LXI

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Estábamos todos esparcidos por las sillas de la sala de espera del aeropuerto, con caras de aburrimiento mezcladas con ganas de llegar a casa. Héctor se había apropiado de uno de los asientos más cómodos, mientras Zahir estaba en el suelo jugando con un avión de juguete que habíamos comprado para entretenerle.

—¿Cuánto falta para subir? —preguntó Balde, estirándose como si hubiera corrido un maratón.

—A ver, Balde, no hemos caminado ni cinco metros desde el taxi, no te flipes —respondió Sira, cruzándose de brazos mientras lo miraba con una ceja alzada.

—Es que estoy cansado, tía. Además, tengo hambre —replicó Ansu, haciendo un puchero que provocó risas en mi.

—Tú siempre tienes hambre. No sé dónde te cabe tanta comida, de verdad —dije sacudiendo la cabeza.

—Pues igual en el mismo lugar donde caben tus siestas eternas —soltó Balde, devolviéndole la pulla con una sonrisa burlona.

Mientras ellos discutían, Zahir levantó su avión y gritó:

—¡Miren, Héctor, este avión puede volar hasta Barcelona! —

Héctor, con su típico humor, se inclinó hacia él.

—Pues díselo a Pedri, que está deseando que lleguemos ya para escapar de nuestras tonterías.

—No es mentira —confirmó Pedri, que miraba su móvil con cara de agotamiento—. Pero a lo mejor sí que disfruto de un par de días sin escucharos pelear como niños.

—¿Y lo dices tú, que te ríes como un niño cuando ves vídeos de perros persiguiendo su cola? —saltó Gavi, sin levantar la vista de su mochila, donde estaba buscando algo.

—Eso no es cierto, ¿vale? Yo tengo un humor mucho más sofisticado —se defendió Pedri, aunque su tono de voz no era muy convincente.

—Sí, claro, súper sofisticado —añadió María desde su asiento, con una sonrisa burlona—. Ayer te reíste cinco minutos porque Ansu tropezó con un escalón.

—¡Eso fue gracioso! —exclamó Pedri, riéndose de nuevo al recordarlo.

—¿Y quién fue el genio que grabó el momento? —dijo Ansu, lanzándole una mirada acusadora a Héctor, que rápidamente levantó las manos.

—Yo solo capturo momentos épicos para la posteridad. No tengo la culpa de que tropieces con aire, tío.

—¡El aire es traicionero! —se defendió Ansu, haciendo reír a todos.

Zahir, ajeno a las bromas, levantó la vista y preguntó con total inocencia:

—¿Héctor, tú también te tropiezas con el aire?

—No, principito, yo soy perfecto —dijo Héctor, guiñándole un ojo al niño, provocando que Zahir soltara una risita.

—Perfecto para molestar, querrás decir —murmuré, rodando los ojos mientras Gavi se inclinaba hacia mí con una sonrisa traviesa.

—¿Eso lo dices por experiencia, Husky? —preguntó Gavi, bajito, pero lo suficientemente alto como para que yo lo escuchara.

—No empieces, Sevillano, que todavía hay tiempo para que te cambie el asiento en el avión —respondí con una sonrisa retadora.

—Yo no sé cómo aguantáis estar juntos sin mataros —comentó Sira, riendo.

—Es que, en el fondo, son como un matrimonio viejo —dijo Pau, ganándose un cojín lanzado por mí.

Todos rieron mientras Zahir, sin entender mucho, se acercó a Gavi y le preguntó con toda su inocencia:

—¿Gavi, tú te vas a casar con mi tata?

|| UNION EN EL CAMPO || pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora