Capitolo Diciassette

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Parpadeo lentamente observando como sus labios se cierran sobre el filtro del cigarro, la marca era cara lo sabía porque papá solía fumar de esos mismos y aunque llevaba años sin probar alguno, la situación en la que estamos tal vez lo obligó a volver a los viejos malos hábitos. 

El pecho del señor Miel se infla y la punta del cigarro se enciende quemándose lentamente después su pecho se desinfla y el humo escapa de sus narices como si fuera un toro resoplando. 

El humo se disipa lentamente en el aire, creando un halo de vapor que se mezcla con la luz tenue de la habitación. El señor Miel se recuesta en la cama, con la cabeza apoyada en la almohada, y cierra los ojos, como si estuviera saboreando el momento. Su pecho se mueve lentamente, como si estuviera en un estado de relajación profunda.

De repente, abre los ojos y me mira, con una expresión de nostalgia en su rostro. —Recuerdo cuando mi padre me enseñó a fumar —dice, su voz es baja y suave. — Era un hombre sabio, siempre sabía cómo disfrutar de la vida. —Su mirada se vuelve distante, como si estuviera recordando un momento del pasado.

Me siento como si estuviera en un estado de trance, hipnotizado por la expresión de su rostro. El humo del cigarro se disipa lentamente en el aire, creando un halo de vapor que se mezcla con la luz tenue de la habitación. El señor Miel se vuelve hacia mí, su mirada es como un rayo de sol que ilumina mi corazón.

—¿Quieres fumar conmigo? —pregunta, su voz es suave y seductora.

—Nunca he fumado. 

Digo tímidamente, este hombre me intimidaba en muchos sentidos. 

De pronto sonríe como si una maravillosa idea hubiera iluminado su mente. 

—Ven aquí —. Palmea su vientre marcado. Aún no me he recuperado, las piernas me tiemblan y el corazón sigue latiendo desbocado. Pero casi a rastras trepó su cuerpo, su pene se sacude raspando con la punta entre mis nalgas, paso saliva sonrojandome violentamente. 

—Eres adorable, sabes —pellizca mi mejilla —y eso solo hace que mi deseo por corromperte aumente demasiado. Ahora, abre los labios bambino. 

Obediente abro los labios lo suficientemente para poder recibir el cigarrillo. 

—No lo dejes caer Dolce Mochi —su voz ronca causa estragos en mi cuerpo, mi pene parece estar deseoso mientras vuelve a la vida. Su cuerpo se inclina hacia delante, sus labios se cierran en mi garganta robándome gemidos. 

—Ohh —cierro los ojos sintiendo el éxtasis recorrerme de pies a cabeza de nuevo.

—Ahora quiero que te folles con mi verga. Que la destroces con tu culo a sentones. 

Muerdo mi labio. 

Debo ser un gran pervertido porque sus palabras me han prendido demasiado.

Con una mano rodeó su pene y con la otra me sostengo de su duro abdomen mientras me penetro a mi mismo con su carne. 

Abro los labios boqueando, de nuevo mis paredes protestan pero se adaptan rápidamente, ya no hay dolor si no un fuego ardiente que se enciende en un dos por tres. 

Mientras no nos consumamos en las cenizas y el fuego ardiente siga creciendo. 

El señor Miel toma mi pene en un puño y su boca se prende de mi sensible botón. 

—Que esperas para empezar a moverte bambino. 

—Ahh —escapa de mis labios al sentir la succión de su boca y su lengua que juguetea con la punta roma de mi pezon. 

virginidad en subastaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora