Aunque tampoco veo porqué estar tan furioso, solo no pasamos la noche ahí y ya… suspiro desparramandome en el asiento del copiloto, el sabor metálico de la sangre continúa fluyendo en mi boca y las náuseas suben por mi garganta como el ácido quemando a su paso. Soy de estomago débil pero me hago el fuerte para no darle otro motivo para estar enojado.
Las calles de Turín se encuentran cargadas de neblina espesa, frías, y húmedas con nubes grises extendiéndose a lo largo y ancho del cielo. Mi padre no era de manejar recio, si en dado caso lo máximo que manejaba era a setenta u ochenta kilómetros por hora, jamás rebasaba el límite de velocidad, pero hoy parece que está más nervioso de lo habitual. Su mirada está fija en las calles, y su mano derecha aprieta el volante con fuerza.
De repente, el sonido de las llantas de un coche cercano derrapa por las calles húmedas y se impacta en el costado del coche de mi padre. El golpe es tan fuerte, que nos sacude y hace girar con brusquedad hasta quedar a la par de la acera. Mi padre, ya de por sí enojado, golpea el volante con la palma de su mano.
—¡Maledizione! —maldice, su voz elevada por la ira.
Se baja del coche, y se dirige hacia el conductor del otro vehículo quien lleva sangre en el rostro. Estamos a solo un par de metros de nuestra casa, y puedo ver a nuestra vecina, la señora Rossi, mirando desde su ventana con una expresión de preocupación.
Mi padre se acerca al conductor del otro coche, y comienza a gritarle como si estuviera sacando la frustración acumulada de toda su vida.
—¿Qué pasa contigo? ¿No sabes manejar? —grita, su voz cada vez más alta.
El conductor del otro coche se disculpa, y trata de explicar lo que pasó, pero mi padre no lo deja hablar.
—¡No me importa! ¡Mira lo que has hecho! —le grita, señalando el daño en nuestro coche.
Mientras mi padre sigue discutiendo con el pobre hombre del otro carro, mi estómago se retuerce y tengo que bajar del auto para vaciar el estómago sobre el asfalto. El dolor y las náuseas me invaden, haciéndome sentir débil y mareado, mi cuerpo protesta a pesar de haber descansado bastante bien anoche.
Los coches siguen transitando esquivando el lugar del accidente, algún otro curioso se detiene, echa un vistazo y sigue su camino.
Las llantas de un coche chirrían antes de frenar a un costado, tan cerca de donde me encuentro que puedo oler el caucho quemado.
Una de sus puertas se abre mientras que por mi vista periférica veo que alguien desciende del coche caminando en mi dirección.
Luce como una de las parcas de aquella serie coreana que mi madre solía ver, elegante y sofisticado mientras se desliza con elegancia por el asfalto, una mano en el bolsillo y la otra como sosteniendo algo entre los dedos, un cigarrillo, quizá.
La figura se detiene a mi lado, sus ojos escanean el lugar del accidente y supongo en algún punto se detienen en mi.
Luchando contra las arcadas, ignoró las brillantes botas de la persona desconocida. La frente se me perla de sudor y hay rastros de sangre en la saliva que cae al suelo, ya que mi estómago está vacío.
—¿Te encuentras bien? —pregunta la persona, con voz grave, varonil, de acento extranjero.
Ahí descubrí que la persona que me habla es un hombre, y que su voz es familiar, pero no puedo levantar la vista para ver su rostro y descubrir quién es realmente. Me siento demasiado débil y mareado para siquiera incorporarme y volver al auto.
—¿Te has hecho daño? —se inclina apoyándose sobre las rodillas, estira una mano que tomo para apoyarme y poder ponerme en pie. Lo que me permite darle una rápida escaneada, lleva pantalones oscuros de mezclilla, una camisa de cuello redondo blanca, botas negras y chaqueta de cuero. Es un fuckboy en toda su regla incluso su voz es como la de un chico malo.
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virginidad en subasta
Dla nastolatkówAconsejado por el hermano de su mejor amigo Jimin decide subastar su virginidad al mejor postor en una app privada y popular, Prinsescort; donde los más ricos y depravados suelen pujar por una noche con algún jovencito desesperado por su situación e...