— ¿Comerme a mi hijo para tener vida eterna? — le pregunte aterrada, al hombre cuyo rostro no veía ya que estaba oculto en la zona poco iluminada de la habitación
— Una vida por una vida — dijo con voz seria, llenando el lugar con una tensión que me heló los huesos — no es tan difícil
— Esto no... estaba en el trato — hablé pausadamente — yo... no quiero vivir eternamente
— Es lo que nos... digo, te conviene — exclamo, intentando que yo entrara en razón
De repente, me elevó en el aire, tensando todo mi cuerpo para que no pudiera moverme. Me hacía sentir como una marioneta en sus manos, sin control sobre mi propio destino. La habitación comenzó a girar a mi alrededor, y me sentí como si estuviera al borde del desmayo.
— ¿Qué... qué estás haciendo? — logré balbucear, tratando de mantener la conciencia, mientras desviaba la vista a la cuna que se encontraba en un rincón.
— El humano debe ser sacrificado... con o sin tu ayuda — aclaró moviendo otra de sus manos para que mi bebé flotara lentamente
— Por... favor — suplique — no lo lastimes
El pequeño comenzó a llorar desesperado a la vez que yo movía mi cuerpo intentando escapar aunque sabía que era algo inútil.
Y entonces, la voz del ser oscuro se elevó por encima del llanto, susurrando una frase que me heló la sangre
— La oscuridad te consumirá, y el silencio será tu eterno lamento.
Me desperté de repente, con un sobresalto que me hizo saltar de la silla. Mi cabeza había estado apoyada en el escritorio, y mi cuello ahora estaba rígido y dolorido. Pero no era el dolor lo que me había despertado, sino la pesadilla que aún resonaba en mi mente.
La imagen del bebé flotando en el aire, con la mano de un ser oscuro extendida hacia él, me hizo sentir un escalofrío. La voz de aquel ser aún resonaba en mis oídos: "El humano debe ser sacrificado... con o sin tu ayuda".
Me levanté de mi asiento, tambaleándome un poco. Mi corazón latía con fuerza, y mi respiración era agitada. No podía sacudirme la sensación de que algo terrible estaba a punto de suceder.
De repente, sentí una oleada de náuseas que me hizo correr hacia el baño. Me arrodillé frente al inodoro, vomitando con cierto asco. La pesadilla había sido demasiado real, demasiado aterradora.
Me quedé arrodillada en el baño, durante varios minutos, tratando de recuperar el aliento y calmarme. El frío del suelo de mármol se filtraba a través de mis rodillas, haciéndome sentir un escalofrío. Mi respiración era agitada, y mi corazón aún latía con fuerza después del mal sueno. Hasta que Mateo apareció en la puerta del baño, su figura alta y oscura se recortaba contra la luz del pasillo.
— ¿Todo bien? — consultó, con la voz algo ronca. Yo solo levanté el pulgar, tratando de sonreír, mientras que otra arcada se asomaba, amenazando con hacerme vomitar de nuevo — ¿pesadillas otra vez?
Asentí con la cabeza, sintiendo una lágrima deslizarse hacia abajo por mi mejilla.
— Es tu subconsciente... necesita que descubras algo, o que liberes tus poderes de una vez por todas... — me aclaró
Me levanté del suelo, sintiendo un poco de mareo, y me acerqué al lavamanos. Abrí el agua fría y me lavé la boca reiteradas veces, hasta que el sabor del vómito y el mareo desaparecieron.
— No sé cómo hacerlo, Mateo — suspiré, observando su reflejo en el espejo. Sus ojos marrones me observaban fijamente mientras hacía una mueca con la boca — necesito que me guíes
— Mañana — me besó el hombro y luego se apoyo en el marco de la puerta — ...necesitas descansar, más que nada porque vas a gastar mucha energía
El ojimarron salió y yo lo seguí con pasos más lentos. Me acomodo la almohada y encendió unas luces que reflejaban auroras boreales.
— ¿Que planeas? — fruncí el ceño al observarlo
— Que descanses como debes, nada más — me miro de reojo y se sentó en la silla en la que yo estaba anteriormente
— ¿No vas a dormir conmigo? — consulte viéndolo negar rápidamente
— No puedo cuidarte si estoy pegado a vos... se me dificulta vigilarte — me explico — tenes que dormir sola esta noche, ¿puede ser?
Suspiré, sintiendo una mezcla de alivio y decepción, no discutí. Me acosté, tapándome hasta los hombros con las sábanas. La habitación estaba en silencio, solo interrumpido por el suave zumbido de las luces.
— Buenas noches, morocha — susurró en voz apenas audible — mañana va a ser un gran día
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por fin