No puedo creer que tenga esto puesto ahora.
Mi mente no deja de divagar al respecto mientras Cleothilde me ajusta el corsé tan apretado que no puedo respirar.
La fiesta había sido una sorpresa para todos, las invitaciones habían llegado anoche junto con nuestros atuendos y todo parecía inusualmente apresurado para una festividad de parte de Snow.
- Cleothilde, ¿estás segura de que va de esta manera? – dice Neptune saliendo del vestidor, su casaca de soldado con brillantes botones dorados y la peluca blanca en su cabeza pudieron fácilmente rayar en lo ridículo, pero su porte es tal que incluso le añade grandiosidad a su estampa.
- Oh, permítame asistirlo señor Highbottom – dice Cleothilde con excesivo entusiasmo mientras de un último violento tirón anuda mi corsé y corre a ayudar a Neptune a ajustar la peluca.
Mientras escucho a Cleothilde balbucear sobre lo magnífico que está Neptune, yo analizo mi propio aspecto en el espejo, el vestido color rosa pálido, el maquillaje que me ha blanqueado la ambarina piel y la peluca polveada que simula un peinado alto, reminiscente de la moda utilizada en el rococó.
Unos toques en la puerta nos hacen guardar silencio a todos.
Cleothilde abre y se encuentra cara a cara con el rostro severo de Egeria, que al parecer no ha sido requerida con disfraz para la fiesta, ya que lleva su usual traje sastre color guinda y su peinado engominado que seguramente utiliza para almacenar todas sus ideas diabólicas y burócratas.
- ¿Y esto?
- No son para ti. Son para Nerea.
Yo alzo las cejas y me aproximo a la puerta, donde Egeria sostiene un ramo de rosas color blanco y rosa pálido, a pesar de que aún guardo cierta distancia, el aroma apestoso y dulzón nubla mis sentidos.
- ¿Para mí?
- Las envía el Presidente, de su propio invernadero – responde y por su tono puedo adivinar que está muerta de la envidia – son para tu disfraz.
- Siempre tan generoso – dice Neptune con tono hastiado, arreglándose el cuello de la camisa – gracias, Egeria.
- Apresúrense – es todo lo que dice ella antes de marcharse con sus pasos entaconados.
Cleothilde corta las rosas de sus tallos y comienza a entrelazarlas con mi tocado, también coloca una en el pecho del vestido.
- Creo que tiene sentido, la princesa de Lamballe era conocida por su carácter dulce – digo mientras acaricio una de las flores, casi artificial de tanta perfección, recordando el nombre que venía en la etiqueta de mi vestido: María Teresa de Saboya-Carignano: la princesa de Lamballe, mejor amiga de la reina María Antonieta de Francia.
- ¿Quién dijiste que era yo, de nuevo?
- Axel von Fersen... un conde.
- Ah, el amante de la reina – suelto una pequeña carcajada.
- Claro que recordarías eso.
Admiro el resultado en el espejo, luzco como una persona totalmente diferente, luzco como una de esas hermosas mujeres en los cuadros de la mansión, demasiado antiguos como para distinguir en sus dulces expresiones sus sueños, sus miedos, sus rencores. Tampoco se distingue eso en mí ahora, solo una maraña de telas suaves y pétalos perfumados; cuando Cleothilde termina conmigo e intenta (sin éxito) convencer a Neptune de que su camisa está mal puesta y debe arreglársela, finalmente se marcha.
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EL TRIBUTO| Los Juegos Del Hambre (SEGUNDA Y TERCERA PARTE)
FanfictionTodos los vencedores tienen secretos, y los míos quizá son los peores. Gané mis Juegos, enamoré a Finnick Odair, me convertí en el tributo favorito de Panem ¿pero a qué costo? ¿Qué queda realmente de Nerea Dhassei, esa chica que amaba el mar, que s...