y el aire se sintió más denso. Por un momento, pensé que él también lo había notado. Que tal vez, él sentía lo mismo.

Pero Phil rompió el contacto visual primero, con una risa nerviosa.

—¿Por qué lo preguntas ?

Me encogí de hombros.

—Curiosidad.

—Ajá.

No dijo nada más, pero su mirada tenía un brillo distinto.

Esa noche, cuando estábamos de regreso en su coche, algo cambió. La conversación fluía como siempre, pero había una tensión en el aire. Cuando aparcó enfrente de mi edificio, en lugar de despedirse rápido como hacía siempre, se quedó mirándome.

— _______.

—¿Sí?

Él se inclinó un poco, apoyando el codo en la puerta, y me sonrió.

—Lo de hoy... ¿era solo curiosidad?

Mi estómago dio un vuelco.

—¿Qué creés tu?

No me dio tiempo de decir nada más. Se acercó, sus labios rozando los míos con una suavidad que me hizo contener el aliento. No fue un beso apresurado ni caótico, sino uno de esos que te hacen olvidar dónde estás, que te hacen sentir que el mundo entero se detiene por un instante.

Cuando se separó, me miró con una sonrisa pequeña, como si acabara de descubrir algo nuevo.

—Boom —susurró.

No pude evitar reír.

—Boom —repetí, antes de volver a besarlo.

Las semanas siguientes fueron una locura. Pasamos de ser mejores amigos a ser algo más, algo que no tenía una etiqueta clara, pero que se sentía bien. Había más coqueteos, más roces accidentales, más miradas que hablaban por sí solas.

—¿Así que te enamoraste de mí? —me dijo un día, mientras estábamos acostados en mi sofá.

Rodé los ojos, dándole un codazo.

—No te pongas creído.

—No, pero es bonito. Yo también me enamoré de ti, creo.

Mi corazón latió con fuerza.

—¿Creés?

—Bueno, dejame pensarlo bien. Tal vez necesito otro beso para confirmarlo.

Me reí, pero lo besé igual. Porque, al final del día, Phil siempre encontraba la forma de hacerme sonreír. Y aunque nunca había planeado enamorarme de él, ahí estaba.

Completamente, irremediablemente, enamorada.

One Shots de Futbolistas 0.2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora