Nunca pensé que un error tan tonto como perder un vuelo podría cambiarlo todo. Estaba en Milán de visita, pero cuando llegó la hora de volver a Roma, una confusión que tuve con el horario hizo que me quedara en el aeropuerto. No era algo tan grave, pero la única opción de vuelo disponible era a la mañana siguiente. Y ahí entró en escena Joaquín Correa.
No era la primera vez que nos veíamos. De hecho, nos conocíamos desde hacía bastante tiempo por mi hermano. Joaquín y Paulo eran muy unidos, y por ende, yo siempre estuve en el panorama, aunque casi siempre en un segundo plano. Sin embargo, cada vez que nos cruzábamos, había algo en el aire entre nosotros. Un tira y afloja, miradas que duraban más de lo normal, comentarios con doble sentido que ninguno de los dos se animaba a explorar del todo. Pero siempre quedaba ahí, en una zona gris entre el coqueteo y la amistad.
—Boluda, sos un desastre —me dijo Paulo por el teléfono, claramente frustrado.
—Joder Paulo pensaba que el vuelo salia más tarde.
—Bueno, no importa. Esperá que llamo a Joaquín. Te podés quedar en su casa esta noche.
— No pasa nasa. Puedo ir a un hotel...
—Nah, olvidate. Le mando mensaje y listo.
No tenía muchas opciones, así que esperé mientras Paulo arreglaba todo con Joaquín. Unos minutos después, me llamó para confirmarme que él pasaría a buscarme. Y así, unos treinta minutos después, un coche negro se paro enfrente mio . Joaquín bajó la ventanilla y me sonrió.
—Subí, __________. ¿No te enseñaron a leer horarios de vuelos o qué onda? —bromeó mientras me miraba con esos ojos oscuros que siempre había encontrado atractivos.
—Jodeme menos y conduce, Correa —le respondí, subiéndose al auto.
Su risa resonó en el interior del vehículo mientras arrancaba. El camino a su casa fue cómodo, aunque con ese ligero nerviosismo de compartir espacio con alguien con quien, hasta ese momento, nunca había pasado tanto tiempo a solas.
Cuando llegamos a su apartamento, Joaquín dejó las llaves sobre la mesa y se giró hacia mí.
—Bueno, bienvenida a mi humilde morada. No es el Ritz, pero te la vas a bancar, o si no, a dormir en el balcón.
—Si tenés mantas calentitas lo considero —respondí siguiéndole el juego.
—Dale, no te hagás la boluda, que te preparo el sillón. Aunque si querés, te dejo mi cama.
—Ni loca. Yo duermo en el sillón, es tu casa.—Bueno, si insistís...
Pasamos la noche charlando. No recordaba la última vez que había reído tanto con alguien. Joaquín tenía esa forma tan suya de hablar, con esa mezcla de ironía y dulzura que hacía que el tiempo volara.
Había algo en su mirada, en la forma en que me observaba cuando pensaba que yo no me daba cuenta. Joaquín siempre había sido alguien con quien me sentía cómoda, pero también con quien sentía una tensión latente que ninguno de los dos había querido explorar del todo.
En un momento, me di cuenta de que nos habíamos quedado en silencio, mirándonos.
— _________...—dijo en un tono más bajo.
—¿Qué?
—Nada. Es que sos más parecida a Paulo de lo que pensaba, pero a la vez... sos distinta.
—¿En serio? Pensé que solo me veías como "la hermanita de Dybala".
—Te veía así, pero ahora...
Se acercó apenas, lo suficiente para que pudiera sentir su respiración. Mi corazón latió con fuerza. No era algo que había planeado, ni siquiera algo que había considerado antes de esa noche, pero en ese instante supe que algo había cambiado.
