XXVI: SILENCE OF THE FALLEN.

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Jungkook cerró la puerta del auto con un clic sordo, pero no dio la orden de arrancar. Se quedó inmóvil en el asiento trasero, con la mirada clavada en sus propias manos.

Rojo.

Un rojo denso, cálido, que se deslizaba entre las líneas de su piel y se secaba lentamente en las uñas.

Exhaló por la nariz, apoyando los codos en las rodillas mientras entrelazaba los dedos. Las manchas oscuras parecían burlarse de él, un recordatorio de cada segundo que lo había traído hasta aquí. Cada elección, cada latido acelerado, cada grito ahogado en la penumbra del sótano.

Jimin estaba huyendo. Podía sentirlo.

No había necesidad de verlo para saberlo. Lo conocía demasiado bien. Sabía cómo respiraba cuando estaba asustado, cómo sus pasos se volvían irregulares cuando su mente se llenaba de pánico.

Y él lo había provocado.

Jungkook cerró los ojos un instante, inclinando la cabeza contra el respaldo del asiento.

Silencio.

Fuera, sus hombres esperaban. Dentro del auto, solo existía el sonido de su propia respiración y el latido monótono en sus sienes, advirtiendole que un episodio de migraña estaba acercándose. Podría acabar con esto en cualquier momento. Dar la orden. Dejar que la caza siguiera su curso. Pero por alguna razón, no lo hizo. Se quedó ahí, con la sangre ajena en las manos, sintiendo cómo el eco de su propia risa se desvanecía en la memoria.

Esperando.

Sabiendo que el juego aún no había terminado.

—¿Señor Jeon?

Jungkook pasó la lengua por sus dientes, exhalando lentamente mientras bajaba la mirada otra vez a sus manos.

No era solo la sangre de Jimin.

Dos cuerpos. Dos jefes. Dos malditos bastardos que habían creído que podían jugar con él.

Ahora estaban ahí abajo, pudriéndose en su propio silencio.

Chasqueó la lengua y apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento. No podía dejarlos ahí mucho tiempo. El calor haría su trabajo demasiado rápido, y aunque el sótano estaba diseñado para contener el olor, no podía arriesgarse. No todavía.

Con un movimiento lento, deslizó los dedos manchados por su propio pantalón oscuro, dejando un rastro carmesí sobre la tela. Luego, sin prisa, llevó la mano al bolsillo de su abrigo y sacó un cigarro. Lo giró entre los dedos, observándolo como si ahí estuviera la respuesta a su dilema.

Jimin podría esperar.

La caza podía esperar.

Primero, tenía que limpiar.

Jungkook hizo un leve gesto con la cabeza. El conductor, que llevaba minutos esperando la orden de arrancar, giró apenas la mirada a través del espejo retrovisor, esperando instrucciones.

—Prepara cuerdas, haremos la tradición primero —ordenó Jungkook, su voz baja, sin emociones—. Y mete los cuerpos de los bastardos en este auto.

El jefe salió del auto, confundiendo a sus hombres. Entró nuevamente a su casa hasta llegar a su habitación, caminó por la habitación con pasos silenciosos, deshaciéndose del abrigo y dejándolo caer sobre una silla sin preocuparse por el desastre que dejaba tras de sí. Los zapatos siguieron el mismo destino, chocando contra el suelo con un sonido sordo mientras se movieron a la hebilla del cinturón, soltándola con un chasquido antes de empujar los pantalones hacia abajo y sacarlos con un simple movimiento de pies.

Детонирующий || KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora