Ahora yo también estoy arrodillada en el piso, muchos pares de manos enguantadas me mantienen ahí, pero yo ni siquiera puedo dimensionar todo lo que ha sucedido, todo es un torbellino de voces furiosas, pasos fuertes, gritos de una voz familiar que podría ser Peeta; cuando finalmente el molesto zumbido en mis oídos se disminuye, puedo darle algo de sentido a sus palabras:
- ¡Déjenla! ¡Suéltenla yo fui quién lo dijo! ¡De...!- no alcanza a terminar la frase porque una bota comienza a patearlo con salvajismo, primero es una, después otra. Y después mil más. Van a matarlo.
- ¡Hey! – gruño a la vez que me retuerzo en el piso, la sangre de Peeta en las baldosas me salpica el rostro - ¡Basta!
Repito y finalmente puedo liberarme de una de las manos que me sujeta, pero sin el bastante equilibrio como para levantarme, me limito a acercarme lo más posible a la pierna quieta del agente de la paz y hago lo primero que se me ocurre: lo muerdo.
Suelta un grito muy poco masculino y comienza a agitar la pierna hasta que lo suelto, con la mandíbula adolorida, pero al menos lo ha dejado de patear.
- ¡Maldita perra! – me han llamado así tantas veces que ya ni siquiera me escandaliza, siento otra persona jalándome violentamente hacia arriba, haciéndome levantarme, mi campo de visión detecta un número 111001, creo que ahora solo me fijo en los números de los agentes por costumbre – me las vas a pagar.
Solo veo mi rostro reflejado en el casco, y para mi irritación, luzco asustada, temblorosa, pero muy probablemente no sea por el hombre al que acabo de morder, sino por lo que acabo de hacer. Por las consecuencias que tendrá para Neptune, para Darian. Además nada de ello me asegura que mi familia o Finnick se salvarán en el 13.
Como convocado por el caos y el sufrimiento, el aliento de Seastone lo anuncia mucho antes de que lo haga su voz; ni siquiera me había percatado de que había entrado al cuarto, de entre tantas manos que me lastiman por todos lados.
- Finalmente sacaste a relucir la bestiecilla que llevas dentro ¿eh? – sonríe con sus dientes descompuestos a la vez que toma mi barbilla con demasiada fuerza, se acerca a mi oído y siento unas profundas ganas de vomitar – no sabes cuánto estuve esperando a poder torturarte un poco.
Me quejo y muevo la cabeza, intentando alejarme de él desesperadamente, el hedor de su aliento parece impregnarse en mi piel.
- ¿Y ahora qué haremos contigo? – por el rabillo del ojo puedo ver como se llevan a un inerte Peeta de la habitación, pero su pecho aún muestra una respiración acompasada, mi estómago se revuelve – llévenla con Crimson.
No tengo la menor idea de quién es Crimson o qué demonios va a hacerme, pero cuando escucho la risita del agente 111001 sé que no será nada bueno.
Los pasillos por los que me conducen están repletos de personas con batas y cubrebocas, ojos apagados y andar apresurado, como si fueran muertos en vida. Yo no me he resistido, no quiero hacer un escándalo, no quiero que tengan la satisfacción de decir que rogué por mi vida. Pero qué miedo tengo.
Las baldosas blancas con las juntas amarillentas, el aroma a desinfectante, la luz blanca y fría de las lámparas que casi me obliga a cerrar los ojos, pero no puedo evitar entreabrirlos, atrapada entre el deseo de huir y la necesidad de saber qué viene ahora. Qué harán conmigo. Mi respiración se siente pesada, como si estuviera tragando el aire estéril del consultorio, cargado con un olor químico que mezcla antiséptico y metal.
Apenas siento cuando soy fijada a una cilla con tiras de cuero, o cuando el ser humano, o algo similar, se planta frente a mí con su bata perfectamente blanca, sus ojos dilatados me recuerdan a los de Lynx, que no podía vivir sin consumir esas sustancias de colores. La plaquita en su bata lo delata como mi torturador: Crimson.
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EL TRIBUTO| Los Juegos Del Hambre (SEGUNDA Y TERCERA PARTE)
FanficTodos los vencedores tienen secretos, y los míos quizá son los peores. Gané mis Juegos, enamoré a Finnick Odair, me convertí en el tributo favorito de Panem ¿pero a qué costo? ¿Qué queda realmente de Nerea Dhassei, esa chica que amaba el mar, que s...