21. Encontrando un final

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Para Charles, era casi impresionante cómo Erik se negaba a rendirse. Bueno, casi impresionante, porque, al fin y al cabo, la terquedad parecía ser una cualidad inherente a aquel hombre.

Cada vez que tomaban un descanso en la construcción, el hombre lo invitaba a una partida de ajedrez. El telépata siempre encontraba una excusa para negarse, hasta que, en un momento de debilidad cuando Tony no estaba presente, se permitió pensar que una partida no podría hacerle daño.

El telépata sintió una felicidad estúpidamente traicionera al permitirse imaginar, aunque solo por un instante, que había regresado a ese pasado distante. A esos días en los que compartían partidas de ajedrez por las tardes o aquellas noches interminables en las que ninguno quería irse a dormir. Odiaba ese sentimiento. Detestaba cómo su corazón se aferraba a una memoria que, por más dulce que fuera, estaba inevitablemente teñida por lo que vino después.

Durante todo ese tiempo, las palabras no encontraron espacio entre ellos. Charles no lo permitía. El silencio se convirtió en el único testigo de la partida, mientras movían pieza tras pieza. La única conversación que compartían se reflejaba en sus rostros y los gestos que ambos hacían al pensar qué pieza mover.

Tras aquella partida, el telépata se encerró en su oficina todo lo que restó de la tarde, consumido por un odio dirigido hacia sí mismo. Detestaba la forma en que había cedido, la manera en que su propia nostalgia lo había doblegado.

Charles quería ser tan fuerte como Tony. Odiaba la nostalgia, odiaba sentir que retrocedía por ella. 

Hank logró percibir ese encierro de Charles. No entendía qué estaba ocurriendo, y su amigo parecía decidido a no hablar de ello. Incapaz de obtener respuestas, su mente empezó a divagar, buscando explicaciones. ¿Había tenido algún problema con Tony? ¿Era la presencia de Erik lo que lo afectaba tanto? ¿O, tal vez, estaba enfrentando una recaída? La incertidumbre lo carcomía mientras permanecía impotente al otro lado de la puerta.

Un par de días continuaron hasta que hubo otra partida más de ajedrez. Charles no quería que eso se volviera costumbre, pero caía sin saber el porqué. No sabía si estaba perdonando a Erik o si simplemente extrañaba los buenos momentos.

El alemán lograba sacarle una que otra palabra mientras movían las piezas sobre el tablero. Sus conversaciones giraban en torno a estrategias y técnicas. Para Lehnsherr, cada respuesta era como un paso más en un intrincado intento por descifrar una cerradura, avanzando con cuidado, como si cualquier movimiento en falso pudiera cerrar la puerta por completo.

—Ese movimiento de torre no creo que sea bueno. —dijo Erik mientras miraba al telépata con atención.

—Darle consejos a tu oponente, tampoco lo es. —respondió Charles con una ligera sonrisa que intentó esconder.

—Busco una partida justa.

—No tienes que ayudarme para eso, y lo sabes.

El alemán sonrió, moviendo otra pieza, haciendo uso de sus poderes y dejando que la pieza navegara sola por el tablero. Era un avance el tener conversaciones con Charles, incluso si eran tan simples como hablar del movimiento de las piezas.

Pronto, en uno de esos días donde Tony se retiró un poco antes debido a una misión, hubo una tercera partida. Era una lucha constante de Erik por intentar abrir la cerradura. El ajedrez, de alguna forma, le ayudaba a Erik a calmar su mente antes de hablar, como si el silencio de la meditación al mover una pieza, también le ayudara a pensar qué decir.   

—¿Un columpio? —preguntó Erik.

—Sí, estará colgado en uno de los árboles del patio. —contestó Charles, un poco titubeante de compartir sus planes con el hombre.

OJO POR OJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora